miércoles, 30 de mayo de 2018

CAPITULO 82




Tras oír las palabras baile y vestido, Nicolas intentó huir, ya que su abuelo le había dicho que eso conllevaría una tortura en la que los hombres se veían obligados a soportar un aburrimiento infinito del que solamente podían librarse mintiendo como bellacos.


Cuando Juan comenzó a describirle a su nieto lo que ocurría antes de esos eventos, las horrorosas compras que se alargaban durante innumerables horas llenas de estúpidos comentarios femeninos, los miles de modelitos que las mujeres lo obligaban a uno a observar una y otra vez y los interminables «¿Cómo me queda?», Nicolas tembló atemorizado ante la tortura. Decidido a librarse de ella, prestó suma atención a las palabras y los consejos de su abuelo. Pero, de repente, su abuela apareció en el salón interrumpiendo el discurso de su marido justo en el momento en el que intentaba explicarle a su nieto cómo librarse de semejante tormento.


La aguerrida mujer simplemente se cruzó de brazos y fulminó con la mirada a su esposo. Tras esto, Juan se quedó de piedra y ni una sola palabra más volvió a salir de su boca. 


Así que Nicolas finalmente no logró enterarse de cómo librarse de ese martirio, y cuando le suplicó a su abuelo con los ojos que lo salvara, el muy canalla fingió un terrible dolor de espalda simplemente para no acompañarlos. Como era el único hombre que quedaba en la casa, ya que los demás habían huido sabia y previsoramente, y las mujeres querían tener una opinión masculina sobre lo que se probaban, lo arrastraron con ellas a una decena de tiendas donde siempre hacían lo mismo y nunca se llevaban nada.


—¿Creéis que esto me hace gorda? ¿Cómo me queda? —preguntó nuevamente su madre mientras Nicolas pensaba muy seriamente en golpear su cabeza y quedar inconsciente para no volver a oír esas palabras.


—Te queda perfecto, mamá, no pareces tú —mintió él hábilmente, decidido a que finalizara esa tortura cuanto antes.


—No sé yo…, tal vez sería mejor en verde —opinó Eliana, la molesta amiga de su madre, poniéndole pegas a otro modelito. Otra vez.


—Sí, creo que tienes razón. ¡Éste tampoco me sirve! —coincidió finalmente su madre tras dar un par de vueltas frente al espejo.


Esta vez Nicolas no pudo resistirlo y golpeó su cabeza contra la columna que tenía más cerca.


—¡Nicolas! ¿Qué haces?


—Seguir los conejos del señor Alfonso: si estoy inconsciente, seguro que esto duele menos —declaró el chiquillo, logrando con ello ser fulminado por las dos indecisas mujeres que lo obligaban a acompañarlas.


—¡Mira que eres exagerado! Me pruebo este modelo en color verde y nos marchamos… —decidió finalmente su madre, convirtiéndolo en el niño más feliz del mundo.


—¡Hombres! ¡Nunca se puede venir de compras con ellos! —exclamaron las dos mujeres un tanto molestas, como si ese martirio realmente fuera algo digno de experimentar.



****


Paula se probaba un hermoso vestido largo con cuentas plateadas en el escote y recogido al cuello, que se adaptaba a la perfección a las curvas de su cuerpo hasta que llegaba a los tobillos, donde tenía un hermoso volante. 


Mientras no dejaba de dar vueltas ante el espejo, se preguntaba si sería del gusto de Pedro. Por supuesto, no dejó de ensayar alguna que otra pose sexi para ver cómo le quedaría cuando se le insinuara esa noche, ya que Paula estaba decidida a seducirlo y a vivir todas las experiencias que no había vivido en su auténtico baile de graduación, al que no tuvo ganas de asistir en su momento porque no iba a ir con Pedro, y al que, de todas maneras, sus hermanos no le habrían permitido ir.


Esa noche se harían esas fotos que nunca pudo tener con él, bailaría todo el tiempo entre sus brazos, reirían y conversarían de nada en concreto y, por último, huirían a algún lugar escondido de todos, donde se rendirían a la pasión sin importarles nada más que celebrar ese día en que volvían a ser jóvenes atolondrados sin ninguna preocupación.


Mientras tarareaba emocionada por todo lo que la esperaba, la puerta del probador se abrió y Paula se dio la vuelta para reprender a su impaciente amiga.


—¡Eliana, ya voy! ¡No seas tan impaciente! —exclamó volviéndose, pero la persona que halló ante ella fue la que menos esperaba encontrarse en esos momentos, y lo que llevaba en las manos le hizo pensar que ese último día en el instituto tal vez no se parecería en nada al sueño que ella había ideado.


—Veo que te estás preparando para tu cita con Pedro, ¿eh? ¡Qué pena que ese iluso no sepa para qué has vuelto a este pueblo en realidad! —dijo maliciosamente Mabel, mostrándole la carta que Paula había perdido.


—No es lo que parece. Entre Pedro y yo hay muchas cosas que tú no sabes, muchos errores y malentendidos que al fin he comprendido que tengo que resolver.


—Sí, ya veo cómo vas a resolverlos… —replicó desdeñosamente Mabel mientras agitaba la carta delante del rostro de Paula—, pero no sueñes que esta estúpida carta tendrá un final feliz, porque alguien como Pedro no se enamoraría de una persona como tú. Aunque hayas cambiado por fuera, por dentro siempre serás esa ridícula y solitaria gordita que lo perseguía, incordiándolo por todas partes.


—¿Sabes que yo también creía estúpidamente que Pedro nunca se fijaría en mí? Hasta que me di cuenta de lo equivocada que estaba y de que en realidad él nunca había dejado de pensar en mí.


—Así que crees que lo tienes loco por ti, que se ha enamorado de ti… —ironizó Mabel, señalando la carta—.Veremos cuánto le dura ese enamoramiento cuando lea esto… Pero, para que veas que no soy tan mala como crees, romperé esta carta si me prometes alejarte de él para siempre.


—Lo siento, pero eso es algo que no haré, ya que le he prometido a Pedro que no volvería a apartarme de su lado —declaró Paula firmemente.



Y, sin dejarse avasallar, pasó junto a Mabel ignorando sus amenazas, decidida a afrontar el desastre cuando ocurriera y no hacer como siempre y huir del hombre al que nunca había dejado de amar.




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