sábado, 19 de mayo de 2018
CAPITULO 49
—¿Qué narices estás haciendo? —preguntó Jeremias a su hermano Alan al verlo en la cocina ataviado con un extraño delantal lleno de volantes mientras chamuscaba algo en una sartén hasta darle un tono verdaderamente repulsivo, un alimento que, a juzgar por el siniestro aspecto que tenía, nadie podría llegar a sospechar que en alguna ocasión había sido… ¿beicon?
—Estoy haciendo el desayuno de Nicolas, tal vez así se le pase el mal humor.
—¿En serio? Como le pongas eso para comer vas a empeorar su mal genio, además de su estómago.
—¡Por Dios! ¿A quién quieres matar? —bromeó Julio mientras se adentraba en la cocina señalando el lamentable experimento culinario de su hermano mayor.
—A Nicolas —contestó Jeremias mientras tomaba asiento en uno de los taburetes de la cocina, lo más alejado posible de la «comida» de Alan.
—Bueno, sé que en ocasiones puede llegar a ser un niño un tanto repelente, pero es nuestro sobrino. No se merece semejante castigo… —reprendió burlonamente Julio a su hermano mayor mientras miraba con asco las extrañas tiras carbonizadas que éste depositaba en un plato.
—Sólo intentaba hacer que se sintiera mejor —protestó Alan, fulminando a cada uno de sus hermanos con la mirada.
—Entonces puedo asegurarte que, con eso, no lo conseguirás —declaró Jeremias lamentando el destino de su querido sobrino si llegaba a probar un solo bocado del atroz desayuno.
—¡Vale, me rindo! —gritó un molesto Alan mientras se desprendía del ridículo delantal arrojándolo sobre la mesa de la cocina—. ¡Ahora vosotros, por listos, le vais a preparar el desayuno a Nicolas!
—Te complicas demasiado la vida, hermano —dijo alegremente Jeremias mientras revolvía en los estantes de la cocina—. ¡Hala! Leche y ricos cereales de avena…, ¡y a desayunar! —anunció depositando los productos en la mesa de la cocina.
—¿No es un poco raro que el mocoso no se haya levantado ya? —comentó algo preocupado Julio ante la ausencia de su, habitualmente, madrugador sobrino.
—Creo que es normal: ayer discutió con su madre hasta las tantas porque quería ir a ese maldito pueblo y se acostó muy tarde. Debe de estar cansado —dijo Alan.
—¿Sabéis por qué motivo quiere Nicolas ir a ese lugar con tanta insistencia? Sin duda, su mente privilegiada por fin ha averiguado dónde se encuentra su padre — intervino Jeremias, recordándoles cómo sus actos habían separado a padre e hijo.
—Di más bien su naricilla curiosa y cotilla —declaró Julio, sirviéndose finalmente su propio desayuno.
—Menos mal que Paula ha decidido viajar sola… Si llega a llevar a Nicolas consigo y ese hombre se entera de que tiene un hijo, no sé lo que podría llegar a pasar —opinó nerviosamente Alan, mesando sus rojos cabellos.
—Muy fácil: se quedaría con los dos. No olvides que uno de los grandes impedimentos entre Paula y ese hombre siempre fuimos nosotros. Aunque el impertinente y malicioso carácter de ese tipo sea otro… —señaló Jeremias, acompañando a su hermano con un bol de cereales.
—Mejor que no nos preocupemos por algo que no va a ocurrir… —comentó Julio.
De pronto, súbitamente, Julian irrumpió en la cocina muy alterado, portando un enorme muñeco de trapo, muy similar a Nicolas, y una inquietante nota.
—¡Nicolas no está! —exclamó.
—¿Qué coño es eso? —preguntó Julio, señalando el muñeco que su hermano llevaba.
—El último trabajo de plástica de tu sobrino, con el que sacó un sobresaliente — anunció tranquilamente Jeremias mientras proseguía con su desayuno.
—¡Joder! ¡Sin duda ese mocoso lo tenía todo planeado! —exclamó Alan mientras paseaba nerviosamente por la pequeña cocina sin saber qué hacer.
—¿Qué dice la nota? —quiso saber Julio.
—«Me voy a Whiterlande a buscar a mi papá» —leyó Julian, derrumbándose en uno de los taburetes de la cocina junto a sus hermanos.
—¿Y qué narices vamos a hacer ahora? —preguntó Alan, un tanto desesperado.
—Pues muy fácil: dejaremos que Nicolas lo encuentre —apuntó decididamente Jeremias, imponiéndose a su hermano mayor—. Ya nos hemos entrometido demasiado en la vida de Paula. Quizá, si la dejamos sola, esta vez consiga ser feliz. Y, por más que queramos negarlo, Nicolas es hijo de ese hombre, y tiene derecho a conocerlo.
Tras las sabias palabras de Jeremias, todos los hermanos estuvieron de acuerdo en seguir el consejo de su hermano menor. No porque esto fuera lo más inteligente y juicioso, sino porque cuando Nicolas conociera a su padre sin duda los perdonaría, ya que se daría cuenta de por qué habían actuado de un modo tan imprudente en más de una ocasión. Decididamente, Pedro Alfonso era un hombre que se hacía odiar, o al menos eso era lo que la mayoría de los Chaves pensaba.
