domingo, 13 de mayo de 2018

CAPITULO 29




Después de encontrar a Barbara Campbell atada a una de las camas del hospital, el buen nombre del joven médico en prácticas responsable de ello había quedado manchado. 


A pesar de eso, el personal femenino del hospital solamente se sintió todavía más atraído hacia Pedro Alfonso al ver el atrevido comportamiento del que era capaz un hombre en apariencia tan perfecto y respetable.


Claudio Campbell, el director de tan prestigioso hospital y padre de Barbara, no tardó mucho en pedirle explicaciones. Y más aún al enterarse de la repentina ruptura de la pareja y ser molestado incansablemente por las quejas de su mimada hija, cuyo agravio reclamaba venganza.


La solución que se debía tomar tras lo ocurrido fue obvia para todos: Pedro, un brillante médico con un todavía más brillante futuro, fue despedido y amonestado con un punto negro en su expediente, algo con lo que los Campbell sentenciaron su futuro en esa ciudad. Tal vez debido a lo ocurrido en esos días, nadie se percató de que Paula Chaves, la joven y nueva enfermera, no había tardado mucho en renunciar a su puesto solamente unas semanas después de haberlo aceptado. Paula no dio motivo alguno para ello: simplemente abandonó rápidamente cada una de sus obligaciones, incluidos los tediosos cuidados de aquel escandaloso médico, que, definitivamente, ya no tenía lugar alguno en ese hospital.



*****


Paula apenas se atrevía a volver al lugar donde había sido traicionada por el hombre al que creía amar pero del que, una vez más, se había dado cuenta de que tan sólo era una mera ilusión. Tal vez por eso, y porque, a pesar de todo, su traicionero corazón aún se aceleraba al pensar en Pedro, pidió ayuda a sus sobreprotectores
hermanos haciendo que la acompañaran a entregar su uniforme y a recoger las recomendaciones que el doctor Durban le había ofrecido para su nuevo trabajo en un lugar lo suficientemente alejado de Pedro como para no encontrárselo jamás.


Tras salir del despacho del doctor Durban y despedirse del pequeño Jeremy, al que tuvo que prometer que le escribiría decenas de cartas, Paula se dirigió hacia la sala de descanso de las enfermeras, donde no recibió ni una sola despedida amistosa de parte de sus chismosas compañeras, que no hacían otra cosa más que ignorarla.


Dispuesta a hacerse oír antes de abandonar ese amargo lugar que tantas decepciones le había traído, Paula carraspeó fuertemente intentando que le prestaran atención. Pero, cómo no, una vez más, el tema de los cotilleos parecía ser más interesante que sus palabras. Por supuesto, el tema no podía ser otro que lo perfecto que era Pedro Alfonso


Finalmente, harta de todo, Paula soltó con brusquedad su uniforme sobre la mesa de café acallando todos los comentarios y haciendo que todas las miradas se dirigieran hacia ella y hacia la agria jefa de enfermeras, que recibió el uniforme con una mirada llena de satisfacción ante su inminente partida.


—Me marcho. Gracias a todas por vuestra amistosa despedida… —comentó irónicamente Paula con una falsa sonrisa.


—De nada —respondió Mirta, deleitándose con la marcha de la chica, creyéndose responsable de ella.


—Te deseo mucha suerte en tu nuevo trabajo, ¿que será…? —se interesó una de aquellas chismosas sin molestarse siquiera en mirarla a la cara.


—Aún no lo sé. Me marcharé con mi familia al próximo destino de mi padre y, una vez allí, ya decidiré entre las diferentes opciones. Después de todo, dispongo de unas magníficas referencias del doctor Durban ganadas a costa de mi duro trabajo… — replicó Paula sin dejarse avasallar, porque ya no era una infeliz joven que se escondía de sus temores. Ahora era una mujer adulta y madura que los enfrentaba y no permitía que nadie la pisoteara.


—La verdad es que no entiendo por qué te marchas, si tenías un buen lugar aquí y eras la favorita de algunos de los médicos más renombrados… Aunque sin duda habrías estropeado eso en algún momento con tu incompetencia —intervino Mirta, dejando entrever que su partida tan sólo era para adelantarse a un hipotético despido.


—Yo tampoco sé por qué me marcho —repuso Paula, sin querer darle explicación alguna. Pero, prefiriendo mostrársela, extrajo una prenda arrugada de su bolso y anunció alegremente a todas—: En fin, añado una cosita a la lista de objetos perdidos del tablón y me marcho.


Y, ante el asombro de las enfermeras, Paula clavó en el tablón, con gran satisfacción y varias chinchetas, unos calzoncillos tipo bóxer que llevaban bordados un nombre. El nombre de un individuo al que todas adoraban y al que en verdad nunca conocerían tan profundamente como lo había hecho ella.


Si de una cosa estaba segura Paula mientras bordaba el nombre de esa persona en su ropa interior y cometía esa impetuosa locura era que, aunque no se enorgulleciera de haber caído en las mentiras de Pedro, tampoco se arrepentía de ello porque, como siempre y por unos momentos, aquella noche él fue el hombre de sus sueños.


Cuando Paula se alejó, los chismes aumentaron, aunque esta vez no fueron sobre Pedro, sino sobre cómo era posible que una mujer como ella hubiera conseguido embaucar a un joven y prometedor médico hasta el punto de hacer que ese loco enamorado rompiera con su prometida y perdiera el brillante futuro que tenía por delante sólo por seguir su corazón. Sin embargo, esos rumores no llegaron a la mujer que se alejaba del hombre al que quería aleccionar con sus actos, creyendo erróneamente que, para él, ella no significaba nada.




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