sábado, 2 de junio de 2018
CAPITULO 95
Paula sabía que no podía dejar las cosas de esa manera, que, con toda seguridad, cuando fuera a ver a Pedro éste se enfurecería y le recriminaría todo lo que le había ocultado a lo largo de los años. Pero no podía borrar de su mente la imagen de ese hombre tan querido destrozado por el dolor de sus mentiras. Debería haber tenido el valor de hablar con él hacía ya mucho tiempo y haberle confesado que tenían un hijo.
Pero el amor que sentía hacia el hombre que podía causarle tanto daño a su corazón, y el miedo de enfrentarlo, hacían que se comportase como una cobarde.
Paula dejó esa noche a Nicolas con Juan y Sara, intuyendo de alguna manera que ellos habían sospechado la verdad desde el principio cuando recibió alguna de sus comprensivas miradas. La pareja no le recriminó nada, ni una sola palabra de condena salió de sus labios. Sara simplemente la abrazó, dándole los ánimos que tanto necesitaba para infundirse valor e ir a hacer frente al hombre al que amaba y del cual tal vez nunca obtendría el perdón.
Paula no se molestó en llamar a la puerta del apartamento de Pedro, ya que éste no le abriría, así que simplemente utilizó la llave que le había dado la señora Alfonso y se adentró en el lugar.
La casa estaba impenetrablemente oscura.
Cuando encendió las luces, vio ante ella un pulcro pero frío apartamento. Un moderno sofá y una mesa de un fino cristal a su lado eran lo más destacable que se ofrecía a su vista, junto con un inmenso televisor de plasma. Un poco más alejado de ese frío y aséptico rincón, que carecía de adorno alguno que le concediera la calidez que un hogar necesitaba, reposaba una elaborada mesa de madera con un conjunto de sillas a juego talladas a mano. Sin duda, ese cálido detalle provendría de alguno de sus hermanos.
Paula buscó por todas las habitaciones, pero siempre que abría una de ellas hallaba lo mismo: un frío vacío, la ausencia tanto de personas como de cualquier recuerdo que le hiciera pensar que Pedro tenía una vida además de su trabajo. Firmemente decidida a descartar todas las habitaciones de ese apartamento antes de abandonar su propósito, Paula subió la escalera hacia el desván y encontró allí a Pedro.
Un Pedro al que muy pocos habían llegado a conocer.
Caído en el suelo junto a un descolgado saco de boxeo al que abrazaba, bebía despreocupadamente de una botella de tequila mientras en sus manos no dejaba de leer una y otra vez la carta que ella un día le había escrito y observaba una de las fotos de su adolescencia.
—¿Por qué no puedo romperla? —se reprendía una y otra vez con la carta intacta entre sus manos.
—¿Pedro? —preguntó Paula para llamar su atención mientras se acercaba a él lentamente y se sentaba a su lado.
—¿Cuándo empezaste a odiarme tanto? —preguntó Pedro, muy apenado, mientras observaba una vez más la única carta de amor que Paula había escrito en su vida.
—Cada vez que creía que jugabas conmigo te odiaba un poco más, Pedro, y finalmente, si no te conté lo de Nicolas desde el principio fue más por miedo que por odio.
— ¡Seis años, Paula! Te he esperado durante seis años…, y mientras lo hacía me he perdido seis años de la vida de mi hijo.
—Yo…
—¡No tienes excusa alguna, Paula! Si esa invitación para que volvieras a Whiterlande, a esa estúpida reunión de exalumnos, nunca hubiera llegado…, ¿habrías vuelto a este lugar en alguna ocasión? ¿Me habrías dicho que tenía un hijo?
Con el silencio de ella, Pedro recibió su respuesta.
—Así que tu plan era simplemente volver, destruirme y llevarte nuevamente a mi hijo sin que yo me enterara de mi paternidad.
—Nicolas nunca entró en esa descabellada locura que ideé. Yo jamás jugaría con él de esa manera. Simplemente se escondió en mi coche y me siguió hasta aquí.
—¡No obstante, has jugado con él al negarte a decirle quién era su padre y, de paso, también conmigo! ¡Estarás orgullosa de lo que has conseguido! ¿Estoy ya lo suficientemente destrozado para tu gusto o necesitas hundirme un poco más en la miseria? —preguntó Pedro con una mezcla de ironía y amargura mientras se levantaba del suelo y brindaba sarcásticamente en honor de Paula.
