martes, 29 de mayo de 2018

CAPITULO 79




La celebración de esa noche tras los fuegos artificiales finalizó con una gran ovación de parte de todos los asistentes hacia los organizadores. 


Sin embargo, nadie pudo dar con ellos para felicitarlos en persona por esos entretenidos momentos que habían pasado. Tal vez, durante la última noche en la que rememorarían aquel baile al que un buen número de ellos no habían asistido, podrían comentarles lo mucho que había significado esa conmemoración, un momento en el que habían vuelto a sentirse jóvenes y a divertirse sin preocupaciones. Aunque, claro estaba, si es que llegaban a encontrarlos.


Paula, sentada en el sofá del apartamento de Pedro, se preguntaba qué demonios hacía allí y cómo narices había logrado él convencerla de que fueran a su casa cuando aún no habían terminado de hacer su trabajo. Por suerte, no tenía que preocuparse de su hijo, ya que estaba en casa de Juan y Sara, pero tal vez sí debería comenzar a preocuparse por el hombre que no paraba de moverse intranquilo por la estancia, apurando una copa de licor que en su momento le había ofrecido.


Pedro parecía nervioso, indeciso, inquieto, y eso llevó a Paula a preguntarse qué era lo que se traía entre manos. Él carraspeó varias veces para comenzar un discurso, pero apenas empezó con ello, volvió a guardar silencio antes de decidir que necesitaba una nueva copa y huir a la cocina.


Realmente ésa era una parte de Pedro que Paula nunca había visto, y se sentía tentada de saber más de ella. Pero como eso solamente podía acarrearle problemas, decidió infundirse fuerzas ojeando nuevamente la carta que había escrito. Rebuscó en su desordenado bolso, que había cogido tras cambiarse, y no la halló. Más nerviosa aún, volcó todas sus pertenencias en el sofá para buscarla concienzudamente, pero la carta siguió sin aparecer, y eso que iba dentro de un llamativo sobre de color rosa muy difícil de pasar por alto.


Paula se preguntó con nerviosismo si lo que Pedro quería decirle tendría que ver con que él había encontrado su carta… 


Desesperada, guardó de nuevo sus cosas y, avergonzada, decidió huir antes de que él se burlara de sus infantiles sentimientos por tratar de acabar con su recuerdo de una forma tan idiota. Mientras se alejaba precipitadamente, golpeó con el bolso un marco que había en la pequeña mesita junto al sofá. 


Cuando éste cayó al suelo, se precipitó a recogerlo y se fijó en que contenía una vieja foto en la que Eliana y ella sonreían despreocupadamente a la cámara.


A Paula no le gustó mucho que Pedro tuviera esa instantánea de ella, ya que no era la joven pelirroja de bonitas curvas la que aparecía allí, sino la chica regordeta de trece años que sonreía soñadoramente hacia el hombre que les tomaba la foto, que no era otro que Pedro. Tras apartar los cristales rotos y recoger el dañado marco del suelo, se percató de que detrás de la fotografía había un sobre rosa, igual de llamativo que el de su carta de venganza… 


¡Pero éste no podía ser el mismo, ya que era mucho más viejo y parecía como si alguien lo hubiera abierto muchas veces antes de decidir esconderlo en ese lugar!


—No, no puede ser… —murmuró mientras abría el sobre con manos temblorosas.


Al hacerlo, vio la carta que había escrito con quince años y que nunca se había atrevido a entregar. La leyó de nuevo, pensando en lo idiota que era en el momento en el que la escribió, y en ese instante también se dio cuenta de lo estúpida que era ahora por querer huir de ese hombre y no quedarse a escuchar lo que quería decirle.


—Nunca más huiré de ti, Pedro —prometió Paula en voz baja mientras observaba cómo su carta de amor, que un día creyó arrojar a la basura junto con su corazón, había sido guardada durante todos esos años por ese hombre como un pequeño tesoro



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