jueves, 31 de mayo de 2018

CAPITULO 89




—¡No me gustas! —le dijo a Nicolas un molesto niño que acababa de llegar de la casa de enfrente mientras éste mantenía su nariz sumergida en su libreta en busca de una solución a su dilema de qué hacer para volver a unir a sus padres.


—No eres el primero que me dice eso —replicó, dedicándole una leve mirada a ese molesto chico un año mayor que él antes de seguir con sus importantes asuntos.


Todo parecía ir a la perfección cuando su madre había decidido mudarse a Whiterlande, el lugar donde se hallaba su papá, pero ahora, aunque sus padres vivían muy cerca el uno del otro, parecían decididos a ignorarse, y Nicolas no sabía cómo hacer para juntarlos y que se convirtieran en la familia feliz que siempre deberían haber sido.


¿Te gusta Helena? —preguntó insistentemente el niño, fulminando de nuevo a Nicolas con la mirada.


—¡Puaj! —exclamó él ante tan estúpida idea.


—¡No te acerques a ella, pienso convertirla en mi novia cuando crezcamos! — manifestó orgullosamente el desconocido.


—¡Doble puaj! —replicó Nicolas, demasiado ensimismado con sus preocupaciones.


—¿Qué haces, Roan? No estarás molestando a otro niño por tu estúpida idea de casarte conmigo, ¿no? ¡Ya te he dicho que no pienso ser tu novia! —advirtió Helena molesta, mientras salía de casa de su abuela con una limonada que le ofreció amablemente a Nicolas y por la que éste se ganó una nueva mirada amenazante por parte del celoso crío.



—¡Y yo te he dicho que eso ya lo veremos cuando crezcas! —señaló enfadado Roan mientras se cruzaba de brazos, decidido a llevar la razón aunque tuviera que esperar años para demostrarlo—. ¿Quién es éste? —preguntó entonces, señalando despectivamente a Nicolas.


—¡Hombres! —exclamó Helena mientras ponía los ojos en blanco y alborotaba presumidamente con una mano sus rizados cabellos en una perfecta imitación de su madre—. Éste es mi primo Nicolas.


—No sabía que tuvieras un primo… —comentó Roan, receloso, sin saber si creerse las palabras de la niña.


—Y yo tampoco —coincidió ella.


Y, sin aclararle nada más al confundido chico, se sentó al lado de Nicolas en el viejo banco del porche de casa de sus abuelos. Por supuesto, Roan no permitió que lo dejaran de lado y ocupó un lugar entre los dos.


—No sé cómo hacerlo para que mis padres vuelvan a hablarse… Creí que, cuando mamá se mudara aquí, todo sería mejor, pero papá la ignora y ella no se atreve a acercársele —confesó Nicolas, totalmente perdido, apartando a un lado su libreta sin que ésta le diera una solución, por primera vez en su vida.


—Creo que es el momento de que intervengas y les recuerdes a tus padres lo maravillosos que son cada uno de ellos. O, por lo menos, eso es lo que yo hago cuando mis padres se pelean —opinó Helena.


—Sí, pero ¿cómo me acerco a mi padre sin que sospeche de mis intenciones?


—¿Quién es tu padre? —intervino Roan, dándose cuenta finalmente de que ese niño no era un obstáculo para él.


Pedro Alfonso —afirmó Nicolas en voz alta y con orgullo.


—Entonces lo tienes muy fácil para llamar su atención: simplemente ponte enfermo.


—¡Ésa es una maravillosa idea, Roan! —exclamó Helena, abrazando efusivamente a su amigo.


Y, mientras esto ocurría, una estúpida sonrisa de satisfacción surgía en el rostro de ese niño enamorado.


—¡Pero no estoy enfermo! —se quejó Nicolas.


—Entonces miente como hacemos todos en alguna ocasión —declaró despreocupadamente Helena.


Y, dando la cuestión por zanjada, se levantó del viejo banco y cogió la mano de cada uno de sus amigos para comenzar esos juegos infantiles donde los niños olvidaban todas sus preocupaciones.






CAPITULO 88




Alan desconocía por qué motivo el último antojo de su mujer había sido que interrumpiera las merecidas vacaciones que Pedro se había tomado tras esa espantosa fiesta de exalumnos. Intentó explicarle a Eliana que era muy normal que un hombre quisiera lamer sus heridas en silencio y alejado de todos, pero su impertinente doña Perfecta no estaba dispuesta a permitir eso.


Seguramente Pedro estaba en perfectas condiciones, ya que en alguna que otra ocasión se había comunicado con él para burlarse de Daniel y de las estupideces que éste hacía al intentar conquistar a la mujer de la que finalmente se había enamorado.