CAPITULO 48
Finalmente lo arreglé todo para poder quedarme durante unas semanas en Whiterlande y así poder disfrutar de la compañía de mi amiga Eliana. Creí que Nicolas estaría mejor en casa, ya que en el pequeño pueblo al que me dirigía no tendría con quien dejarlo mientras llevaba a cabo esas estúpidas actividades del evento de reencuentro con mis antiguos compañeros de clase, con los que en verdad no deseaba volver a encontrarme.
No sé por qué pero, cuando le anuncié mi partida, mi hijo se empeñó en acompañarme a Whiterlande, y estuvimos varios días discutiendo sobre ello, hasta que después de tener uno de sus molestos berrinches, le dejé muy claro a Nicolas quién era la que mandaba allí. Tras acabar castigado sin los libros de historia que tanto adoraba, finalmente se calmó y aceptó quedarse con sus tíos, unos hombres que me miraron aún más disconformes que mi hijo ante el viaje que pretendía emprender.
Me marché muy temprano por la mañana con la idea de no despertar a Nicolas por si trataba de convencerme de nuevo con una de sus infantiles rabietas, y también con la intención de no tener que volver a ver las molestas miradas que me dirigían mis hermanos cada vez que recordaban que regresaría al lugar donde había conocido al hombre que me había atormentado en más de una ocasión.
Posiblemente, durante mi estancia en el pequeño pueblo me cruzara nuevamente con Pedro; era muy probable, en realidad, ya que era el hermano de la amiga a la que iba a visitar. Sin embargo, en esos momentos no me importaba mucho, porque esta vez iba preparada.
Me encontraba más que dispuesta a entregar la carta que le había escrito, llena de rabia y odio, al destinatario de mi desdicha. Y, al contrario de lo que hice en una ocasión con una carta de amor, ésta no sería arrojada a la basura y dejada de lado tan fácilmente, porque pensaba hacerla realidad y conseguir que ese hombre nunca pudiera llegar a olvidarme.
Las interminables horas de viaje pasaron rápidamente y, aunque a medida que me acercaba al pueblo me ponía más nerviosa, siempre que dudaba tocaba el bolsillo de la pequeña maleta que me acompañaba donde guardaba esa carta con la que estaba decidida a cambiar para siempre el sentimiento de mi irracional corazón que todavía recordaba a ese hombre al que yo quería dejar atrás.
—Definitivamente, en esta ocasión te olvidaré… —declaré una vez más, pasando finalmente junto al cartel que anunciaba que había llegado a mi destino.
CAPITULO 47
Nicolas observaba confundido desde la puerta de su habitación cómo su madre se comportaba de una manera muy inusual: corría de un lugar a otro con un sobre en las manos, muy parecido al de esas ñoñas películas románticas que lo obligaba a ver en contadas ocasiones. Luego lo abrazó y sonrió ilusionada.
Definitivamente, su madre estaba muy rara. Tal vez tendría que espantar a algún otro pretendiente echando nuevamente sal en los dulces que hacía Paula y añadiendo unas gotitas más de tabasco al café. Luego solamente tendría que pedir ayuda a sus tíos y ese nuevo novio de mamá sería historia, porque nadie que no fuera su padre tenía permitido
acercarse a ella.
Bueno, ¡al fin había conseguido encontrar una buena pista sobre el paradero de su padre!
Espiar a sus tíos le había dado buen resultado, para variar. Cuando minutos antes asomó su curiosa naricilla al pasillo, dispuesto a ver a su madre, oyó a su tío Jeremias hablar con ella.
Apenas pudo percibir nada de lo que se dijeron, pero sí oyó claramente cómo su tío esperaba que su papá aún los estuviera aguardando, y esta vez a Jeremias se le escapó el nombre del lugar donde éste se hallaba: Whiterlande, un dato que Nicolas apuntó rápidamente en su libreta, ya que lo acercaba un poco más a él.
Ahora solamente tendría que convencer a su madre para que le permitiera viajar a ese lugar, encontrar a su padre con la deficiente descripción que sus tíos le habían dado, enseñarle a éste cómo ser un buen hombre, conseguir que conquistara a su madre y asegurarse de que nunca jamás volvieran a separarse…
—¡Cuántas responsabilidades con tan sólo seis años! —suspiró Nicolas resignado.
Y, mientras entraba en la habitación de su madre, decidido a esperarla para preguntarle una vez más sobre un hombre del que nunca quería hablar, Nicolas vio en el pequeño escritorio que había junto a la cama una invitación para ella. La celebración no tardaría mucho en llevarse a cabo, duraría tres días, a lo largo de los cuales se realizarían distintos eventos y actividades.
Tal vez Nicolas habría roto esa invitación e intentado convencer a su madre de que no lo dejara solo haciendo uso de uno de sus berrinches, de no ser porque la reunión que se mencionaba en ella tendría lugar justamente en el sitio al que estaba resuelto a ir, ya que, lo quisiera su mamá o no, él había decidido que ya era hora de echarle un vistazo a ese hombre tan imperfecto que ella aseguraba que era su padre.
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