—Eso sólo fue al principio, Pedro… He intentado explicarte que desde que llegué todo ha cambiado, que había cosas que yo nunca supe y…
—¡Más bien di que había cosas que nunca te molestaste en escuchar! ¡Cada vez que discutíamos, huías y desaparecías de mi vista sin darme una oportunidad para explicarme! Esta vez soy yo el que no quiere escuchar tus explicaciones…
—¿Cómo crees que me sentí en cada una de las ocasiones que me alejé de ti, Pedro? ¡Tú nunca fuiste claro conmigo, y cada vez que nos veíamos parecía que sólo jugabas con mi corazón! —exclamó Paula mientras se levantaba del suelo para enfrentar la furiosa mirada de Pedro.
—¡Te dije que te quería! —gritó airadamente él, arrojando la botella a un lado.
—¡Y a la mañana siguiente me entero de que ibas a casarte! Cuando os vi a ti y a tu prometida en la cama del hospital, en una escena muy comprometida…
—¿Y por qué narices no te quedaste a ver el final? —preguntó Pedro furiosamente mientras la acorralaba contra la pared, poniendo un brazo a cada lado de ella para que no pudiera escapar de sus palabras.
—Sí, claro… Para que lo sepas, tres siempre me han parecido multitud —ironizó Paula mientras apartaba la mirada de la de ese hombre.
—Si tan sólo te hubieras quedado… —susurró Pedro a su oído, relatándole el resto de la historia que ella nunca llegó a conocer—, habrías visto cómo terminaba con mi compromiso con Bethany, ya que la mujer a la que amaba se había cruzado nuevamente en mi camino y yo no pensaba dejarla escapar otra vez. Pero ¿sabes una cosa? ¡Ella se marchó antes de que pudiera hacer nada para retenerla a mi lado! —confesó, dejando libre a Paula al retirar uno de los brazos que la acorralaban junto a la pared.
—¿Por qué nunca me dijiste nada cuando volvimos a encontrarnos y te comportaste conmigo como un canalla? —protestó ella entonces, negándose a alejarse del hombre al que amaba.
—Porque heriste mi orgullo, porque había perdido todo mi brillante futuro por tu amor y, aun así, no te quedaste a mi lado. Y después de buscarte con desesperación durante todo un año y no hallarte, descubrí que, mientras que yo no podía dejar de pensar en ti, tú querías olvidarme. Me comporté como un canalla contigo para grabar mi nombre en tu cuerpo y que nunca pudieras olvidarme, pero a la mañana siguiente tampoco te quedaste a mi lado el tiempo suficiente como para escuchar todo lo que tenía que decirte. Simplemente, volviste a desaparecer… —Tras una pausa, Pedro continuó mientras se alejaba de Paula—: Ahora ya no me importa. Si quieres alejarte de mi lado, vete, porque ya no tengo nada más que decirte. ¡Pero, eso sí, por nada del mundo permitiré que te lleves a mi hijo! Quiero recuperar con él todos los momentos que he perdido y crear muchos nuevos para llenar ese vacío de seis años.
—Esta vez no pienso marcharme, Pedro —afirmó decididamente Paula, mirándolo con determinación.
—Eso habrá que verlo: huir de mí siempre se te ha dado muy bien —declaró él mientras intentaba alejarse de ella.
Pero Paula lo retuvo sujetándolo por el brazo.
—No voy a parar de cruzarme en tu camino hasta que me perdones…
—Eso no sucederá… —anunció él con decisión.
—Te quiero, Pedro… —confesó ella, dispuesta a todo con tal de que no se alejara de su lado.
—Pues con un amor como ése, definitivamente prefiero que me odies… —se burló Pedro irónicamente, tratando de deshacerse de las manos que lo retenían.
—¡Yo sé que tú aún me amas! —manifestó Paula, abrazándose a él con desesperación y besando con ternura los labios del hombre al que intentaba recuperar.
—Paula, no estoy de humor para jugar contigo. Hoy no me portaría bien y tan sólo sería un auténtico canalla —dijo Pedro, apartándola de él lo suficiente como para que se enfrentara a su fría mirada.
—Ésa es una parte de ti a la que ya estoy acostumbrada —señaló ella, volviendo a atraerlo hacia sus brazos y sellando sus protestas con un nuevo beso al que esta vez él no tardó en responder.
Pedro se dejó llevar por la pasión, la ira, el deseo, el enfado y el dolor… Se dejó envolver por cada uno de sus confusos sentimientos y contestó a los dulces besos de Paula con una brusquedad arrolladora que ella no rechazó. Se adentró en su boca, reclamando su sabor, y mordió sus labios como castigo por haberlo tentado. Empujó a Paula hacia la pared más cercana y la acorraló entre la prisión de sus brazos mientras su boca seguía un tentador camino, descendiendo por su cuello hacia el resto de su cuerpo.
Cuando ella intentó acariciarlo, Pedro apartó sus manos y, cogiéndolas con una de las suyas, las alzó por encima de la cabeza de Paula, negándose a caer en una más de sus mentiras.
