sábado, 5 de mayo de 2018
CAPITULO 2
Paula era la hija menor de los cinco niños que formaban la extensa familia de los Chaves. Desde su llegada a Whiterlande con tan sólo trece años, Paula había disfrutado de una estable vida en ese pequeño y recóndito lugar.
Ahora, con quince, tenía decenas de amigos y no quería marcharse de ese singular pueblo, ya que el hombre de sus sueños se encontraba en él.
Los Chaves eran una familia muy unida que con gran frecuencia se mudaban de domicilio debido al empleo del padre, Rogelio Chaves, relacionado con la protección de destacados famosos o alguna que otra personalidad importante. La agencia de guardaespaldas para la que trabajaba Rogelio, un hombre de rudo aspecto y escandalosos cabellos rojos, constantemente le hacía nuevos encargos, y en aquellos de más larga duración no dudaba en llevarse consigo a sus hijos y a su adorada esposa Danna, a la que tanto amaba.
Danna, por su parte, un ama de casa rolliza y morena, se encargaba de mantener a todos sus hijos unidos, a pesar de las constantes disputas que podían aparecer en un hogar con cuatro varones igual de testarudos que su padre. No obstante, pese a lo rudos y gruñones que podían llegar a ser los hombres de esa endiablada familia, todos y cada uno de ellos tenían una debilidad: la pequeña y dulce Paula, a la que adoraban.
Fuera a donde fuese, Paula Chaves siempre tenía tras de sí a cuatro varones sobreprotectores que no permitían que nadie osara acercarse demasiado a su linda hermanita. Y, aunque para el resto del mundo esa chica únicamente era una insulsa rata de biblioteca, para sus hermanos, Paula siempre sería la cosita más dulce que habían visto jamás desde que su madre la presentó amorosamente en el hospital a sus hermanos, recordándoles que siempre deberían protegerla.
Por lo visto, los hombres de la casa se tomaron muy en serio esas palabras, y desde el más pequeño y revoltoso de los hermanos, Jeremias, con el que Paula se llevaba solamente tres años de edad, hasta el más serio y mayor de todos, Alejandro, con quien la brecha de edad apenas era de cinco, y, por supuesto, pasando por los encantadores gemelos Julian y Julio, cuatro años mayores que la princesa de la casa, todos y cada uno de ellos sobreprotegían a su querida hermana. Un gesto muy tierno que hacía que Paula se sintiera orgullosa de sus hermanos y los viera a todos como sus héroes durante su infancia, pero también una actitud muy asfixiante para la adolescencia, cuando la que hasta entonces había sido una regordeta niña con gafas en la que nadie se fijaba comenzaba ahora, a los quince años, a mostrar indicios de que se convertiría en una hermosa mujer.
—¡¿Qué se supone que estás intentando hacer, Paula Chaves?! —preguntó Alejandro, bastante enfadado, mientras veía cómo su hermana bajaba torpemente por el árbol que había junto a la ventana de su dormitorio.
—Te dije que había que talar ese árbol —apuntó Julian, mirando irritado cómo su hermana pequeña volvía a utilizar el viejo roble como escalera a pesar de ser tremendamente torpe.
—¡Baja ya de ahí! ¡Te vas a romper el cuello! —gritó exaltado Julio cuando Paula perdió pie durante unos segundos en su alocado descenso.
—¡No! ¡Me niego a bajar si no cambiáis de opinión y me dejáis ir a dormir a casa de mi amiga! —replicó ella, acomodándose finalmente en una de las ramas del inmenso
roble, pensando que, por una vez en la vida, podía ganar a sus testarudos hermanos—.¡No sé por qué tenéis que prohibirme salir si mamá ya me ha dado permiso!
—Porque es muy sospechoso que no hayas hablado de esa fiesta de pijamas hasta el último momento, cuando nuestro padre ha tenido que irse de viaje —contestó Alejandro, sospechando cuáles podían ser las segundas intenciones de su hermana y sus revoltosas hormonas, que a lo largo de su adolescencia los estaban volviendo a todos locos.
—Simplemente se me olvidó —justificó Paula, jugando nerviosamente con su cabello, algo que, sin que ella lo supiera, era un gesto que siempre delataba sus mentiras ante sus hermanos.
—Sí, claro, la chica que siempre tiene sus días programados al detalle, y que incluso lleva nuestras agendas para que no nos olvidemos de nada, no ha recordado la fiesta de su amiga hasta el último momento… —señaló irónicamente Julian, dudando de cada una de las nerviosas palabras que Paula exponía ante ellos.
—Además, ¿se puede saber qué narices llevas puesto? —interrogó Julio, señalando la atrevida indumentaria de su hermana, que hizo que todos y cada uno de ellos fruncieran el ceño a la vez que gruñían su desaprobación.
—¡Por Dios, Julio! ¡Sólo es una camiseta de sport y unos pantalones cortos! — contestó Paula entre suspiros de resignación ante la hipocresía de sus hermanos, pues a éstos les encantaba que las chicas con las que ellos salían lucieran ese tipo de prendas.
—¡La camiseta es demasiado pequeña: enseña el ombligo! Y los pantalones cortos son…
—¡Demasiado cortos! —finalizó Alejandro las indignadas palabras de Julio.
