miércoles, 6 de junio de 2018

EPILOGO




Desde mi posición junto al altar, esperaba a la mujer a la que tanto había perseguido a lo largo de los años. Por lo menos esta vez sabía que no se alejaría de mí ni me haría esperar más de lo debido. Aun así, me sentía nervioso al no tenerla a mi lado. Cuando la novia entró al fin en la iglesia con su sobrecargado vestido blanco, sonreí al ver que ese día se había cumplido uno de los más infantiles sueños de mi pelirroja, ya que en esos momentos Paula debía de sentirse como una princesa, o por lo menos así era como yo la veía mientras caminaba hacia mí.


Esperé su llegada con impaciencia, porque uno de sus hermanos la acompañaba hasta mí y esos entrometidos y desquiciantes pelirrojos todavía se negaban a desprenderse de su adorada hermanita. Finalmente, Paula llegó a mi lado y yo suspiré tranquilo al ver que los Chaves se sentaban con calma en los bancos de la iglesia y no planeaban arrebatarme a su querida hermana de nuevo.


Mientras el cura hablaba de los contratiempos de la vida y de los obstáculos que encontraríamos en nuestro camino para que nuestro amor persistiera y nunca llegara a marchitarse, yo solamente tenía ojos para ella. Mi mente vagó por mis recuerdos, rememorando la primera vez que me fijé en Paula, con sus curiosos ojillos sobresaliendo desde detrás de una carpeta.


Recordé entonces la siguiente ocasión en que llamó mi atención con un escandaloso mensaje en una camiseta, o la carta que nunca llegó a entregarme y que había leído un millón de veces antes de volver a encontrarme con ella… 


Mi tierna Paula… Pasaron años hasta que nuestros caminos volvieron a cruzarse y no pude evitar volver a enamorarme de ella.


Mi adorada pequitas, a la que le robé su primer beso, y su primera vez… La única mujer que había conseguido volverme loco, la única que sabía cómo era yo en realidad… 


Paula era la única que tenía cabida en mi corazón.


Recordé nuestras peleas, los malentendidos que había habido a causa de nuestros confusos sentimientos y que tantas veces nos habían separado. Recordé nuestros reencuentros, nuestras reconciliaciones y nuestras noches de amor… Pensé que, a lo largo de los años, había muchos momentos que me había perdido a su lado, y sentí cuánto me disgustaba no haber estado allí.


Luego, tras recordar toda mi historia de amor, leí mí promesa a la mujer que amaba delante de todos, una promesa que pensaba cumplir por más contratiempos que la vida pusiera en nuestro camino.


—Te quiero, Paula, y aunque odiaré por siempre esos momentos que hemos perdido, sin duda alguna te amaré eternamente por los que viviremos mañana.





CAPITULO 105




—¿Me estás diciendo en serio que cuando crezcas te vas a casar con mi prima?


—Sí, estoy decidido a casarme con ella —declaró Roan resueltamente mientras señalaba con un dedo a la niña que le sacaba la lengua con impertinencia desde el banco del porche, donde su madre la había obligado a sentarse hasta que fuese la hora de asistir a la iglesia.


—Esto…, ¿y crees que ella estará de acuerdo con esa decisión? —interrogó irónicamente Nicolas a su nuevo amigo mientras se colocaba bien las gafas.


—No lo sé, pero siempre puedo convencerla como ellos hicieron con sus mujeres —contestó Roan señalando el dudoso ejemplo que quería seguir para conquistar a Helena.


—¿Realmente crees que son los mejores ejemplos? —preguntó Nicolas mientras miraba escépticamente a su padre, a su atolondrado tío Daniel y a su salvaje tío Alan, que en esos instantes disfrutaban de una frías cervezas junto al porche.


—Ellos me ha dicho que, cuando llegue mi momento de conquistar a Helena, me ayudarán dándome sabios consejos acerca de cómo tratar a las mujeres.


—No creo que ninguno de ellos sepa mucho de mujeres —opinó Nicolas, recordando cuánto había tenido que interferir en la vida de sus padres para que finalmente acabaran juntos.


