—Decididamente, ése es el tipo adecuado para ti… —le recomendó Vanesa a Paula después de que Eliana se alejara de la mesa para atender su teléfono, señalando impertinentemente con un dedo a un hombre de aspecto bastante peligroso que en esos instantes se peleaba con otros cuatro y, a pesar de la aparente desventaja, él parecía ir ganando.
—Vanesa, nunca he dudado de tu criterio hacia los hombres… hasta ahora — declaró Paula, cuestionándose la cordura de la chica, esa loca compañera de piso de Eliana que se había convertido en una gran amiga suya inmediatamente después de que ésta las presentara.
—¿Acaso no es lo opuesto a ese hombre perfecto al que no puedes borrar de tu mente? —insistió Vanesa.
—Sí… —confirmó Paula, observando más detenidamente a ese tipo que, al contrario que Pedro, parecía ser un canalla tanto por fuera como por dentro.
—¿Por qué no te lías la manta a la cabeza y pruebas a acostarte con un hombre como él? —volvió a la carga Vanesa.
—¿No crees que podría llegar a ser algo peligroso? —preguntó la reacia pelirroja, dudando si en verdad debería cometer esa locura.
—¿Y no lo es permanecer enamorada de un hombre que tan sólo ha jugado contigo? —señaló Vanesa, recordando parte de la historia de amor que su nueva amiga le había contado.
—Creo que, por esta vez, tienes razón… Eso sí, tendré que estar un poco más ebria para poder acercarme a él —dijo Paula, decidida a olvidarse para siempre de Pedro Alfonso en los brazos de otro.
—¡Así se habla, amiga! Entonces ¿qué va a ser? —preguntó Vanesa alegremente, parando al guapo camarero que retiraba las copas vacías de la mesa.
—De todo menos tequila —respondió Paula, rememorando esa endiablada bebida que siempre le recordaría los besos de un hombre que en esos momentos solamente deseaba olvidar.
****
En serio: eso de que seducir a alguien en un bar es mucho más fácil para las mujeres es toda un patraña… Primero tuve que armarme de valor para acercarme al tipo que había elegido. La verdad es que lo observé con bastante atención desde lejos antes de aproximarme a él, y solamente lo hice porque mi amiga me hizo beberme medio bar y me arrastró a su lado.
En cuanto terminé mi última copa, Vanesa me empujó hacia el lugar donde ese tipo acababa de vapulear a uno de los sujetos con los que se había peleado y, mientras los golpeaba, no paraba de reprenderlos por haber intentado poner algo de música en el local. Por lo visto, la música no era uno de los temas que debía tener en cuenta para entablar conversación con ese individuo, ya que, por su comportamiento, parecía que la odiaba.
Como se encontraba de espaldas a nosotras mientras miraba amenazadoramente a los hombres que se hallaban a sus pies, Vanesa y yo, entre susurros y mediante señas, discutimos la estrategia que debíamos adoptar para captar su atención.
Finalmente, yo decidí esperar pacientemente hasta que se volviera y notara mi presencia.
Pero, para mi desgracia, Vanesa era de ese tipo de mujeres que no tienen paciencia alguna y que cuando se aburren llaman la atención de la forma menos conveniente para sus amigas.
Tras pellizcar llamativamente el trasero del peligroso sujeto, Vanesa se volvió a entablar conversación con un hombre que pasaba por allí a la vez que simulaba no haber sido la instigadora de esa locura, y yo, como no sabía disimular en absoluto, miré hacia arriba mientras silbaba una cancioncilla de mi infancia.
Cuando el hombre se volvió y nuestros ojos se encontraron, no pude evitar sonrojarme declarándome culpable de un delito que no había cometido, pero es que la mirada que me dirigió recorriendo mi cuerpo de arriba abajo con ávido interés me hizo recordar, por unos momentos, a la persona que quería olvidar. Y, cuando me sonrió maliciosamente, pensé que si en algún momento Pedro dejaba de fingir ser el chico bueno que realmente no era, se asemejaría mucho a ese canalla.
—¿Qué deseas, preciosa? —preguntó con voz profunda el hombre al que yo aún no había decidido si era buena idea seducir.
Sin saber cómo seguir con ese peligroso juego del que nunca había aprendido las reglas, ya que no estaba acostumbrada a salir con nadie debido sobre todo a mis protectores hermanos y a mi enfermizo deseo por un hombre que nunca me convendría, titubeé unas cuantas palabras antes de decidirme a hacer la pregunta más inapropiada para atraer el interés de un espécimen masculino como aquél.
Pero, desafortunadamente, era la única que se me ocurría después de haberme bebido medio
bar…
—Pues…, verás…, yo quería saber si tú… si tú podrías indicarme… dónde están los servicios… Es que no me encuentro muy bien —dije rápidamente y, cuando terminé esa estúpida frase que en un principio era mentira, comencé a sentirme mal de verdad y los nervios se adueñaron de mi estómago e hicieron todo lo posible para dejarme en evidencia y conseguir que ese hombre no volviera a hablarme en la vida.
—Cielo, jamás había oído esa frase para tratar de acercarse a mí. Si quieres que te acompañe a algún lado, sólo tienes que decirlo. Después de todo, con una mujer tan atractiva como tú, yo nunca me negaría. Tan sólo dime la verdad: ¿adónde quieres ir en estos momentos? —preguntó sugerentemente el peligroso sujeto, alzando mi rostro para que me enfrentara a su apasionada mirada.
Tal vez, si mi excusa hubiera sido una patraña femenina, él habría caído en la trampa sin resistencia alguna, pero como yo no era de esa clase de mujeres, simplemente le mostré de la forma más lamentable que no estaba acostumbrada a jugar a eso: lo miré fijamente a los ojos y, mientras él intentaba seducirme con su sonrisa, mi rostro se puso verde y, poco después, vacié el contenido de mi estómago en sus zapatos.
—Vale, no hacía falta que me respondieras de esa manera. Lo he captado: necesitas ir al baño —declaró mordazmente y, cuando pensé que se alejaría de mí, me cogió delicadamente entre sus brazos y me llevó con rapidez hacia el baño de señoras, donde, increíblemente, esperó paciente a que mi malestar disminuyera. Incluso llegó a entrar con atrevimiento junto a mí para sujetar mis cabellos mientras vomitaba.
Sin duda, cuando finalizara esa terrible situación, él no volvería a dirigirme la palabra. Y tal vez eso fuera lo mejor, porque ese desconocido era igual de impredecible que Pedro Alfonso y demasiado parecido a él, con una parte canalla y otra caballerosa que se mezclaban por igual, haciéndome imposible decidir cuál de ellas era la que más me gustaba y, con el tiempo, llegaría a enamorarme.
Ayyyyyyyyy no te la puedo creer que no lo reconoció jajajaja.
ResponderEliminar