—¡A esto se le llama moda! —protestó Paula ante las intransigentes palabras de sus hermanos, que no la dejaban avanzar en el período de su adolescencia.
—¿Y qué hay de ese mensaje tan provocativo que llevas en ella? —preguntó Julian, exponiendo una nueva queja ante la provocativa vestimenta de su hermana.
—«Soy lo mejor que puede llegar a pasarte en la vida» —leyó Paula, comenzando a pensar que tal vez se había pasado un poco con la elección de su vestuario. No obstante, se negaba a cambiarse de ropa, ya que ése era el mensaje exacto que quería hacer llegar al hombre de sus sueños, que hasta el momento no hacía otra cosa más que ignorarla—. ¡Por Dios! ¡Sólo es el mensaje de una de tantas camisetas hechas en serie! ¡Ni siquiera me fijé en lo que decía cuando la compré! ¡Deberíais sentiros avergonzados por pensar que tengo segundas intenciones, cuando lo único que quiero hacer esta noche es entretenerme con la compañía de mis amigas! ¿Es que ni siquiera vais a dejarme disfrutar de la corta amistad que puedo tener con alguna de las chicas de este pueblo antes de que nos vayamos como siempre hacemos por el trabajo de papá? Sólo quiero salir con mis amigas, y si seguís presionándome con acusaciones infundadas, os acabaré odiando… —declaró apasionadamente Paula, comenzando a mostrar sus falsas lágrimas, algo que nunca fallaba cuando se trataba de sus hermanos.
Pero cuando todos y cada uno de ellos empezaban a arrepentirse de sus actos,Jeremias, que hasta ese momento no había hecho acto de presencia en esa estúpida disputa, sacó la cabeza por la ventana del cuarto de su hermana pequeña y, agitando triunfalmente ante todos los recortes de unas fotos que Paula siempre guardaba con el mayor celo, gritó a pleno pulmón:
—¡Ya sé por qué quiere ir a casa de Elisabeth Alfonso!
Paula escaló lo más rápidamente que pudo el dichoso árbol con la idea de recuperar su preciado tesoro, mientras sus hermanos se adentraban con rapidez en la casa en busca del motivo que explicase el inusual comportamiento de su tierna hermana desde que había cumplido los trece años.
Cuando Alejandro, Julian y Julio entraron en la habitación, hallaron a Paula dando pequeños saltitos mientras Jeremias se burlaba de ella alejando los papeles de su alcance.
Alejandro, decidido, le arrebató los recortes de periódico a su hermano y les mostró a los gemelos lo que en éstos había.
—Es Pedro Alfonso, uno de mis compañeros de clase, al que persiguen todas las tontas del instituto. Nunca creí posible que mi hermana fuera una de ellas… —opinó Jeremias, burlándose de los ilusos sueños de amor de Paula.
—No me gusta —declaró Alejandro, frunciendo el ceño ante la vista de un perfecto alumno al que él nunca podría llegar a parecerse.
—¿Por qué? Si es perfecto… —cuestionó Paula, demostrándole lo inocente que aún era.
—Porque los hombres perfectos no existen —repuso Alejandro categóricamente, arrugando los papeles que tanto reverenciaba su hermana para, a continuación, arrojarlos furiosamente al suelo.
Y, cuando todos creían que la dulce y tímida niña a la que adoraban comenzaría a llorar como siempre hacía cuando veía que sus ilusiones se desvanecían ante sus ojos, Paula los sorprendió a todos gritando a pleno pulmón:
—¡Mamá! ¡Jeremias ha suspendido su último examen, Julian y Julio quieren dejar la universidad y a Alejandro lo han despedido del trabajo!
Asombrados, los hermanos, que continuamente confiaban sus problemas a su sabia y dulce hermanita, que siempre les mostraba su más sincero apoyo, vieron cómo cada uno de sus secretos eran vilmente desvelados a la persona que más temían: su madre.
Danna Chaves no tardó en irrumpir furiosamente en la saturada habitación, fulminó a cada uno de sus hijos con una de sus aterradoras miradas y luego tan sólo gritó airadamente:
—¡Vosotros! ¡A la cocina!
Ése era el lugar indicado para cada una de las disputas familiares que se llevaban a cabo en la familia Chaves.
—¡Pero, mamá, Paula te está engañando! ¡Sólo quiere ir a casa de Elisabeth Alfonso para ver a uno de los hermanos de su amiga, del que está encaprichada!
—¿El alocado Daniel Alfonso? —preguntó Danna, temiéndose lo peor al ver el gesto desaprobador de sus hijos.
—No, mamá, a mí el que me gusta es Pedro —confesó Paula mientras cogía su saco de dormir y se lo echaba al hombro para acudir a la irrenunciable cita que tenía con el amor de su vida.
—¡Mamá! ¿No tienes nada que decirle? —protestó irritado Alejandro mientras veía cómo su hermana pasaba junto a él para ir a casa de su amiga.
—¡A por él! —animó Danna a su hija, consiguiendo que ésta mostrara una bonita sonrisa.
Después de que Paula se fuera, simplemente arrastró a sus celosos vástagos hasta la cocina, donde tendría nuevamente una seria conversación sobre lo que podían y no podían prohibirle a su hermana.
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