domingo, 13 de mayo de 2018

CAPITULO 27




¡Mierda! ¡Finalmente lo hice! ¡Me acosté con el hombre con el que siempre había fantaseado! Y en ese momento no tenía ni idea de si eso era algo bueno o algo terriblemente malo para mí, porque Pedro siempre me acababa haciendo daño y demostrándome que no era tan bueno como todos pensaban.


Por lo menos ahora yo era una mujer adulta y no lo idolatraba como en mi adolescencia. Mis ojos estaban abiertos a cada uno de sus defectos, pero, aun así, seguía estúpidamente enamorada de él, ya que en ocasiones se convertía para mí en ese hombre con el que siempre había soñado.


Sin embargo, con Pedro nunca sabía en qué punto se encontraba nuestra relación, o si apenas comenzábamos a tener una. ¡Por Dios! Todavía no podía creer que hubiéramos hecho el amor en una de las habitaciones del hospital… Menos mal que nadie nos había descubierto y que había podido escapar antes de que Pedro se despertara esa mañana para esconder mi ruborizado rostro ante la vergüenza de lo que había llegado a hacer en el lugar menos indicado para ello.


Pero es que ese hombre me volvía loca, y cada una de sus maliciosas sonrisas y sus ardientes miradas me incitaba a caer en la tentación una y otra vez. Especialmente cuando me mostraba esa parte de él tan imperfecta que sólo unos cuantos afortunados llegaban a conocer.


Pedro me había indicado con cada uno de sus actos que no se parecía en nada a la idealizada imagen que un día creé de él en mis sueños de adolescencia. Era como si cada vez que nos encontráramos él necesitara que yo me diera cuenta de cómo era en realidad. Todavía no entendía por qué lo hacía, pero no podía evitar enamorarme tanto del chico bueno que en una ocasión creí que era, como del malicioso canalla del que en verdad se trataba.


Me sentía frustrada al no saber qué hacer en ese momento con nuestra relación, o qué palabras eran las adecuadas para seguir adelante. A pesar de haber oído de sus labios un «Te quiero», se me hacía difícil confiar en él. 


Sobre todo cuando Pedro era un hombre que siempre se rodeaba de estúpidas mentiras sólo para aparentar.


No tenía forma alguna de dilucidar si nuestra noche juntos había sido para él una forma de eludir su aburrimiento, o si verdaderamente yo significaba algo para él y siempre había estado equivocada creyendo que una chica como yo nunca podría llamar su atención.


Cuando me dirigí hacia su habitación, en mi mente se agolpaban demasiados pensamientos, todos ellos dirigidos al hombre que siempre me atormentaba. Tal vez porque aún divagaba sobre lo que haría cuando nuestras miradas volvieran a cruzarse, por poco paso por alto las malévolas sonrisas llenas de satisfacción que más de una de mis compañeras me dirigieron; algo extraño, ya que siempre me miraban un tanto envidiosas cuando iba a atender al médico más solicitado del hospital, a pesar de que ninguna de ellas fuera capaz de aguantar sus aires de niño mimado y sus cuidados me hubieran sido asignados más como un castigo que como una tarea rutinaria.


En el momento en que llegué a la puerta de la habitación de mi paciente con la bandeja del elaborado desayuno, dudé por unos instantes si entrar o no, ya que oí los susurros de una conversación. Por un momento creí erróneamente que se trataba de alguno de los amigos que siempre visitaban a Pedro sin importarles nada los horarios indicados por el hospital, pero tras oír una sugerente voz femenina, no pude evitar entreabrir la puerta para verme una vez más decepcionada por el hombre del que mi estúpido corazón había decidido volver a enamorarse.


—¡Vamos, Pedro, no seas vergonzoso! Sabes que nadie nos interrumpe nunca, y no será la primera vez que hacemos esto en una de las camas del hospital. Además, no me dirás que no me has echado de menos mientras he estado de viaje…


Cuando vi cómo aquella insinuante mujer se subía a horcajadas encima de él, estuve a punto de interrumpirlos para aclarar cómo había estado entreteniéndose ese despreciable sujeto a mi costa, pero Mirta, la jefa de enfermeras, dirigiéndome una de sus falsas sonrisas que me demostraban que verdaderamente nunca me había apreciado, comentó despreocupadamente mientras se interponía en mi camino:
—No los interrumpas si no quieres meterte en un problema: Barbara es la hija del director de este hospital, una niña mimada que siempre consigue lo que quiere, y Pedro…, bueno, Pedro es su prometido al fin y al cabo y, sin duda, si las cosas siguen por ese camino, el futuro director de este lugar. Será mejor que dejes su desayuno para más tarde… —indicó Mirta, señalándome la puerta tras la que se ocultaba la pareja. A continuación, se alejó de mí sin percatarse de que sus maliciosas palabras, que nunca me habían hecho daño, en esa ocasión me habían herido profundamente.


Dudé por unos instantes sobre si Pedro habría jugado conmigo o si nuestros corazones simplemente habían tropezado en el camino sin poder evitar enamorarse.


Pero, mientras mis manos temblorosas todavía sostenían la puerta, oí claramente unas duras palabras que me sacaron de los estúpidos sueños que siempre construía sobre ese hombre.


—Barbara, ya sabes que siempre encuentro una manera de paliar mi aburrimiento cuando tú no estás —declaró burlonamente Pedro, rompiendo una vez más todos mis sueños en mil pedazos.


Como una idiota, nuevamente había vuelto a caer en las redes de ese hombre que siempre me hería y del que estúpidamente me había vuelto a enamorar. Pero una vez más descubría demasiado tarde la verdad sobre Pedro Alfonso: que, sin duda, él nunca sería el hombre adecuado para mí.


Mientras caminaba con el corazón roto, decidida a olvidarme para siempre de él y de sus falsas palabras de amor, tropecé con Daniel, su alocado hermano, quien, antes de que yo tuviera tiempo de reaccionar, colocó precipitadamente sobre mis manos una bolsa de deporte con las pertenencias de mi paciente. Luego, simplemente se despidió y se alejó apresuradamente de mí mientras ponía una estúpida excusa sobre por qué no podía ver en esta ocasión a Pedro.


Miré la bolsa sin saber qué hacer con ella porque, definitivamente, por nada del mundo volvería a entrar en esa habitación que la noche anterior se había convertido en todo un sueño y que en esos instantes era parte de la infame pesadilla que representaba para mí amar a ese hombre. Así que la bolsa con las pertenencias de Pedro simplemente fue a parar a la basura, mientras yo me quedaba con una única prenda con la que hacer entender a todos por qué me marchaba de ese lugar en el que nadie me echaría en falta y, menos aún que los demás, ese individuo que se había estado divirtiendo jugando conmigo hasta que su adecuada y perfecta prometida regresara



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