miércoles, 16 de mayo de 2018
CAPITULO 36
Sonreí satisfecho ante lo evidente que era que mi pequeña Paula aún no había aprendido a seducir a un hombre. Eso era positivo porque me indicaba lo poco que había salido de marcha, y me daba esperanzas para pensar que todavía no había podido olvidarme.
Después de cuidar de ella y de su inoportuno malestar, decidí comportarme como todo un caballero y la metí en un taxi conmigo para acompañarla a su casa. Por desgracia, se quedó dormida en cuanto entramos en el vehículo, y ante la mirada inquisitiva del taxista, tuve que dar la dirección del hotel en el que me hospedaba.
Cuando llegamos a nuestro destino, conseguí que ella se despejara un poco de su somnoliento estado, y en el instante en el que se abrazó amorosamente a mí pronunciando mi nombre y yo puse esa cara de estúpido enamorado que siempre solía tener cuando estaba junto a ella, el taxista dejó de mirarme con sospecha y decidió que solamente éramos una más de las parejas de enamorados que llevaba habitualmente en su coche, en vez de un malvado que quería aprovecharse de una mujer borracha y su desafortunada víctima, así que quedé descartado como criminal. Aunque creí observar cómo el honrado taxista me hacía una foto con su móvil antes de partir. Por si acaso.
Sin poder lograr que Paula se despertara, la cargué amorosamente en mis brazos como ella siempre había deseado. Pero, para su desdicha, no estaba despierta para ver cómo se cumplía uno de sus sueños infantiles y yo hacía nuevamente el ridículo por ella.
Tras llevarla por todo el vestíbulo hacia el amplio ascensor y hasta mi habitación, provocando que todas las miradas curiosas se fijaran en nosotros, algo que realmente me molestaba, mi airado temperamento se calmó en el momento en que Paula nuevamente suspiró mi nombre y se acurrucó contra mi pecho.
Por desgracia, la paz entre esa fogosa pelirroja y yo nunca parecía durar mucho, y en cuanto la solté en la cama ella despertó de su sueño. Al ver mi peligroso rostro frente a ella, por unos instantes, me miró tan fijamente que creí que me había reconocido. Pero luego tuvo la osadía de susurrar a mi oído las palabras que más podían enfurecerme en esos momentos y, así, esa parte canalla que había en mí, quedó nuevamente libre de su encierro.
—Hazme olvidar a Pedro Alfonso… —pidió Paula junto a mi oído, y yo la silencié con uno de mis besos, dispuesto a mostrarle esa noche lo malvado que podía llegar a ser en ocasiones.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario