miércoles, 9 de mayo de 2018

CAPITULO 15




Paula estaba hasta las narices de haberse convertido en la esclava de todos los que trabajaban en su sección: sus compañeras se escaqueaban de sus funciones dejándoselo todo a ella, la novata, y, para colmo, la enfermera jefe sólo sabía recriminarle una y otra vez lo mal que desempeñaba su empleo, algo que todos sabían que no era cierto, lo cual sólo podía deberse a que esa vieja momia tenía celos de ella por todo el tiempo que pasaba junto a Pedro.


Si ella supiera que, en ese tiempo que se veía obligada a tolerar a ese brillante médico, el individuo en cuestión únicamente la torturaba con montañas de trabajo y de la bebida que más detestaba, ese amargo café que tenía que tomarse irremediablemente mientras lo maldecía porque el muy idiota había retirado todas las plantas de su alcance, no se dedicaría a formar tanto escándalo por el excesivo número de horas que la chica soportaba al lado de él.


Mientras trabajaba junto a Pedro, Paula se había dado cuenta de la dedicación que mostraba el médico hacia sus pacientes, de la sonrisa en su rostro, que nunca desaparecía, por más impertinentes que éstos llegaran a ser y de las inacabables horas que dedicaba a todos y cada uno de los enfermos que atendía, ya fuera dentro de su turno o no.


Estas cualidades podrían haber hecho de él un hombre digno de admirar si no fuera porque Pedro solía dedicar una sonrisa bastante falsa a todas las mujeres, junto con más de un artificial halago que siempre las hacía derretirse. Pero esa sonrisa y esas palabras no eran nunca los verdaderos pensamientos de Pedro.


Solamente Paula sabía que cada sonrisa y cada palabra que él dirigía a las mujeres que lo rodeaban inútilmente entorpeciendo su vida eran irónicas burlas que ocultaban lo que en verdad pensaba. Y también sabía que, para él, todas y cada una de esas mujeres eran tan fáciles de manejar como en una ocasión lo había sido ella misma. Por tanto, no eran para nada interesantes.


Para su desgracia, a pesar de que después de descubrir todos los defectos de Pedro debería haberlo odiado cada vez más y aumentado su resentimiento hacia ese hombre que una vez había jugado con ella y su tonto enamoramiento, Paula no lo detestaba en absoluto, no podía…


No cuando veía cuán paciente era con los niños o su verdadera sonrisa, que solamente salía a relucir con ellos y su inocencia. No podía odiar a una persona que se pasaba horas intentando que los números cuadrasen para que la gente más necesitada pudiera acceder a los servicios de ese caro hospital, tan necesarios para algunos de sus hijos. No podía maldecir a un hombre que en ocasiones ponía dinero de su propio bolsillo para esas familias y luego simplemente lo ocultaba de todos diciendo que había sido una donación anónima.


Así que, mientras Paula había estado decidida desde un principio a no volver a enamorarse de ese sujeto, comenzaba a sospechar que esto podía llegar a ser imposible, y más aún si pasaba tanto tiempo a su lado. Además, para su infortunio, Pedro había decidido que ella era la única mujer digna de acompañarlo.


Mientras pensaba de qué manera alejarse de un hombre como Pedro, que tan dañino podía ser para su corazón si volvía a encapricharse de él, vio cómo la jefa de enfermeras desempeñaba el eficiente trabajo que tantas veces le había reclamado a la propia Paula, dormitando sobre una de las mesas que vigilaban la entrada de pediatría mientras roncaba a pleno pulmón.


—¡Sí, señora! ¡Ésa es la máxima muestra de eficiencia en el trabajo! —declaró irónicamente Paula cuando llegó junto a ella.


Por su parte, su traidor amigo de diez años también estaba haciendo su trabajo: un espléndido dibujo en la cara de esa mujer, usando pinturas faciales que algún necio había osado regalarle.


—¡Eso no está bien! —le recriminó Paula, atrayendo la atención del niño que hasta ahora había sido su compinche.


Jeremy alzó su entristecido rostro sintiéndose tremendamente culpable por haber dejado atrás en su anterior huida a la única amiga que tenía en ese hospital.


—¿Vas a chivarte? —preguntó el niño apenado, sabiendo que eso era lo que se merecía por traidor.


—No. Te digo que no está bien porque estás utilizando demasiado color blanco, y con el rojo y el azul sin duda quedaría mejor —respondió Paula jovialmente.


Y, después de asegurarse de que nadie recorría los pasillos del lugar, le arrebató una de las pinturas a su amigo dispuesta a ayudarlo en su bonito trabajo artístico, sin importarle mucho que éste fuera realizado directamente en la cara de su superior.



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