Cuando Alan se adentró en la casa de su amigo no vio nada fuera de su sitio: todo estaba en su lugar, todo limpio y jodidamente ordenado. «¿Cómo mierdas hace para mantenerlo todo así?», se preguntó con cierta envidia, ya que cuando él mismo se encargaba de alguna tarea de la casa, todo quedaba hecho un desastre. Aunque lo cierto era que su pequeña Helena casi siempre colaboraba para que así fuera.


Todo parecía estar en orden, así que Alan gritó el nombre de su amigo por toda la casa. Al ver que Pedro no daba señales de vida, se dispuso a marcharse, hasta que recordó el pequeño gimnasio que Pedro tenía en el desván y al que siempre acudía cuando estaba enfadado o bastante estresado, para desahogarse con el saco de boxeo.


Tras subir la escalera no tuvo dudas de que, una vez más, había actuado bien al hacerle caso a su mujer… Aunque eso era algo que, por supuesto, nunca le reconocería a Eliana.


La habitación estaba hecha un desastre: había restos de comida y latas por todos lados, ropa tirada de cualquier modo, la papelera contenía una decena de botellas vacías, y lo más chocante de todo: su amigo había colocado un pequeño peluquín pelirrojo sobre el saco de boxeo, un saco que no cesaba de golpear furiosamente una y otra vez mientras nombraba a los hermanos de Paula.


—Aunque no puedo decir que lo que estás haciendo sea muy sano, por lo menos no estás hecho una mierda —opinó Alan, sujetando el saco de su amigo como tantas veces había hecho en el pasado.


—La primera semana estuve hecho una mierda —dijo Pedro, señalando el montón de botellas de la papelera—. En ésta he decidido apagar mi ira recordando a alguno de los hombres que más me han fastidiado en la vida. Para mi desgracia, son pelirrojos, y en algún momento no puedo evitar pensar en ella.


—¿Sabes una cosa? Paula ha alquilado una de las casas de tu padre…


—No lo sabía. Ni me importa… —replicó Pedro, golpeando con más furia el saco de boxeo.


—También ha inscrito a Nicolas en el colegio del pueblo y en estos momentos está buscando trabajo. Creo que esta vez ha venido decidida a quedarse.


—Eso no durará —declaró Pedro molesto, recordando lo rápido que Paula siempre había huido de su lado.


—Pues ya lleva dos semanas de más aquí.


—¡Perfecto! Si has venido para informarme de eso, ya puedes largarte. Has cumplido con tu cometido —dijo Pedro, señalándole la salida a su amigo.


—Solamente he venido porque me ha mandado tu hermana —respondió Alan mientras soltaba el saco de boxeo—. Ya sé lo poco que te agrada que tus amigos metan las narices en tu vida personal, Pedro, aunque en ocasiones eso es algo que deberías permitir que hicieran. Por lo menos, para ayudarte a arreglarla —manifestó Alan antes de dejar nuevamente a su amigo con su furiosa soledad.


—¡Esta vez pienso rehacer mi vida, y nada de lo que hagas me hará cambiar de opinión, Paula! —afirmó Pedro, dejando salir su rabia en una mentira que ni él mismo se acababa de creer.



CAPITULO 87




Habían pasado varios días desde que había hecho el ridículo más grande de mi vida delante de esa mujer, una mujer que me había demostrado que no me amaba en absoluto.


Se suponía que hoy tendría que regresar a su hogar, desaparecer nuevamente de mi vida como siempre hacía. 


Pero en esa ocasión yo no iría detrás de ella, no trataría de impedir que se alejara y, cuando lo hiciera, no seguiría esperando por alguien que solamente había pensado en mí para vengarse.


Todo eso me ocurría por fingir ser un niño bueno cuando en verdad siempre había sido un canalla. Aquella noche, en la que al fin abrí los ojos, había sido ilusamente planeada por mí hasta en los menores detalles para cumplir todos los deseos de Paula…, sólo para darme cuenta luego de que su único deseo era hacerme sufrir.


Mientras yo la había estado esperando durante todos esos años, ella nunca lo había sabido debido a la intervención de su familia, y otra vez más había hecho el ridículo más enorme. ¡Y pensar que cuando volví a verla solamente pensé en tenerla de nuevo entre mis brazos y sujetarla bien fuerte para que no volviera a marcharse! Y, claro, mientras a mí me preocupaba cómo podría volver a enamorarla, ella planeaba cómo hacerme pedazos antes de retornar a su monótona vida en brazos de su aburrido prometido. ¿Es que no podía aprender de una vez que ella no me amaba, que yo nunca le había importado lo bastante como para quedarse a mi lado?


Pensé que la última noche que pasamos juntos había significado algo para ella, que sus caricias y sus promesas esta vez eran verdaderas, pero, al parecer, Paula se había vuelto una mujer falsa a la que le gustaba jugar con los hombres, mientras que yo me había vuelto un idiota porque, a pesar de todo, aún ahora deseaba que ella permaneciera a mi lado.


No sabía si podría perdonarla, ni cuándo, ni siquiera si lo merecía… Lo único que deseaba era que mañana Paula siguiera allí, en un lugar donde siempre pudiera encontrarla. 


Así pensaba, tristemente, mientras daba un nuevo sorbo a mi bebida y trataba nuevamente de esforzarme por olvidar a la mujer de mi pasado que nunca había podido borrar de mi mente ni de mi estúpido y dolorido corazón.



****


—¿Cómo que te quedas en ese pueblo? ¿No se suponía que deberías haber regresado hace una semana? ¿Y tu trabajo? ¿Y tu familia? ¿Y ese penoso y lastimero individuo que supuestamente es tu prometido? ¿Qué pasa con todo eso? —preguntó un exaltado Alan a su hermana después de recibir la impactante noticia por teléfono.


—Lo he decidido, Alan: me voy a quedar en Whiterlande, y nada de lo que digáis me va a hacer cambiar de opinión —afirmó Paula, muy molesta al recordar todo lo que sus hermanos le habían ocultado durante esos años.


—Lo haces por él, ¿verdad? ¡Seguro que has vuelto a encontrarte con ese niño bonito y has caído nuevamente en sus garras! —exclamó Alan, pasándole el teléfono a Julio para que éste tomara su lugar en la reprimenda que su hermana merecía en esos instantes por caer neciamente una vez más entre los brazos de aquel hombre.


—Recuerda todas las veces que te ha hecho llorar…


—¡Y cómo jurabas no volver a caer en sus mentiras! —añadió Julian, tomando el relevo de su hermano gemelo.


Cuando el teléfono pasó a manos de Jeremias, éste simplemente negó con la cabeza y se quedó en silencio.


—¿Desde cuándo os peleabais con Pedro? —preguntó Paula, decidida a enfrentarse a sus hermanos por el hombre al que estaba perdiendo poco a poco debido a las mentiras que siempre se interponían entre ellos.


—Desde que comenzó a fijarse en ti —contestó Jeremias, sabiendo que su hermana finalmente merecía conocer la verdad.


—¿Y eso cuándo fue?


—En el instituto. Nos peleábamos innumerables veces y él siempre nos decía arrogantemente lo mismo: que aunque no eras suya en ese momento, algún día lo serías. Pero ésas no fueron las únicas ocasiones…


Paula se tapó la boca con la mano y acalló los sollozos que pugnaban por salir a causa de todas las oportunidades que había desperdiciado para estar junto a Pedro.


—Cuando trabajabas en el hospital, intentó hablar contigo. Pero nosotros lo encontramos antes que tú, y él ya te había hecho demasiado daño como para que le permitiéramos que se acercara nuevamente a ti —confesó Jeremias, confirmando así que Pedro había sido muy persistente en demostrar su amor.


—¿Borrasteis alguna vez algún mensaje de Pedro de mi teléfono móvil? —preguntó Paula, aterrada por la posible respuesta, ya que de ser afirmativa no sabía si podría llegar alguna vez a perdonar a sus hermanos.


—Sí… Uno en el que te decía que te amaba y que, como siempre que te buscaba, no lograba hallarte, te esperaría en Whiterlande hasta que regresaras a él.


—Y eso… ¿cuándo fue? —continuó ella con un hilo de voz, dispuesta a averiguar cuánto tiempo había estado esperándola Pedro.


—El día que nació Nicolas.


Paula se quedó consternada ante las consecuencias de lo que su hermano Jeremias le estaba revelando. Tras reflexionar unos segundos, tomó su decisión:
—Me voy a quedar en Whiterlande. Intentaré recuperar al hombre al que amo.


—Lo sé —anunció Jeremias escuchando por una vez los deseos de Paula.


—¿Sabéis el daño que me habéis hecho? ¿Os hacéis siquiera la menor idea? ¿Por qué lo hicisteis? —preguntó ella sin poder excusar las acciones de sus hermanos.


—Porque queríamos proteger a nuestra hermana y creíamos que estábamos haciendo lo mejor para ti.


—No sé si podré perdonaros algún día lo que me habéis hecho… Solamente sé que, de momento, no puedo estar a vuestro lado.


—Lo entiendo. Pero recuerda que, por muy idiotas que seamos, siempre seremos tus hermanos y siempre querremos protegerte —contestó Jeremias poco antes de que su hermana colgara el teléfono sin tan siquiera despedirse.


»Creo que al final hemos sido nosotros quienes más dolor le hemos causado a Paula, a pesar de nuestro afán de protegerla de todo daño —declaró Jeremias dirigiéndose a sus silenciosos hermanos, que finalmente se daban cuenta de que, aunque sus intenciones siempre habían sido buenas, sus acciones no siempre habían sido las más acertadas.


—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Alan, sin poder resignarse a perder a Paula, a la que siempre había adorado.


—Simplemente, esperar a que ella nos necesite —replicó Jeremias, zanjando la cuestión de cómo traerla de vuelta a un hogar al que ya no deseaba regresar.