miércoles, 23 de mayo de 2018

CAPITULO 59




Eliana se preguntó qué narices hacía su amiga subiendo la escalera con una rapidez de la que nunca la había creído capaz, sobre todo después de presenciar en el pasado sus lamentables actuaciones en clase de educación física. Tras percatarse de que su hermano Pedro se hallaba en el salón junto a Nicolas, no albergó duda alguna de que la alocada carrera de Paula se debía a la presencia de éste: ninguna mujer querría ser vista con el lamentable aspecto que Paula lucía esa mañana. Eso, junto con la conocida impertinencia de la que siempre hacían gala sus hermanos, había provocado la inusual estampida de Paula escaleras arriba.


Y eso que Pedro era el que mejor se comportaba de los dos; él nunca hacía trastadas a sus amigas ni las espantaba con sus escandalosas proposiciones como hacía Daniel.


«Hasta ahora», pensó Eliana cuando detectó una ladina sonrisa en el rostro de su hermano mientras seguía a Paula con la mirada.


«¿Acaso a Pedro le interesa Paula?»


Eso era algo extraño, ya que durante la adolescencia siempre la había ignorado, pero ya se sabe que todo cambia con los años. Tal vez ése fuese el momento adecuado para advertirle a su hermano que Paula estaba comprometida, y que el único hombre al que había amado era el padre de Nicolas, alguien que desgraciadamente sólo había sido una aventura de una noche… O eso, al menos, era lo que su amiga le había contado, una historia en la que Paula siempre evitaba pronunciar el nombre de ese sujeto. 


Eliana se preguntaba si era porque le resultaba demasiado doloroso recordarlo o simplemente porque esa historia ocultaba más de lo que su amiga estaba dispuesta a contar.


Mientras marchaba hacia Pedro muy dispuesta a reprenderlo por su comportamiento, Eliana vio cómo Nicolas amonestaba a su hermano y decidió no interrumpirlos al observar que, tras el contundente puntapié que el niño le propinaba a Pedro, Nicolas iba ganando esa discusión.


—¡Eh, chaval! ¿No te ha dicho tu papá que no se debe golpear a la gente?



—No sé quien es mi papá, pero mis tíos me han enseñado muy bien cómo defender a mi mamá.


—Cómo no… —musitó Pedro mientras ponía los ojos en blanco y recordaba lo obtusos que eran aquellos irascibles sujetos.


—¿Tiene usted algo en contra de mis tíos? —preguntó Nicolas con insolencia, retando a Pedro con la mirada.


Y en ese preciso momento fue cuando Eliana se dio cuenta de qué era lo que faltaba en la historia que le relataba su amiga y al fin pudo ponerle rostro y nombre al tortuoso sujeto que Paula aún intentaba olvidar. Al ver el gesto impertinente y mordaz de Nicolas al enfrentarse a su hermano quedó convencida de que Pedro era el padre del chico: ésa era exactamente la misma expresión que Eliana había visto miles de veces a lo largo de su infancia cuando otro niño que no fuera Alan trataba de meterse con ella Pedro saltaba en su defensa.


Nicolas y Pedro continuaron discutiendo, ajenos a la verdad que se ocultaba entre ellos, pero revelándola a todos sin apenas percatarse de cuán similares eran sus gestos y sus acciones.


—Nada que sea de tu incumbencia, mocoso —zanjó tajantemente Pedro, cruzándose altivamente de brazos y demostrándole que él tenía más poder, ya que era mayor.


—¡No me llamo mocoso, me llamo Nicolas! Pero es comprensible que no lo recuerde, señor Alfonso…, ya se sabe que con la edad las personas mayores comienzan a olvidarse de las cosas —respondió Nicolas con la misma impertinencia, cruzándose de brazos un gesto altivo muy parecido al de su padre y dirigiéndole a éste la misma fría mirada que recibía de él.


¡Eran igualitos! De hecho, observar a Nicolas era como vislumbrar una copia del pasado de Pedro. Eliana se extrañó de que el Alfonso que más presumía de inteligencia pudiera llegar a ser tan estúpido y no darse cuenta. Y, mientras permanecía a un lado observando a esos dos personajes tan similares, se enfadó con su amiga Paula por todos los secretos que le había ocultado. Sin embargo, como su propia historia de amor también había sido bastante complicada, Eliana decidió escucharla primero antes de condenarla, ya que por propia experiencia sabía que cuando el amor llegaba se cometía más de una locura.


Mientras esperaba el momento idóneo para interrumpir la disputa, su salvaje marido la abrazó por la espalda y, tras depositar un cariñoso beso en su rostro, observó con atención la escena que se desarrollaba frente a él.


—¡Joder, pero si son iguales…! —exclamó sorprendido antes de que Eliana le tapara la boca con la mano.


—¡Ni una palabra! —siseó ella mientras se volvía hacia él y le exigía que guardara silencio con una sola de sus miradas, mostrándole sin saberlo lo preocupada que estaba por su hermano.


—Lo que tú digas, preciosa —contestó Alan en voz baja, besando cariñosamente la mano que lo había hecho callar—. Pero ¿no crees que Pedro tiene derecho a saberlo? — preguntó consciente de que su querida doña Perfecta nunca dejaría de lado ese nuevo descubrimiento hasta que todo encajara como debía.


—Y lo sabrá, pero cuando sea el momento. Y esa decisión no nos corresponde a nosotros —declaró Eliana mientras fulminaba con una de sus aterradoras miradas a su amiga, que en esos momentos bajaba de nuevo la escalera para imponer algo de orden entre aquellos dos.


«¡Qué pena que Paula no sepa hacer lo mismo con su desorganizada vida! Pero ¿para qué están las amigas sino para ayudarse?», pensó Eliana, totalmente decidida a traer equilibrio y armonía a la caótica vida de su querida amiga, que tantas cosas le había ocultado.


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