miércoles, 30 de mayo de 2018

CAPITULO 85





No comprendía por qué Paula estaba tan nerviosa si había cumplido cada una de las expectativas que alguna vez había tenido sobre mí: había organizado un maravilloso baile en el viejo gimnasio, logrando que la mayoría de las antiguas alumnas que me habían seguido en una ocasión como corderitos me ayudaran con todos los preparativos de ese festejo. Decenas de globos azules y blancos colgaban del techo junto con algunas cadenetas del mismo color que ni yo mismo sabía de dónde habían salido. Alan había ayudado a montar un firme estrado para las actuaciones de la noche, entre las que destacaba la de un antiguo grupo de música del colegio que se habían decidido a tocar.


Por último, logré que los vecinos se involucraran convenciéndolos de que prepararan un ponche que los más inmaduros no tardaron en adulterar añadiéndole alcohol, junto con algún que otro tentempié que calmara nuestro apetito.


Además de eso, me comporté como un verdadero caballero toda la noche, pero cada vez que la sacaba a la pista, Paula temblaba inquieta entre mis brazos. Cuando nos hacíamos una foto a través de ese antiguo compañero del club de fotografía que ahora no podía soltar su cámara, Paula mantenía en su rostro una fría y falsa sonrisa que no me agradaba en absoluto.


En el bolsillo de mi traje llevaba esa noche una carta que escribí en mi adolescencia, cuando ella se marchó, y que estaba decidido a mostrarle para que viera cuánto me había importado realmente su marcha de Whiterlande cuando ella apenas tenía quince años, y para que se diera cuenta de que ese enamoramiento juvenil no sólo había sido por su parte, aunque tal vez yo hubiera tardado un poco más en percatarme de ello.


Tras resolver algunas de las dudas de nuestro pasado, yo estaba convencido de comenzar de nuevo: tendríamos una relación, nos casaríamos y al fin tendríamos algún hijo tan escandalosamente pelirrojo como ella, además de ese diablillo de Nicolas, que cada vez me caía mejor y del que no me importaría mucho convertirme en su padre. En mi mente todo encajaba a la perfección, pero, para mi desgracia, con Paula eso de planificar las cosas nunca parecía funcionar.


Finalmente, a lo largo de la noche, logré que se tranquilizara un poco. Pero cuando creía que nadie la veía, miraba a Mabel con gran inquietud. Era indudable que aquella pérfida mujer se traía algo entre manos, alguna malévola jugada que llevar a cabo contra mi pequeña Paula, así que durante toda la noche estuve pendiente de cada uno de sus movimientos, aunque ella tal vez interpretó mi interés de otra manera.


Cuando acababa la noche sin ningún contratiempo, Mabel subió al escenario para dar el discurso final. Tras dirigir una maliciosa mirada a Paula, sacó uno de aquellos horrendos sobres rosas de corazones que mi amada pelirroja solía utilizar. No tuve dudas de que esa carta había sido escrita por ella cuando comenzó a temblar, y cuando me alejaba de ella para recuperarla de manos de Mabel, supe que iba dirigida a mí, ya que Paula intentó retenerme desesperadamente a su lado. Sin embargo, a pesar de lo que pudiera decir esa carta, como toda nuestra complicada historia de amor, eso era algo que nos atañía sólo a nosotros.


—Bueno, para despedirnos he pensado que qué mejor que leeros una carta que nos haga rememorar por qué hemos vuelto a encontrarnos en esta reunión con las personas sobre las que tanto hemos pensado. Esta carta comienza así: «Te odiaré por siempre».


Y, mientras subía al estrado dispuesto a hacer el ridículo ante todos y a recuperar una declaración que sin duda alguna me dolería, pensé que era una maldita coincidencia que mis palabras y las de Paula por una vez hubieran sido las mismas, aunque con algunos años de diferencia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario