miércoles, 16 de mayo de 2018

CAPITULO 38




Cuando Paula despertó, confusa y sola en una cama extraña, miró a su alrededor fijándose por primera vez en una habitación que apenas recordaba tras una tórrida noche de sexo con un desconocido.


Sin duda se hallaba en la habitación de un hotel, ya que se encontraba en una de esas típicas camas dobles. «Una no muy barata», pensó mientras observaba que el suelo estaba cubierto por bonitas alfombras de aspecto lujoso, en lugar de la habitual moqueta, y disponía de un amplio armario y un espacioso escritorio con un ordenador.


También había una gran televisión de plasma y las típicas mesillas con obsequios a ambos lados de la cama. Pese al amplio espacio del lugar, por unos instantes, a Paula le faltó el aire cuando se dio cuenta de lo que había hecho la noche anterior para tratar de olvidar al hombre al que amaba.


Por unos momentos se vio tentada de sucumbir ante el infantil comportamiento que en ocasiones mostraba y ocultarse bajo las sábanas hasta que toda aquella vergonzosa situación pasara. Ella nunca se había acostado con un extraño. De hecho, no había hecho el amor con otro hombre que no fuera Pedro, algo bastante lamentable a sus veintitrés años. Pero después de que sus sueños y sus pesadillas se hicieran realidad entre los brazos de ese hombre que la había traicionado, no había querido salir con nadie más… Hasta esa noche, en la que había pretendido olvidarse de Pedro utilizando a otro e, increíblemente, había conseguido todo lo contrario.


Paula tapó su avergonzado rostro con la almohada mientras gritaba silenciosamente su frustración al no haber logrado dejar de pronunciar el nombre de Pedro en ningún momento de la apasionada noche. Tal vez fuera porque su estúpido corazón, a pesar de todo, aún seguía amando a ese canalla.


Tras desahogar mínimamente su enfado, cubrió con vergüenza su desnudo cuerpo sin poder evitar recordar lo ocurrido en esa cama la noche anterior. ¡Quién iba a pensar que ese hombre sería todo un experto conquistador que finalmente la haría derretirse entre sus brazos con caricias y besos y que parecía conocerla más de lo aconsejable, aunque él fuera un total desconocido elegido neciamente al azar!


Su confusa mente, en algunos instantes, había llegado a mezclar al hombre que intentaba olvidar con ese otro con el que estaba en esos momentos y, pese a sucumbir al placer que podía proporcionarle, era el nombre de otro el que siempre gritaba en la cima del placer.


Paula se sentó en el revuelto lecho algo desorientada, preguntándose dónde estaría ese desconocido del que no sabía siquiera su nombre, y si podría recoger sus ropas esparcidas por la habitación y marcharse antes de que él volviera. En ese instante oyó ruido proveniente de la ducha, con lo que ya no tuvo dudas de que él todavía se encontraba en la habitación. Así pues, tras envolver su cuerpo con la sábana, se levantó decidida a marcharse antes de que ese tipo regresara, ya que la locura que había cometido la noche anterior no era algo habitual en ella y simplemente se trataba de un error que no quería volver a repetir.


Mientras recogía sus ropas, Paula no pudo evitar sentirse abochornada, y más aún cuando halló su destrozada e inservible ropa interior entre las revueltas sábanas de la gran cama. Intentó hacerse con sus braguitas de encaje, que se habían deslizado hasta un lugar de difícil acceso entre el colchón y la cabecera. Tras llegar a ellas, se fijó que el parche que tapaba uno de los ojos del desconocido había quedado olvidado en la mesilla de noche, y entonces sintió la tentación de quedarse para averiguar cómo era el hombre con el que se había acostado, pero su prudencia, o tal vez su cobardía, la hizo desistir de ello.


Ya se disponía a levantarse de nuevo del caótico lecho cuando la puerta del baño se abrió y ante ella apareció la persona que menos esperaba encontrar… Ahora encajaban en su desordenada mente todas las dudas y todos los confusos pensamientos que había tenido a lo largo de esa noche, por eso las caricias y los besos de ese hombre le habían resultado tan familiares… No era que su mente no pudiera olvidarse de él, sino que su cuerpo y su corazón lo habían reconocido.


Paula se sentó de nuevo en la cama, estupefacta por lo que había hecho, sin poder evitar darse cuenta de que esa noche había cometido más de una vez el error que había prometido no repetir nunca más con ese sujeto.


El malicioso Pedro Alfonso, con su metro ochenta y cinco de estatura, su musculoso torso desnudo, su atractivo rostro recién rasurado, sus fríos ojos azules y su ladina sonrisa, se acercó a ella vestido solamente con una toalla mientras anunciaba impertinentemente:



—Paula, la próxima vez que quieras sacarme de tu mente entre los brazos de otro hombre, asegúrate antes de que el tipo con el que te acuestas no es el mismo que el que quieres olvidar…


Tras esto, pasó impasiblemente ante la mujer que ocupaba su cama y colocó de nuevo el parche en su ojo.


Todavía pasmada con lo ruin que podía llegar a ser Pedro, Paula se levantó tan dignamente como podía hacerlo una mujer ataviada únicamente con una sábana y respondió debidamente a las impertinencias de ese individuo con una sonora bofetada que cruzó su rostro.


—No te preocupes: la próxima vez lo haré —declaró, decidida a no mostrar a ese hombre una vez más el daño que sus palabras podían llegar a hacerle.


Luego se encerró en el baño y, bajo la ducha, dejó salir las amargas lágrimas que nunca se atrevería a enseñarle.



****

¿Por qué narices me había comportado como un idiota? ¿Por qué no había podido decir algo dulce que la retuviera a mi lado, o explicarle que me había hecho pasar por otro solamente para tenerla de nuevo entre mis brazos? ¿Por qué, cada vez que estaba con Paula, únicamente salía la parte más canalla de mí y, aunque intentara no hacerle daño, siempre conseguía hacerla llorar?


Confuso, me senté en la cama que habíamos compartido esa noche, donde había cedido a mis más profundos deseos con ella y la había tomado una y otra vez tratando de grabar mi nombre en su cuerpo para que nunca me olvidara. Aunque con mis rudas acciones y mis mentiras tal vez había llegado a conseguir todo lo contrario.


Mesé nerviosamente mis cabellos sin saber qué decir o qué hacer cuando ella saliera del baño, porque, si me volvía a equivocar, Paula se alejaría de mi lado otra vez. No obstante, mientras pensaba qué palabras la harían quedarse junto a mí, recordé cómo había intentado borrarme de su mente con las caricias de otro, y los celos y la furia se adueñaron de mí, porque si yo no hubiera estado en ese preciso instante en aquel bar, ella habría compartido esa apasionada locura con otro y, sin duda, habría conseguido olvidarme, algo que, por más que me empeñara en hacer yo con ella, jamás podría lograr.


Ella siempre sería para mí la pequeña Paula, esa enamoradiza y soñadora chica que buscaba en mí a ese príncipe al que yo nunca llegaría a parecerme. Y lo más extraño era que, por más que le mostrara una y otra vez lo equivocada que estaba conmigo, ella siempre volvía a derretirse entre mis brazos, manifestándome que en verdad le gustaban por igual las dos caras del hombre al que una vez neciamente aseguró amar.


Cuando salió del baño, perfectamente vestida y sin rastro alguno de la locura de esa noche, su rostro todavía seguía marcado por las lágrimas que quería ocultarme. Me levanté e intenté acercarme a ella para explicar mis acciones. 


Ansié tocar sus llamativos cabellos rojos, que siempre me habían tentado. Pero cuando alcé mi mano, ella se alejó distante.


—¿Qué tal? ¿He sido un buen entretenimiento mientras esperas a que tu prometida regrese de otro de sus viajes? ¿Te has divertido lo suficiente jugando conmigo mientras fingías ser otro? ¡Pues espero que tengas en cuenta que esta estúpida pelirroja es alguien con quien no volverás a jugar jamás! —exclamó tratando de abandonarme nuevamente al pasar rápidamente junto a mí en dirección a la salida.


—Ya no estoy prometido, Paula, y tú para mí nunca has sido un simple entretenimiento —me excusé y, resistiéndome a que se alejara de mi lado de nuevo, la cogí de un brazo y la hice enfrentarse a mi sincera mirada.


—Pero lo estabas cuando nos acostamos por primera vez… Y la pasada noche jugaste conmigo como el canalla que eres —declaró Paula, zafándose de mi agarre y sacando a relucir cada una de mis mentiras.


—¡Querías olvidarme con otro tío! —la increpé molesto, intentando explicar mi comportamiento al hacerme pasar por otra persona.


—¡Eso es algo que conseguiré con el tiempo, sin ninguna duda! —gritó mi furiosa pelirroja escapando nuevamente de mis manos sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo, ya que cada una de las recriminaciones que me había hecho eran del todo ciertas.


Luego abrió airadamente la puerta de la habitación y se marchó rápidamente dando un portazo.


—¡Paula, todo tiene una explicación! —chillé mientras abría y corría tras ella—. Yo te amo… —confesé finalmente al desolado pasillo por donde ella ya se alejaba a la carrera sin prestar atención a mis palabras de amor, que, una vez más, habían sido ignoradas—. ¡Joder, Paula! ¿Por qué siempre huyes de mí? ¡Te juro que ésta es la última vez que corro detrás de ti! —gruñí, sabiendo que mis palabras eran mentira porque, en cuanto volviera a cruzarse en mi camino, volvería a correr detrás de ella.


Y, mientras tanto, solamente rogaría por que tuviera algún grato recuerdo de mí que le hiciera imposible olvidarse de mi nombre.





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