Sentada en mi cama sentí curiosidad por la invitación que Jeremias había dejado en mis manos. Me extrañé al ver que provenía de Whiterlande, el apacible pueblo en el que un día dejé atrás todos mis sueños de adolescencia.
Cuando la abrí, vi que era para una de esas estúpidas reuniones de exalumnos con las que los adultos se juntaban en el instituto una vez más para presumir sobre lo que habían conseguido en la vida, o para recordar los buenos momentos del pasado. Como ninguno de los dos era mi caso, pensé dejarla de lado hasta que vi una nota añadida a la tarjeta con un escandaloso «¡¡LLÁMAME YA!!» firmado por mi amiga Eliana. Dudé sólo un momento en obedecer la impertinente nota de mi amiga, ya que sabía que, si no lo hacía, pronto recibiría una reprobadora llamada suya.
—¿La has recibido? ¡Dime que la has recibido! —exclamó mi exaltada amiga sin apenas saludarme al contestar a su teléfono móvil.
—Si te refieres a esa estúpida invitación para la reunión de exalumnos, sí, la he recibido. He visto tu sutil petición y por eso mismo te llamo. Pero no pienso ir…
—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó ella muy sorprendida ante mi negativa de volver al lugar que tan malos recuerdos me traía.
—Eliana, no tengo un buen recuerdo de mi época en el instituto.
—¿Eh? ¿Y yo qué? —preguntó ella, ofendida por mi respuesta.
—Tú eres el único recuerdo agradable que tengo de mi estancia allí, eres la única que me defendía de las estúpidas jugarretas que siempre me hacían.
—En serio, aún no entiendo por qué todas esas chicas te odiaban —comentó Eliana confusa, sin imaginar nunca el gran número de admiradoras que sus hermanos podían haber llegado a acumular en el instituto, ya que en esos días ella solamente tenía ojos para el salvaje de Alan Taylor.
—Yo tampoco —mentí, pues no quería confesarle la verdad: que en esa época yo era una más de las alocadas chicas que iban detrás de uno de sus hermanos.
—Deberías volver y refregarles por las narices a algunas de esas mujeres tu gran éxito y…
—Eliana, sólo soy enfermera en un pequeño hospital de Houston.
—¡Pues ya haces más que algunas de las vacas de aquí, que solamente saben ir detrás de mis hermanos! Además, estoy esperando mi segundo hijo y me encuentro muy sensible estos días… ¡Quiero que mi amiga esté junto a mí y que esta vez sea la madrina de mi pequeño! ¡Así que no puedes negarte, Paula!
—Eliana…, verás…, nunca he querido decírtelo, pero… —Dudé unos instantes. Tal vez ya era hora de confesarle la relación que había mantenido con Pedro, pero aún no me sentía capaz de hacerlo—. Hay un hombre con el que me he ido encontrando a lo largo de los años y que me ha hecho sufrir mucho. Ese hombre vivía en Whiterlande, y tal vez se encuentre allí cuando yo vaya.
—No te preocupes por eso: ¡mis hermanos te protegerán! —manifestó Eliana, decidida a que yo fuese junto a ella.
Al oír la respuesta de mi amiga, me golpeé con desesperación la frente con la palma de la mano. Luego me tumbé en mi cama para ver cómo le explicaba a Eliana que esa respuesta no me tranquilizaba en absoluto sin confesarle que el hombre en cuestión era su hermano mayor.
—No es eso, es que no quiero volver a cruzarme con él. Cada vez que nos encontramos vuelvo a cometer el mismo error de caer en sus brazos y luego no puedo olvidarlo.
—¡Claro que no! ¡Porque dejas que él juegue contigo! Lo que tienes que hacer es jugar tú con él y luego dejarlo tirado, seguro que así se vuelven las tornas y esta vez es él quien no puede olvidarse de ti.
Aunque muchas veces las ocurrencias de Eliana parecían algo alocadas, en esta ocasión esa idea concreta se hizo un hueco en mi mente, la cual me decía que tal vez esa solución fuera la acertada para poder alejar al fin el fantasma de ese hombre de mi mente.
—¿Y tú cómo lo harías, Eliana? —pregunté, cada vez más interesada en la disparatada idea de mi amiga.
—Primero, para llevar a cabo mi venganza, elaboraría una lista en la que anotaría todas las cosas que querría llevar a cabo y, en cuanto volviera a encontrarme con ese hombre, comenzaría a cumplir una por una todas y cada una de ellas.
—No parece mala idea… —pensé sin poder evitar fijarme en la manía de Eliana de realizar infinitas listas para todo, algunas de ellas casi imposibles de cumplir.
—¡Entonces, perfecto! ¡Como así queda todo solucionado, te espero en Whiterlande! —decidió ella y, sin dejarme decir nada más, colgó antes de que pudiera darle una nueva negativa, sabiendo que, si ella me esperaba, no podría negarme a volver a ese irritante lugar.
Cuando cogí lápiz y papel y me senté ante el pequeño escritorio que había junto a mi cama, pensé que, dado que yo nunca había hecho una lista de ese tipo, no sabría por dónde comenzar.
Hasta que a mi mente acudió aquella estúpida carta que escribí con quince años, dirigida a Pedro Alfonso, en donde había detallado cada uno de mis estúpidos sentimientos en aquellos momentos. Recordé que a esa carta le puse un necio encabezamiento: «Te amaré por siempre», algo a lo que Pedro, a lo largo de los años, había demostrado no corresponder en absoluto. Así pues, comencé a escribir, no una lista, sino una carta de venganza; una en la que le explicaba cuánto lo odiaba y cómo me gustaría hacerlo sufrir por cada una de las cosas que él me había hecho.
Por supuesto, a esta carta también le otorgué su merecido título, que no era otro que «Te odiaré por siempre», cosa que en esos momentos estaba muy cerca de ser verdad…
Te odiaré por siempre.
«Querido» Pedro:
Creo que en mi vida no he llegado a odiar a una persona tanto como te odio a ti. Cuando te conocí, me enamoré de ti a primera vista, y con tus logros y tu perfección poco a poco te convertiste en un príncipe a mis ojos. Pudiste ignorarme como a tantas otras de las idiotas que te perseguían, y con el paso del tiempo me habría ido olvidando de ti.
¡Pero no! Tuviste que darme esperanzas
¡Pero no! Tuviste que darme esperanzas
para luego destrozarlas y demostrarme que eras un auténtico diablo rompiendo mis sueños en pedazos, y encima riéndote de mí y de mi inocente amor.
Más tarde, cuando nuestros caminos volvieron a cruzarse, confundiste mi herido corazón comportándote conmigo como un hombre de ensueño en unas ocasiones y como un auténtico canalla en otras. Escuché tus palabras de amor con ilusión para darme cuenta poco después de que solamente eran mentira.
Siempre que nos encontramos juegas conmigo a tu antojo y dejas un amargo recuerdo en mí que hace que cada vez te odie un poquito más, y tal vez por ese
dolor, aún no puedo olvidarte, así que he decidido que, si nuestros caminos vuelven a cruzarse, esta vez seré yo la que juegue contigo de la siguiente forma:
Cuando volvamos a vernos, estaré tan distinta que quedarás boquiabierto ante mí y apenas me reconocerás. Después caerás rendido a mis pies. En algún momento llamaré tu atención haciendo que sólo puedas fijarte en mí, y por eso me elegirás a mí antes que a ninguna otra. Te mostraré lo eficiente y superior que soy con respecto a ti, y conseguiré que lo adores todo de mí, hasta mi forma de cocinar. Haré que te enamores de mí y, por supuesto, me divertiré viendo cómo te
vuelves loco de celos cuando otros se me acerquen. Por último, para que veas lo
que duele, conseguiré tu corazón para romperlo a continuación en mil pedazos y que así nunca puedas olvidarme. Y, cuando cumpla cada una de las promesas que te hago en esta carta, me alejaré para siempre de ti, tú desaparecerás de mi vida y yo, al fin, podré borrarte de mi mente.
Te odio, Paula +++++
Me gustó mucho el último toque que le di a mi carta, escribiendo un «Te odio» en
vez de un «Te quiero» al final, y añadiendo algunas cruces en vez de esas melosas equis
y oes que representaban abrazos y besos, como sí hice en la primera ocasión que le
escribí a Pedro. Guardé la carta delicadamente en un sobre y la cerré, a la espera de
entregarla personalmente al hombre que más odiaba cuando hubiera cumplido todo lo
que en ella se especificaba.