—Pero todos ellos han acabado consiguiendo a la persona a la que amaban — señaló Roan, algo que Nicolas no pudo rebatir, pues era cierto.


Mientras los niños observaban con atención el confuso ejemplo que esos hombres representaban, un negro vehículo con los cristales tintados llegó a la entrada de la casa de los Alfonso. De su interior salieron cuatro pelirrojos bastante molestos, todos ataviados con elegantes chaqués.


—Hemos venido a asegurarnos de que el novio llega a la iglesia —anunció uno de ellos fulminando a Pedro con la mirada.


—Por cómo me miráis, se diría que más bien venís a terminar conmigo —bromeó él, irritando más aún a sus irascibles cuñados.


—Lo haríamos si no fuera porque nuestra hermana y nuestra madre nos han prohibido usar la violencia hoy.



—¡Pobrecitos! Entonces, sin ningún género de dudas, os aburriréis un montón — repuso irónicamente Pedro. Luego pasó a aleccionar a esos energúmenos, que siempre habían hecho de su vida un infierno—: ¿No sabéis que las cosas se pueden solucionar sin utilizar la violencia? Si os hubierais parado a hablar conmigo en vez de molerme a golpes, tal vez vuestra hermana y yo habríamos arreglado las cosas mucho antes y…


El discurso de Pedro cesó en cuanto un caro y elegante coche gris hizo su aparición junto a la casa de sus padres. 


De él bajó un hombre de pelo castaño y ojos verdes que tenía más o menos su edad, y que, con semblante serio, buscaba a alguien con la mirada.


Tras no encontrarlo, se dirigió hacia los conocidos rostros de los pelirrojos, quienes le sonrieron irónicamente a Pedro.


Mientras el hombre se acercaba, Alan le susurró:
—Vamos a ver cómo de pacíficamente solucionas esto, Pedro Alfonso: ése es el aburrido prometido de Paula…


Los ojos de Pedro se entornaron llenos de determinación y de furia ante un nuevo impedimento en su camino después de todo lo que había pasado.


—¡Eso sí que no! —negó, dispuesto a deshacerse de aquel sujeto.


Sin embargo, no supo lo que le diría hasta que el tipo manifestó descaradamente:
—Me gustaría que Paula me explicara por qué razón me ha enviado su anillo de compromiso por correo. Después de todo, sigue siendo mi prometida, ya que yo aún no he admitido su rechazo…


Pedro marchaba directo hacia él, muy dispuesto a ensuciar su traje con la sangre de aquel idiota, hasta que su padre pasó por su lado muy emocionado y sin percatarse de la situación, mostrando su adorada escopeta de perdigones.


—¡Al fin la he encontrado!


A continuación, Pedro le arrebató la escopeta a su padre rápidamente y, disparando un par de tiros de advertencia a los pies del presuntuoso sujeto que reclamaba a Paula, anunció:
—¡Yo soy la razón! ¡Fuera de aquí!


Después de que el individuo corriera desesperadamente como alma que lleva el diablo para adentrarse en su coche y huir lo más rápidamente posible del alocado novio, éste no pudo evitar disparar algún tiro de advertencia más cerca del elegante vehículo para que aquel hombre se alejara cuanto antes de allí y de su querida Paula.


—¡Sí, señor! ¡Una buena demostración de cómo arreglar las cosas sin violencia! — ironizó uno de los gemelos pelirrojos.


Pedro se sintió tentado de utilizar la escopeta con alguno de sus futuros cuñados, pero su madre le quitó el arma con gesto reprobador y sentenció mientras fulminaba con la mirada tanto a su padre como a él:
—¡Esto queda confiscado!


—¡Pero, Sara…! —gritó lastimeramente Juan mientras corría detrás de su mujer.


—¿Estás totalmente seguro de que quieres seguir los consejos de esos hombres? — le preguntó entonces Nicolas con preocupación a su nuevo amigo.


—Realmente no lo sé… —reconoció Roan, viendo su futuro con Helena cada vez más dudoso.