sábado, 26 de mayo de 2018
CAPITULO 72
Desde la pasada noche, en la que discutí con Pedro delante de su familia, no me había ido nada bien: a mi hijo no le había gustado en absoluto enterarse tan de repente de mi decisión de casarme con Octavio, y aunque ésta aún no fuese firme, Nicolas no hacía otra cosa más que reprenderme con sus miradas de disgusto una y otra vez.
Miradas que en ocasiones se parecían demasiado a las de Pedro y me hacían rememorar las palabras que él había dicho.
¿De verdad Pedro se había preocupado por mí a lo largo de los años? ¿Realmente había pensado en mí en alguna ocasión? ¿Me había estado esperando todo ese tiempo en Whiterlande, tal y como él aseguraba? ¿O no eran más que un montón de mentiras con las que pretendía hacerme caer entre sus brazos de nuevo? Con Pedro era todo siempre tan confuso…
Pensé y pensé una vez más y, mientras lo hacía, le dirigí una furiosa mirada al hombre que había decidido torturarme esa mañana haciéndome participar en todos los eventos deportivos que yo tanto detestaba. Siempre que los dos organizadores formaban un equipo, elegían a diferentes alumnos para constituirlos y, cómo no, ante las odiosas miradas de esas arpías, Pedro siempre me escogía, mostrando abiertamente su predilección por mí y haciendo que todas y cada una de las mujeres que me rodeaban volvieran a odiarme tanto como en mi maravillosa adolescencia. Aunque con esto la verdad es que se cumplía otro más de los requisitos de mi carta: que él me eligiera a mí por encima de ninguna otra… No obstante, en honor a la verdad, la forma en la que se estaba cumpliendo ese requisito no me agradaba en absoluto.
—Elijo… pues…, no sé…, a Paula Chaves, por ejemplo.
—¡Venga ya, otra vez no! —murmuraron algunas de las espantosas mujeres que me rodeaban.
—¡Paquete! —gritaron otras, sin molestarse en susurrar siquiera su disgusto porque yo hubiera caído en su equipo.
Algo que, simplemente, me ponía furiosa porque yo ya sabía que era un desastre en los deportes y no hacía falta que ninguna me lo recordara para que me diera cuenta de que la elección de equipos, sin duda, había sido un error.
—¡Vamos, Pedro! Será mejor que la pequeña Paula descanse un poco. Después de todo, los deportes no son lo suyo… —apuntó Mabel mientras se agarraba posesivamente de su brazo para reclamar su atención a la vez que me miraba por encima del hombro, ya que ella siempre había sido toda una atleta.
Antes de la afirmación de esa mujer tal vez habría estado dispuesta a tomar su comentario como una excusa para largarme de allí, pero como no me agradaron nada las caricias que le dedicaba a Pedro ni su tono de superioridad, me enfrenté a ella y, con decisión, declaré mi intención de participar en uno de los deportes que más odiaba.
—Todavía no estoy cansada, Mabel. No me importaría jugar un partido de voleibol —dije recibiendo solamente suspiros de desazón por parte de mis compañeras de equipo.
—Entonces te dará igual jugar en mi equipo esta vez, ¿verdad? —ofreció ella, sonriendo con falsedad.
Y, con la misma falsedad, acepté abiertamente su invitación.
—Claro que no.
Para mi desgracia, si de por sí ya era bastante lamentable en el juego, me volví aún más torpe cuando, tras la marcha de Pedro, que llevaba a una de mis compañeras a la enfermería, las mujeres decidieron conversar despreocupadamente sobre las posibilidades que tenían cada una de ellas de atrapar a uno de los solteros más apetecibles del lugar mientras seguían el juego. Algo que me enfureció y me distrajo demasiado como para pretender fingir que solamente estaba tratando de dar lo mejor de mí en el partido, porque ese hombre del que hablaban no era otro que Pedro.
—Creo que, ahora que hemos vuelto a encontrarnos con él, todas tenemos posibilidades de llamar su atención —declaró una de mis excompañeras, presumiendo de figura.
—Eso es verdad. Después de todo, Pedro no ha salido con ninguna de nosotras — apuntó la que sacaba en ese momento.
Yo me aparté de la trayectoria del balón mientras sonreía pensando que, si esas idiotas supieran los encuentros que Pedro y yo habíamos mantenido a lo largo de los años, sin duda se darían cuenta de lo estúpidas que eran todas y cada una de sus conclusiones.
—Yo creo que en realidad nunca nos ha prestado atención porque estaba enamorado de una de nosotras y nunca lo dijo —opinó Mabel después de reprenderme por no golpear el balón.
