Siete años después. Hospital General de Massachusetts, Boston
Tras acabar el instituto y la carrera de Enfermería un año antes de lo habitual debido a un intelecto superior al de sus compañeros e incluso al de alguno de sus profesores, Paula Chaves se hizo con un doctorado que la especializaba en el área de enfermería pediátrica. Esto había representado un gran esfuerzo por parte de Paula, ya que su familia aún seguía llevando a cabo los irritantes cambios de residencia que tanto la fastidiaban.
Paula decidió realizar sus prácticas posdoctorales en uno de los mejores y más prestigiosos hospitales del estado de Massachusetts, para lo que alquiló un pequeño apartamento cercano. Por suerte o por desgracia, su familia residía en Boston en esos momentos y, cómo no, ella siempre se veía rodeada por sus sobreprotectores hermanos, que le hacían imposible mantener algún tipo de relación amorosa.
Por ese motivo, la bella Paula Chaves, una joven que llamaba bastante la atención por su hermosa melena de rizos pelirrojos, sus bonitos ojos marrones y su exuberante cuerpo, todavía era virgen a la edad de veintidós años, cuando todas sus amigas habían tenido ya más de una excitante experiencia con el sexo masculino.
Pero ¿qué hombre se atrevería a acercarse a una mujer a la que continuamente rodeaban cuatro mastodontes, cada uno de ellos más amenazante que el anterior?
Para empeorar la situación, los hermanos de Paula habían tenido la brillante idea de dedicar sus vidas a seguir los pasos de su padre, y sus trabajos tenían que ver con la escolta y defensa de personalidades de alto rango. Esto habría sido perfecto si no se dedicaran a practicar su profesión con ella, haciendo que para Paula la idea del amor fuera algo meramente imposible.
Tampoco es que le quedaran muchas ganas de enamorarse después del tremendo fiasco que había supuesto sentir algo por un individuo tan engañoso como Pedro Alfonso, una lección con la que había aprendido a no juzgar a los hombres únicamente por su apariencia. La decepción le sirvió para concentrarse decididamente en los estudios y para averiguar lo que su gran inteligencia podía llegar a conseguir cuando su mente no estaba divagando con la necia idea de ir tras un hombre.
Ahora, un año antes que todos sus compañeros, y con unas calificaciones y una formación excelentes, daría lo mejor de sí bajo el cuidado de un médico veterano y la enfermera jefe, quienes le mostrarían cómo sería su trabajo en un hospital. Y cuando finalizaran las prácticas, dependiendo de su evaluación, tal vez pudiera acceder a una vacante o a una espléndida recomendación que la llevaría a obtener un buen puesto de enfermera en cualquiera de las ciudades a las que a su familia se le ocurriera trasladarse.
Contenta y feliz, y ataviada con su nuevo uniforme, Paula siguió al director del hospital hasta la consulta de uno de los médicos del ala de pediatría. Tras irrumpir en su despacho, se percató de que un anciano doctor bastante descuidado, pero muy simpático, consultaba unos informes con su nuevo ayudante en prácticas, un joven con quien le habían asegurado que se llevaría muy bien, ya que poseía una mente tan brillante como la de ella.
La siempre amable sonrisa que Paula ofrecía a todo el mundo desapareció de su rostro cuando al fin pudo ver la cara del diligente ayudante que acompañaba a su mentor, y que no era otra que la del hombre al que siempre odiaría.
—¡Pedro Alfonso! —exclamó sorprendiéndolos a todos con el tono chillón de su voz que hasta ahora muy pocos habían oído.
—¡Ah! Parece que ya se conocen… —señaló inocentemente Claudio Campbell, el director del hospital, que no estaba al tanto de la relación que los unía.
—¡Hola, Paula! No sabía que serías tú la nueva enfermera a mi cargo, pero ahora que lo sé, estoy muy contento de haber accedido a instruirte… —declaró maliciosamente Pedro, dirigiéndole una lasciva mirada que le recorrió todo el cuerpo, un comportamiento que todos simplemente decidieron ignorar.
—¡¿Qué?!