Ella lo miró, dolida por su rechazo, y él le indico con la mirada que ya le había advertido con sus palabras de cómo sería esa noche.
Los besos de Pedro continuaron descendiendo por su cuerpo sin piedad alguna. La blusa de Paula fue abierta con brusquedad por una de sus rudas manos, que simplemente dio un furioso tirón a la molesta prenda, haciendo que ésta se desprendiera de todos sus botones. El sujetador de encaje negro fue abierto más lentamente, con un solo y simple clic de su cierre delantero. Cuando los senos de Paula quedaron expuestos a la ávida mirada de Pedro, éste no tardó mucho en probarlos.
Su mano jugó con uno de los enhiestos pezones, pellizcándolo, acariciándolo y elevándolo hacia su boca, donde su pecaminosa lengua y sus dientes seguían con la tortura. Cuando Pedro abandonó el sensible seno de Paula, le dedicó al otro el mismo placer, y en el instante en que su cuerpo se estremecía, los soltó para soplar levemente su aliento sobre cada uno de ellos, haciendo que temblara llena de impaciencia.
La boca de él se hundió entre los suaves senos de Paula para no dejar de torturarlos, mientras su mano descendía por el cuerpo femenino dedicándole leves caricias a su sonrojada piel.
Ante el obstáculo de la ropa que le quedaba, Pedro le alzó la falda hasta la cintura, dejando expuesta su delicada ropa interior, tras lo que se dedicó a jugar con ella. Le brindó ligeras caricias por encima del tanga, en las que sus dedos apenas rozaban la parte más sensible de su feminidad. Y, guiándose por el sonido de los gemidos de Paula, la torturó tirando de su tanga para que solamente la prenda rozara su ardiente cuerpo, haciéndola delirar de placer, hasta que ella misma comenzó a mover las caderas en busca de esas caricias.
Pedro no cesó en su tortura: con un brusco tirón, se deshizo de la molesta prenda, rompiéndola, y no tardó en hacer gritar a Paula cuando hundió un dedo en su húmedo interior.
Mientras su mano marcaba el ritmo del placer, otro dedo rozaba su clítoris para hacerla enloquecer ante la promesa del éxtasis.
Embriagada, Paula quiso tocarlo nuevamente y unirlo a ella, demostrándole con sus caricias cuánto lo amaba. Trató de deshacerse de su agarre, pero él la castigó con su fría mirada.
Negándose a soltarla, Pedro tan sólo le abrió la camisa y se desabrochó los pantalones antes de enlazar una de las piernas de Paula en su cuerpo y adentrarse en ella de una ruda y fuerte embestida que la hizo gritar, tanto de placer como de dolor.
Pedro siguió inundando su cuerpo con su erguido miembro, negándose a mirarla a los ojos, intentando buscar su propio placer e ignorar el de ella. Con cada acometida, el corazón de Paula se entristecía un poco más, y cuando su rostro comenzó a mostrar el dolor que sentía por esa violenta unión sin sentimientos, los ojos de Pedro al fin la miraron, su mano soltó su agarre y llevó las manos de ella hacia su corazón, que no dejaba de latir acelerado mostrando cada uno de los sentimientos que Pedro se negaba a exteriorizar.
Luego, las manos de él acogieron su cuerpo haciendo que Paula enredara las piernas alrededor de su cintura, y mientras Pedro marcaba un ritmo más lento y seductor, sus besos limpiaron las lágrimas que nunca podría soportar ver en el rostro de aquella mujer.
Paula volvió a excitarse rápidamente ante el placer de cada una de sus caricias, y siguió el ritmo de sus embestidas con el movimiento de sus caderas. Muy pronto, los dos se encontraron cerca del éxtasis, y cuando Pedro aumentó el ritmo de sus embates, ambos llegaron juntos a la cúspide del placer gritando cada uno de ellos el nombre del otro. Tras esa muestra de desbordante pasión, Paula se resistió a dejarlo marchar, y agarrando a Pedro más fuertemente junto a su cuerpo, lo miró, decidida a pasar toda la noche con él demostrándole cuánto lo amaba.
—Esta vez no voy a dejarte —le susurró al oído.
Pedro simplemente negó con la cabeza y, resignado a que no lo dejara marchar, la llevó a su cama para intentar demostrarle con su cuerpo cuánto la había querido una vez.
De nada sirvió que ambos se aferraran a una única noche, ya que a la mañana siguiente todo siguió igual. Y, antes de que Pedro se alejara hacia su trabajo dejando a una desnuda y medio adormilada mujer en su cama, declaró en su oído:
—Aún no puedo perdonarte…
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Wowwwwww, qué intensos los 3 caps. Qué dolido está Pedro.
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