—No sé, eso es muy retorcido. ¿Por qué no iba a decir algo así?
—Tal vez porque es tímido —insinuó otra.
Yo apenas pude disimular una risita en medio de una falsa tos ante la idea de un Pedro tímido, así que volví a fallar a la hora de golpear el balón.
—¡Por Dios, Paula! ¿Tan difícil es sacar de fondo? —preguntó airadamente Mabel. Luego, despreocupándose de mí, anunció algo que me hizo enfurecer—: Os advierto desde ya que la que más posibilidades tiene con Pedro soy yo. Después de todo, él y yo ya nos hemos acostado…
«Eso no es nada: yo tengo un hijo suyo», pensé, queriendo gritárselo a todas esas mujeres que lo perseguían. Pero como ése era un secreto demasiado personal como para airearlo ante esas cotillas pretenciosas, simplemente guardé silencio. Eso sí, decidí acabar rápidamente con esa molesta conversación y ese estúpido partido en el que no había querido participar desde un principio.
—¿En serio? ¡Cuéntanos, Mabel! ¿Cómo fue? —preguntaron las cotillas.
—Pues veréis…
Y ése fue el preciso momento en el que yo, al fin, golpeé el balón. Pero con tan mala fortuna que salió despedido hacia Mabel, impactando con fuerza contra mi molesta compañera de equipo y acabando abruptamente con su relato.
—¡Paula, será mejor que descanses un rato! —me recomendaron mis compañeras, tratando de alejarme de cualquier actividad deportiva que las pusiera en peligro únicamente porque yo participara.
—Sí, será lo mejor —convine con una sonrisa tan maliciosa como la que Pedro me había mostrado en más de una ocasión.
—Deberíamos llevar a Mabel con un médico —propuso una de ellas, suspirando ante la idea de llevarla a la consulta de cierto médico al que, indudablemente, esas mujeres en celo iban a buscar.
—No os preocupéis: yo soy enfermera. ¡Dejadlo en mis manos! —intervine, preocupando a más de una cuando me llevé a Mabel conmigo para aplicarle mis cuidados.
Sin embargo, ninguna se atrevió a replicarme.
¿Por qué sería? A lo mejor porque todavía quedaba toda una tarde por delante, llena de actividades, en las que yo aún podía decidirme a participar…
CAPITULO 71
—¿Me pasas la sal, por favor? —le pidió Pedro a Paula.
No dejaba de encontrar más que continuos impedimentos ante sus intentos de conquistar nuevamente a esa mujer. El mayor de todos se había sentado entre ellos dos y lo miraba bastante molesto mientras permanecía atento a cada uno de sus movimientos, que no podían ser muchos, ya que el mocoso no lo dejaba ni respirar cerca de su madre.
—Bueno…, y dinos, Paula: ¿te quedarás por mucho tiempo en Whiterlande? — preguntó Sara Alfonso, intentando ayudar a su hijo mayor formulando las preguntas que él no se atrevía a realizar.
—Sólo pedí una semana en el trabajo, así que cuando finalicen los eventos de la reunión de antiguos alumnos me quedaré un par de días más con Eliana, tal y como le prometí, y luego me marcharé.
—Cómo no, tú siempre corriendo de un lugar a otro… —comentó irónicamente Pedro, haciendo que Paula lo fulminara con la mirada mientras el curioso Nicolas permanecía atento a esa discusión.
—¿Tiene algo de malo que me guste acompañar a mi familia en sus viajes?
—No, pero me pregunto cuándo dejarás de seguir como un corderito a tus hermanos y te decidirás a vivir tu vida de una vez por todas —replicó Pedro, bastante irritado con aquella empecinada familia, que siempre le robaba a Paula y la alejaba de su lado.
—No te preocupes: cuando me case, dejaré de viajar con mis hermanos. Después de todo, no creo que a mi marido le guste que esté lejos de él.
Al oír eso, Nicolas miró a su madre con espanto, ya que la mera idea de que el aburridísimo sujeto que últimamente la acompañaba pasase a ser su papá era mucho más terrible que la posibilidad de que Pedro Alfonso resultara ser su verdadero progenitor.
—Así que te vas a casar… Cuéntame: ¿cómo es él? —interrogó Pedro, dedicándole una de sus maliciosas sonrisas para, a continuación, recordarle las palabras que habían salido de sus labios en una ocasión—. ¿Es inteligente y amable con todos? Sin duda tendrá un trabajo excelente que realizará a la perfección y adorará a tu familia y…
—No, pero siempre se preocupa por mí —lo interrumpió Paula, recordándole lo que siempre había deseado que él hiciera.
