domingo, 13 de mayo de 2018
CAPITULO 28
Desde mi cama de hospital miraba con desgana el que hasta ahora había sido mi planificado futuro: una hermosa mujer, un alto cargo en un prestigioso hospital y un elevado estatus económico. Ya no me importaban mucho desde que había vuelto a encontrar lo único que en verdad deseaba en esta vida: Paula. Esa pequeña mujer que el destino siempre se empeñaba en alejar de mí.
El estructurado porvenir que diseñé ante el erróneo pensamiento de haberla perdido había desaparecido en un instante ante mis ojos al encontrarla de nuevo, y ahora tenía que explicar a todos que lo que había conseguido con tanto esfuerzo era algo que ya no deseaba.
Miré a la altiva Barbara, una diosa de cabellos negros y hermosos ojos verdes, sin saber qué palabras decir para no hacerle daño. Porque, sin duda, si Paula no hubiera vuelto a cruzarse en mi vida, ella habría sido la mujer adecuada para mí: igual de calculadora, igual de fría e igual de inquebrantable que yo. Para mi desgracia, Barbara también era igual de persistente que yo en lo que deseaba y, por lo visto, un futuro marido tan conveniente como yo era algo que no estaba dispuesta a perder. Pero, por desgracia, ella no me conocía de verdad. De hecho, la única persona que me conocía profundamente era la que siempre se me escapaba.
Con la idea de que Paula podía llegar en cualquier momento y malinterpretar la situación, alejé de mi lado a Barbara, quien intentaba una vez más atraerme con su sensual cuerpo, algo que tal vez hubiera funcionado si mi mente no recordara las dulces caricias de la mujer que siempre había deseado y que, ahora que había tenido entre mis brazos, no podía volver a perder por nada ni por nadie.
—¿Qué es lo que ocurre? Normalmente eres mucho más cariñoso conmigo después de uno de mis viajes —inquirió mi altiva prometida, molesta con mi reacia actitud ante sus caricias.
—¿Recuerdas que cuando comenzamos esta relación acordamos que, si uno de nosotros encontraba a otra persona más adecuada en algún momento, romperíamos sin recriminación alguna? —le pregunté, recordándole la forma ante la que había cedido a sus insistentes encantos cuando en mi mente en realidad sólo podía pensar en otra.
—¡No me digas que has encontrado a una mujer mejor que yo que encaje perfectamente en tu planificado futuro! Porque la verdad es que no te creeré…
—No. He encontrado a una mujer que encaja perfectamente en mi corazón. La conozco desde mi adolescencia en Whiterlande y nunca he dejado de sentir algo por ella, y ahora que nos hemos vuelto a encontrar no puedo dejarla marchar. Siento haberte hecho perder el tiempo, Barbara, pero es mejor así: yo nunca habría llegado a amarte, y tú necesitas algo mejor que yo —intenté excusarme, arrepentido de haber pensado en casarme con una mujer que nunca habría llegado a amar porque en mi mente y en mi corazón solamente había sitio para una pequeña pelirroja.
—¿En serio me vas a cambiar por una estúpida pueblerina?
Excusé las bruscas palabras de Barbara porque realmente yo era el culpable de su resentimiento, pero no me agradó nada que tratara de manipularme. Por lo visto, esa mujer me conocía menos de lo que yo creía, y no sabía que nadie podía jugar conmigo si yo no lo deseaba.
—¿Sabes todo lo que vas a perder si te alejas de mí, Pedro? —preguntó alzándose sobre mí sin que yo, con una pierna inmóvil, pudiera hacer nada para rechazarla—. Si me dejas, olvídate de tu trabajo, de ese cargo tan prometedor que te han propuesto. Y, por supuesto, de dirigir este hospital —declaró mientras avanzaba sobre mi cuerpo—. Y ya puedes olvidarte también de esa mujer a la que tanto deseas, porque acabo de ver a una curiosa enfermera asomando su cabecita por la puerta y, conociendo tu debilidad por las pelirrojas, sin duda, se trataba de ella, ¿verdad? —susurró a mi oído.
—¡Apártate de mí, Barbara! —exclamé, desesperado por alejarla, sabiendo que ninguna de sus venenosas palabras era mentira y temiendo que Paula se marchara nuevamente de mi lado creyendo que yo había jugado con ella.
Intenté levantarme, pero Barbara me lo impidió.
—¡Vamos, Pedro! No seas así… Piensa en el maravilloso futuro que te espera a mi lado si te olvidas de ella. Además, ¿cómo vas a explicarle esto? —dijo acariciando lentamente mi pecho con una de sus frías manos, con las que sólo quería manipularme —. Sabes que yo soy la única que te conoce y que te entiende de verdad. Y también que yo soy lo que más te conviene.
Irónicamente, ante las palabras de Barbara recordé aquella estúpida frase con la que Paula alardeó un día en una de sus atrevidas camisetas, poniéndola ante mis ojos, y le sonreí perversamente a una mujer que en verdad nunca llegaría a conocerme.
—Barbara, la única persona que me conoce realmente es y será siempre Paula — declaré con dulzura a su oído mientras amarraba una de sus muñecas con las correas que mi enfermera siempre dejaba tan amablemente junto a la cama del hospital para recordarme que no debía comportarme como un chico malo si no quería recibir mi merecido, algo que en esa ocasión no me importaba mucho.
—¡¿Qué se supone que estás haciendo, Pedro Alfonso?! —gritó histéricamente Barbara mientras yo conseguía al fin alejarla de mí y levantarme de la cama haciendo gala de una habilidad que nunca creí tener.
—Ir en busca de la mujer a la que siempre quise en mi vida. Lo siento, Barbara — respondí mientras ataba su otra mano con la otra correa para que ella no resultara un impedimento en mi camino.
—¡Desátame ahora mismo si no quieres perder en un instante todo lo que has conseguido, porque te juro que, si me dejas así, conseguiré que te echen!
—¿Y qué? —repliqué, sonriendo audazmente mientras me alejaba con mis muletas del que hasta entonces había representado un brillante futuro para mí, algo que ya no deseaba.
—¿Qué tiene esa mujer para que te arriesgues a perderlo todo en un instante? —me gritó una furiosa Barbara desde la cama.
—Definitivamente, Paula es lo mejor que puede llegar a pasarme en la vida…— dije recitando esas palabras que nunca había podido olvidar desde que un día las vi impresas en una atrevida camiseta que Paula mostró ante mis ojos.
Cuando corrí por el hospital como un loco, acompañado por mis muletas, nadie osó detenerme a pesar de mi insensatez. Pero al toparme con Jeremy, ese niño que adoraba a Paula, y ver su airada mirada supe que ella había huido de mí nuevamente, sin permitir que le diera alguna explicación sobre lo ocurrido en la habitación, o sobre las palabras que tan ligeramente habían salido de mis labios la pasada noche declarándole mi amor. Una confesión que Paula creería ahora una infame mentira, aunque la verdad fuera bien distinta y esos profundos sentimientos nunca me hubieran abandonado desde el día en que la conocí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario