martes, 15 de mayo de 2018

CAPITULO 34






—Tienes que encontrar un hombre que sea todo lo contrario a ese por el que estás pillada para poder olvidarlo —aconsejó a viva voz Vanesa, una voluptuosa morena que no tenía al género masculino en muy alta estima—. Y, cuando lo hayas encontrado…, ¡vas y te lo tiras!


—Por encima de mi cadáver… —masculló Pedro, bastante irritado, desde su oscuro rincón tras oír ese ligero comentario de una de las amigas de Paula.


Por suerte, más de uno de los parroquianos creyó que ese peligroso sujeto tan sólo le hablaba a su cerveza, y pasó desapercibido cerca de ese grupo de mujeres ebrias que aportaban consejos tan lamentables.


—Bueno, no sé si lo mejor para ti en estos momentos sería acostarte con otro para olvidar a tu ex, creo que deberías tomarte las cosas con calma, Paula, y darle tiempo a tu corazón para curarse… —intervino dulcemente Anabela, una inteligente rubia cuyos consejos todas decidieron ignorar en esos momentos.


—Amén, hermana… —convino Pedro para sí, aguardando a que alguna de ellas se decidiera a apostar por el consejo más sensato. Pero como se trataba de un grupo de mujeres resentidas con algún que otro espécimen masculino, eso era algo que Pedro no podía llegar a esperar.


—¡Sí, claro! ¡Nos metemos en la cama frente a tontas películas románticas y lloramos a moco tendido, como cuando Eliana se deprime! —ironizó Vanesa, haciendo partícipe de esa irracional conversación a su amiga.


—¡Eh! ¡A mí no me metas en esto! —advirtió Eliana.


—¡Amiga mía, lo mejor para olvidar a un hombre es que otro ocupe su lugar! Además, ¿qué crees que estará haciendo en estos momentos ese tipo? ¿Siguiéndote a este bar y suspirando a escondidas por ti mientras te espía desde algún oscuro rincón? ¡Pues claro que no! ¡Ningún hombre es así! —apuntó efusivamente Vanesa, sin llegar a percibir los gruñidos desaprobadores de un hombre que, finalmente, comenzaba a confirmar que se estaba convirtiendo en un idiota, todo por perseguir un amor que siempre lo evitaba.


»¡Ya te digo yo lo que estará haciendo ese tipejo en estos instantes: lo más seguro es que se esté tirando a alguna incauta sin molestarse siquiera en recordar a la mujer con la que tuvo una relación! —continuó fervientemente Vanesa, haciendo evidente que sus amargos consejos se debían muy probablemente a que ella misma también estaba dolida por alguna relación fallida.


—¡Qué más quisiera! —suspiró una voz masculina, resignada a no poder olvidarse nunca de esa mujer, y pensando que solamente estaba haciendo el idiota.


Pedro se disponía ya a marcharse del bar, hasta que oyó las apenadas palabras de Paula.


—Realmente agradezco vuestros consejos, pero no se puede decir que yo tuviera una relación de algún tipo con ese sujeto —apuntó ella tristemente mientras observaba el fondo de su vaso.


—Entonces ¿por qué no puedes olvidarlo? —preguntó Eliana, extrañada por la repentina tristeza de su amiga al recordar a ese hombre del que tan poco sabía.


Mientras esa pregunta quedaba en el aire, Pedro no podía dejar de prestar atención a la respuesta que tanto necesitaba oír. De hecho, por poco no le atizó a un tipo ebrio que
se dirigía a la máquina de discos con paso tambaleante. Pero, por suerte, una ruda sugerencia y el amenazador gesto de sus puños lo hicieron desistir.


—¡Ni se te ocurra, amigo! —gruñó Pedro mientras le dedicaba una fría mirada a ese molesto personaje y le señalaba el camino de vuelta a su mesa.


Luego, simplemente esperó con impaciencia a oír la respuesta de su adorada Paula.


—Porque, por unos instantes, ese hombre fue todo lo que yo soñé —confesó ella, dejando atrás sus tristes lamentos para rememorar solamente lo que era digno de recordar.


Tras esas palabras, Pedro sonrió y volvió a tomar asiento en su mesa, decidiendo que, después de todo, valía la pena hacer el idiota por esa mujer.


—¡Peor me lo pones! Sin duda te engañó vilmente para que cayeras en su trampa haciéndose pasar por el príncipe azul que no era —declaró airadamente Vanesa.


—No, definitivamente él nunca será un príncipe —confirmó Paula sin poder eliminar la irónica sonrisa de su rostro al recordar la perversa personalidad de Pedro Alfonso, que únicamente ella había llegado a ver.


Y, mientras tanto, Pedro no pudo evitar darle la razón a la mujer que más lo conocía al tiempo que escuchaba la conversación desde su mesa.


—Bien, pues brindemos por la castración de todos los príncipes… —anunció la resentida Vanesa, finalizando así su airado discurso.


—¡Y también de los sapos! —añadió Eliana, recordando a Alan, ese molesto vecino de Whiterlande, ese infame salvaje que nunca la dejaba en paz.


Tras el brindis, todas intentaron ponerse de acuerdo sobre cómo sería el tipo de hombre ideal para Paula, y Pedro supo que se hallaba en un serio aprieto cuando oyó a su hermana Eliana proponer la estúpida idea de elaborar una lista de cualidades que debía tener el hombre perfecto para que su amiga llegara a encontrar al más adecuado para ella.


Ése fue el momento en el que decidió que debía deshacerse de su hermana pequeña lo más rápido posible, sobre todo porque esa ilógica mujer que era doña Perfecta podía convencer a todas las presentes para llevar a cabo esa infernal idea, con la que ningún hombre estaría a la altura de las expectativas. Pedro no tuvo que pensar mucho para saber cómo librarse de su hermana; después de todo, si alguien podía amargarle la noche a Eliana, ése no era otro más que un hombre bastante salvaje…


Para su desgracia, mientras intentaba llamar a su amigo Alan y a la vez mantener el oído pegado a la conversación de Eliana, rogando por que no hicieran esa maldita lista, un nuevo sujeto trató de acercarse a la máquina de discos que había junto a él.


Pedro ya se volvía airadamente hacia él cuando descubrió que el tipo de antes había vuelto acompañado por alguno de sus colegas, que, al parecer, adoraban la música de la máquina, ya que estaban más que dispuestos a comenzar una pelea por ello.


Apenas tuvo tiempo de dejarle un breve mensaje a su amigo Alan antes de enzarzarse en una estúpida riña, pero, por lo visto, las simples palabras Eliana, bebidas y bar fueron suficientes para que Alan hiciera de las suyas a través del teléfono y para que su hermana se levantara molesta de la mesa para reprender a un sujeto al que, aunque decía odiar, parecía prestar demasiada atención a cada una de sus palabras.


Después de que Eliana desapareciera de su vista, Pedro no pudo hacer mucho por enterarse de qué hablaban las mujeres, sobre todo porque cuatro mastodontes se le echaron encima intentando derribarlo. Pero, por desgracia para esos estúpidos, después de conocer a los hermanos Peterson, eso era algo a lo que él estaba más que acostumbrado.


Aunque era inquietante no saber el tipo de hombre que sus amigas recomendarían finalmente a Paula, Pedro dejó de prestarle atención a la conversación cuando uno de aquellos energúmenos le endosó un golpe en la mandíbula, momento en que un furioso Pedro sacó la ira que había acumulado durante tantos años de acoso por parte de los Peterson, quienes le habían enseñado cómo comportarse como un verdadero animal.



No hay comentarios:

Publicar un comentario