miércoles, 16 de mayo de 2018

CAPITULO 40




—¡Perfecto! —grité airadamente mientras colgaba mi móvil con violencia, preso de unos irracionales celos tras una conversación que nunca debería haber tenido lugar.


Llevaba unos nueve meses buscando a mi escandalosa pelirroja por todos los lugares, sometiendo a continuos y discretos interrogatorios a mi hermana sobre el paradero de Paula e intentando llamar lo menos posible la atención para que nadie se enterara de lo que había habido entre nosotros.


Desde aquella noche en la que nuevamente me comporté como un idiota delante de Paula, no había podido olvidarla, y a cada instante revivía en mi mente una y otra vez lo que había pasado e imaginaba cómo habrían sido las cosas si no hubiera pronunciado esas necias palabras que me habían alejado de ella, si no me hubiera comportado como un canalla o si simplemente le hubiera confesado antes cuánto la amaba.


Mi mente sólo se distrajo un poco de la tortura que suponía rememorar una y otra vez mis errores cuando mi hermana Eliana regresó a Whiterlande con un gran cambio de imagen tras el que parecía una chica de la gran ciudad, y con el que no la habría reconocido si no hubiera sido porque mi amigo Alan estaba allí para señalarme que, por muy cambiada que hubiera vuelto, ella siempre sería su Eliana.


A partir de ese instante había estado muy ocupado intentando ayudar al loco enamorado de mi amigo a conquistar a mi reticente hermana, pero, como siempre, las mujeres son impredecibles, y en el último momento Eliana cambió el amor de Alan por el de un perfecto desconocido que se adecuaba a lo que ella deseaba en un hombre según una estúpida lista de cualidades que había estado confeccionando desde que era muy pequeña.


Desde el momento en que apareció por el pueblo don Perfecto, mote con el que fue bautizado Jorge William Worthington III, el individuo que se adaptaba como un guante a las exigencias de Eliana y que finalmente se convirtió en su prometido, todo fue una locura. 


En Whiterlande comenzaron a hacer apuestas sobre esa boda y sobre quién sería finalmente el novio, ya que mi amigo Alan estaba más que decidido a fastidiar el enlace.


Mientras observaba desde lejos cómo se desarrollaba la historia de amor entre Alan y Eliana, no podía evitar irritarme con mi hermana: otra necia mujer que buscaba a un hombre perfecto. Aunque, estúpidamente, ella no se daba cuenta de que ese hombre siempre había estado ante sus ojos, pese a que no se atuviera a lo que decía su maldita colección de requisitos.


Las listas, las necias cartas y las huidizas mujeres me sacaban de quicio. Sobre todo cuando, después de enterarme de que Eliana había invitado a Paula a su boda, estuve esperando con enorme impaciencia su llegada durante meses, hasta que al fin, justamente el mismo día en que mi hermana iba a cometer el mayor error de su vida, me había dado por vencido sabiendo que, si esa mujer no asistía a la boda de su amiga, la única razón debía de ser yo.


Desesperado por volver a oír su voz aunque fuera una vez más, logré hacerme con el número de teléfono de Paula obteniéndolo de mi hermana y, cuando volví a oírla, como me ocurría siempre, no pude evitar molestarme con su esquivo comportamiento, pues siempre se negaba a darme una oportunidad y a escuchar lo que quería decirle.



De mí finalmente sólo salieron gritos y recriminaciones, y de ella, unas palabras que me hicieron arder de celos, ya que nunca sabría si eran verdad. Mientras miraba mi móvil, arrepentido de todo, observé cómo mi hermana dudaba sobre su futuro mientras se acercaba al altar, y ése fue el momento en el que decidí no cometer el mismo error que ella: las cosas entre Paula y yo no podían quedar de esa manera, así que, antes de que mi necia pelirroja se decidiera a cambiar su número de teléfono para evitar que la llamara de nuevo, y tras ver que no contestaba, simplemente le dejé un mensaje a la espera de que ella respondiera y las cosas entre nosotros volvieran a empezar:
Paula, en este momento, en el que veo cómo mi hermana está dispuesta a cometer el peor error de su vida olvidándose del hombre al que realmente ama para casarse con otro sólo por unas falsas expectativas, me doy cuenta de que no quiero que nos pase lo mismo a nosotros. Así pues, te prometo que, aunque tú llegues a olvidarme, yo nunca lo haré. Voy a dejar de buscarte con desesperación porque sé que nunca lograría hallarte, salvo que el destino decidiera cruzar de nuevo nuestros caminos. Por el contrario, te esperaré en el mismo lugar en el que empezó toda nuestra historia: aquí, en Whiterlande. De ti depende que haya un final feliz. Por mi parte, yo siempre estaré aquí porque te amo…


Tras dejar ese mensaje, quedé a la espera de una respuesta, sin saber que ésta tardaría bastante tiempo en llegar.




1 comentario:

  1. Ahhhhhhhhhhh, no te la puedo creer otra vez separados y encima siempre terceros metiéndose al medio.

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