—Eso es algo que hacemos todos, Paula. Aunque tú, como siempre, apenas te das cuenta —declaró Pedro, alejándose molesto de la mujer que amaba, que, una vez más, permanecía ciega frente a sus más profundos sentimientos.
Cuando abandonó la mesa todo quedó envuelto en un profundo silencio, que Alan rompió recordando algunas de las jugarretas que le hacía a su mujer cuando ambos eran pequeños.
Todos fingieron no haber oído la discusión entre Paula y Pedro, que sin duda tenían una historia más complicada de la que todos imaginaban.
****
Durante la comida, Nicolas había seguido la conversación entre su madre y Pedro como si de un partido de tenis se tratase: ambos se turnaban para decirse cosas que molestaban al otro y cuyo significado solamente ellos sabían.
El chiquillo no pudo seguir ignorando el hecho de que, aunque a él no le gustase Pedro, quizá ese hombre fuese su padre. De hecho, era el que más se ajustaba a la descripción que sus tíos le habían facilitado en una ocasión, y por la forma en que no dejaba de mirar a su mamá, nadie podría decir que a él no le gustaba ella.
Se apresuró a terminarse el postre para poder dirigirse al salón, donde Pedro simulaba ver un partido de fútbol americano, aunque en verdad solamente contemplaba sin ver la pantalla de la televisión, sumido en sus pensamientos.
Sin darle tiempo a escapar, Nicolas se sentó a su lado y a continuación sacó su libreta y comenzó su asedio a su último candidato.
—Señor Alfonso, ¿cómo se describiría a sí mismo?
—Mira, chaval, en estos momentos no estoy de humor para contestar a tus preguntas —contestó Pedro, mesándose los cabellos un tanto desesperado porque se le estaba agotando el poco tiempo que tenía para estar junto a Paula.
Pero cuando giró el rostro y vio el gesto lastimero del niño, no pudo evitar tomar parte en el extraño juego que éste se traía entre manos desde que había llegado a Whiterlande.
—¡Está bien! Vamos a ver…, ¿cómo me describiría...? —murmuró pensativamente y, tras beber un trago de su fría cerveza, se reclinó en el sofá y decidió que, para variar, sería tan sincero con ese niño como no lo había sido con ninguna otra persona—: Soy un hombre engañoso, bastante malicioso e impertinente. Aunque esto es un secreto y no muchos lo saben.
—Entonces ¿cómo lo describirían otras personas? —preguntó Nicolas, cada vez más nervioso al ver que las respuestas de Pedro parecían coincidir con la información que él había recopilado.
—Todo Whiterlande me describiría como un niño bueno; tu madre, como un canalla, y tus tíos sin duda dirían que soy como un grano en el culo del que nunca pueden deshacerse.
—¿Por qué diría mi mamá que es usted un canalla? —quiso saber el crío.
—Porque, para mi desgracia, cuando me enamoro me comporto como un tonto, y nunca me porté muy bien con ella. ¿Y sabes lo peor? Nunca pretendí hacerle daño, sólo quería que ella fuera la única que me conociese de verdad y que, aun así, se enamorara de ese hombre al que no muchos llegan a conocer. Pero, como siempre, todas prefieren al niño bueno, aunque sea tremendamente aburrido —respondió finalmente Pedro con sinceridad. Y, decidiendo que ya había recibido bastantes impertinencias tanto de la madre como del hijo por ese día, preguntó burlonamente antes de disponerse a salir de la casa—: ¿Qué, chaval? ¿He aprobado tu examen?
—Sí… —susurró Nicolas, viendo cómo su padre se alejaba y, sin saber aún por qué, éste no lo reconocía.
Nicolas sintió que una lágrima le caía por su desolado rostro.
—¡Ése también es mío! —exclamó en ese momento Helena, adentrándose en el salón a la carrera tras haberse terminado rápidamente el postre para reprender al repelente niño que siempre intentaba apropiarse de lo que era suyo, esta vez de su adorado tío Pedro, al cual Helena señalaba posesivamente mientras se alejaba de ellos.
Sin embargo, sus protestas cesaron en cuanto vio el rostro lloroso de Nicolas, y susurró —: No llores, te lo presto…
—Pero ése no puedo devolvértelo —replicó el chiquillo, enfrentándose a la molesta niña que siempre lo irritaba. Y, tras limpiar decididamente las lágrimas de su rostro, anunció—: Porque ése es mi papá, aunque parece que él todavía no lo sabe.
CAPITULO 70
Por suerte para Pedro, los eventos deportivos de esa irritante reunión finalizaron pronto, y tras discutir con Paula pudo marcharse a desahogar su mal genio con el saco de boxeo que tenía en su apartamento. Mientras lo golpeaba despiadadamente, no pudo evitar pensar en cada uno de los fastidiosos pelirrojos que siempre se entrometían en su vida.
Ahora comprendía por qué no había recibido nunca ninguna respuesta de Paula a sus palabras de amor, ni una sola llamada, ni una carta, ¡nada! Ahora sabía por qué ella no había ido a buscarlo en ningún momento a lo largo de todos los años que él había permanecido aguardando, con esperanza primero, con impaciencia más tarde y, finalmente, con desilusión y amargura.
Todos esos años perdidos entre ellos por culpa de unos idiotas sobreprotectores que, una vez más, se habían interpuesto en su camino creyendo saber qué era lo que más le convenía a su querida hermanita… Y ahora, cómo no, Paula no creía ni una sola de sus palabras, y de nada le serviría volver a confesarle o insistir en las palabras que había dicho hacía años, cuando ahora todo lo que dijera sería descartado como una mentira.
—¡Malditos pelirrojos, hijos de…! —gritó, mostrando con sus puños lo que quería hacerle a cada uno de esos hombres que siempre se entrometían en su relación con Paula.
—¡Sí, señor! ¡La mejor manera de conquistar a una mujer sin duda es noquearla! — bromeó Alan mientras entraba en la habitación de su inquieto amigo.
—¿Qué haces aquí? Si te di las llaves de mi casa fue para que las utilizaras cuando hubiera alguna emergencia.
—Y la hay: en estos momentos tu hermana te ha designado persona non grata en su hogar y te ha declarado la guerra. Y, de paso, me ha vuelto loco a mí con sus quejas. Así que, como tú eres el responsable de todo, pensé que o lo arreglas con tu hermana o me vengo a vivir contigo. Tú eliges.
—¡Perfecto! ¡Por si no tenía bastante con su familia, ahora también se mete la mía! —se quejó Pedro, propinándole un contundente golpe al pobre saco de boxeo.
—¿Por qué no hablas con tu hermana y le cuentas lo que ocurre entre Paula y tú? Así, de paso, te desahogarás y yo podré enterarme también de algo…
—¿Tal vez porque esta historia es sólo entre Paula y yo? —ironizó Pedro sin dejar de airear su enfado con cada uno de sus golpes.
—¿En este pueblo? ¿Tú estás loco? Por mucho que te empeñes en ocultarlo, muy pronto estarás en boca de todos. Y, tarde o temprano, tu nombre ocupará el mismo lugar en el que un día estuvo el mío: en la pizarra de Zoe, con la que entretiene con alguna que otra inusual apuesta a ese mar de cotillas que es Whiterlande.
—Estoy esperanzado acerca de que el idiota de Daniel y su romance con esa adinerada abogada los mantenga lo bastante distraídos como para que se olviden de mí.
—Créeme si te digo, Pedro, que esos chismosos pueden centrar su atención en más de una apuesta a la vez. Yo no contaría con ello.
—¡Pues yo no estoy dispuesto a aparecer en esa estúpida pizarra, Alan! Además, mi historia de amor es bastante jodida y no me apetece que nadie se entere de ella.
—Claro… Como la de todos, Pedro. Cuando te apetezca desahogarte, Daniel y yo te estaremos esperando para escucharte.
—Di más bien para correr a hacer alguna apuesta sobre mí en el bar de Zoe.
—¿De qué te quejas? Tú iniciaste una sobre Daniel la semana pasada. ¿Es que esperabas librarte de salir en la pizarra de Zoe?
—Sólo espero resolverlo todo antes de aparecer en ella. E intento que nadie se entrometa en mi vida —anunció Pedro, fulminando a su amigo con la mirada.
—Alégrate de que algunas veces los amigos nos entrometamos —respondió Alan con una sonrisa. Y, mientras se alejaba de él, comentó con una ladina sonrisa—: Ya sabía yo que había venido a hacer algo más, además de a fastidiarte: tu madre me ha enviado para decirte que celebra una cena familiar en su casa, en la que sin duda alguna, la invitada de honor será Paula. Así que no vayas a perder la oportunidad de estar a su lado y usar bonitas palabras para conquistarla.
Cuando Alan se marchó, Pedro decidió que su enfado ya había disminuido lo suficiente como para volver a enfrentarse a aquella pelirroja que siempre lo volvía loco. Y, mientras se dirigía hacia la ducha, se preparó para seguir, aunque fuese por una sola vez en la vida, los consejos de su alocado amigo y cuñado Alan, y trató de recordar algunas hermosas frases que tal vez debería recitar al oído de Paula para volver a llamar su atención.
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