—¿No te lo han comunicado? Verás, como el doctor Durban estará demasiado ocupado repartiendo sus enseñanzas entre los médicos novatos, yo seré quien te mostrará tus obligaciones y evaluará cada uno de tus pasos en colaboración con la enfermera jefe, que será tu supervisora directa —anunció Pedro, luciendo una ladina sonrisa que le demostró lo mucho que se divertiría al desempeñar cada una de sus nuevas funciones.
—¡¿Qué?! —repitió Paula mirando a todos los presentes con incredulidad, ya que su cerebro, después de esa desagradable sorpresa, simplemente se había paralizado.
—Bueno, chaval, lo dejo todo en tus manos —intervino el doctor Durban mientras golpeaba jovialmente la espalda de Pedro, feliz por haberse quitado esa pesada responsabilidad de encima.
Tras esto, acompañó al director a su despacho, dispuesto a tratar asuntos de mucha más relevancia, como era que cambiaran el menú de la maldita cafetería, que tantos estragos estaba causando en su dieta.
—Pero… pero… —objetó tímidamente Paula, intentando despertar de toda esa pesadilla.
Sin embargo, el principal responsable de ella le tapó la boca con la mano para que guardara silencio mientras aseguraba despreocupadamente a sus superiores que él se
encargaría de todo.
En el mismo instante en que la puerta se cerró, Paula se apartó de Pedro como si de la peste se tratara.
—¡No vuelvas a tocarme! —exigió furiosa, enfrentándose a ese hombre con todo el resentimiento que tenía guardado hacia él desde su tierna adolescencia.
—¡Vaya! ¡Pero si antes me lo pedías a gritos cuando venías detrás de mí, aferrada siempre a esa vieja carpeta en la que seguro que idolatrabas fotos mías! ¿Qué pasó, Paula? ¿Finalmente maduraste? —comentó él impertinentemente, sin poder evitar observar cómo había cambiado su pequeña pelirroja a lo largo del tiempo que habían estado separados.
—Sí, pero también me di cuenta de que no eras digno de mi admiración —confesó ella, decidida a dejarle todo claro desde el principio a ese hombre que volvía a su vida, tan arrogante como siempre, para confirmarle lo estúpida que había sido al enamorarse de él.
—Pues procura no ir diciéndolo por ahí, ya que nadie te creerá. Y, la próxima vez, no te enamores de una ilusión que solamente tú creaste. Deberías procurar guardarte esas palabras de amor hasta conocer bien al hombre que te gusta —sermoneó Pedro, demostrándole que, para él, Paula sólo había sido una molestia en su organizada vida, y que aquella primera e infantil confesión de amor que gritó en medio del instituto sin duda había sido oída e ignorada con igual facilidad.
—No te preocupes: no soy de las que cometen dos veces el mismo error —replicó Paula, mostrándole su más falsa sonrisa.
Algo que únicamente logró que Pedro se carcajeara de ella y de su infantil comportamiento.
—Bien, me parece perfecto que dejes tus infantiles sueños atrás y que te prepares para el duro trabajo que te espera, ya que tu evaluación no va a ser cómoda ni sencilla, porque en nuestro trabajo un fallo significa la pérdida de una vida —dijo repentinamente serio, mostrándole que el hombre que ella tanto había admirado desde lejos hacía mucho tiempo seguía allí—. Además, me voy a divertir mucho en el proceso porque, por si no lo sabes, las mentes más prodigiosas son las primeras en repetir los mismos errores —añadió alzando la barbilla de Paula para poder observar mejor sus
impertinentes ojos, que nunca había podido llegar a olvidar.
—No te preocupes: ése es un error que nunca más volveré a cometer —anunció ella, satisfecha al darse cuenta de que, ahora que estaba tan cerca del hombre que siempre había observado en la distancia, podía atestiguar que en verdad nunca había sido digno de admirar, ni por ella ni por ninguna de las mujeres que lo habían perseguido en el pasado.
Sin embargo, al parecer, las estupideces del instituto seguían repitiéndose en la madurez, pensó Paula mientras observaba el corro de enfermeras que los esperaba fuera de la consulta haciendo ojitos a Pedro y dedicándole a ella miradas llenas de odio, como si Paula fuera su rival, cuando realmente sólo era una chica que había aprendido muy bien la lección acerca de quién no debía enamorarse.