miércoles, 9 de mayo de 2018
CAPITULO 14
Pedro buscaba a Paula una vez más por todo el hospital, ya que sabía que ésta disponía de unas cuantas horas libres y estaba decidido a cargarla con alguna de las tareas que lo saturaban. Los pocos descansos que llegaba a permitirse últimamente en sus ajetreados e interminables turnos de doce horas eran las siestas que en ocasiones se echaba en el despacho del doctor Durban, cuando lo dejaba todo en manos de la
siempre eficiente Paula, la única persona en quien podía confiar que haría bien su trabajo, aunque tal vez ella no lo viera de la misma forma, ya que, cada vez que lo divisaba, huía de él.
Casi siempre era fácil de localizar a la llamativa pelirroja entre los blancos pasillos del lugar, pero últimamente era cada vez más difícil dar con ella, y, definitivamente, Pedro necesitaba ese descanso. Estaba a punto de darse por vencido en su desesperada búsqueda de aquella irritante mujer cuando pasó junto a uno de los olvidados armarios donde guardaban los juguetes de la guardería y oyó una conversación que llamó su atención, ya que una voz conocida pronunció su nombre. Las palabras que oyó lo hicieron replantearse seriamente el hecho de que su pecosa pelirroja hubiera madurado, aunque las curvas de su atrayente cuerpo le demostraran lo contrario.
—¡Así que Alicia dijo que Pedro Alfonso era el hombre con el que quería casarse cuando fuera mayor! —exclamaba con indignación una aniñada voz, bastante resentida.
—¡No! ¡Pero si Alicia quería casarse contigo la semana pasada! —contestó una voz femenina, mucho más adulta—. Ese hombre es lo peor, engaña a todas las mujeres con su cara de niño bueno, pero luego es cruel y bastante rencoroso. A mí me tortura con inmensas montañas de trabajo sin que yo pueda hacer nada para remediarlo. Y, luego, el muy idiota me trae un café helado, como si fuera un regalo de los dioses…, ¡cuando yo odio profundamente esa bebida, cosa que él sabe!
—¿Y qué haces con el café?
—Por lo pronto, regar una de sus plantas favoritas, a ver si me la cargo y así no tengo que quitar más sus malditas hojas cuando caen sobre la mesa del despacho — comentó jactanciosamente Paula.
—Eres demasiado infantil para ser una adulta —sentenció el pequeño sujeto que escuchaba todas las quejas de esa mujer.
—¡Ya! Y eso me lo dice un niño de diez años que intentó hacer pis en uno de los cafés de su médico…
—¡Me tenía muy harto! Estoy hasta las narices de oír «Pedro Alfonso esto, Pedro Alfonso aquello», y bla, bla, bla…
—«¡Porque Pedro Alfonso es taaaaan guapo!» —imitó burlonamente Paula con un falso tono de adoración.
—«¡Y es el máaaas listo!» —se unió la infantil voz, riéndose de la absurda percepción que algunas personas podían tener de ese sujeto.
—«¡Y Pedro Alfonso, bla, bla, bla…!» —corearon ambos al unísono, burlándose una vez más del hombre al que tanto resentimiento le profesaban.
Hasta que el propio Pedro Alfonso en persona apareció frente a ellos cuando abrió con brusquedad la puerta de su escondite.
—¿Me llamabais? —preguntó el temido médico con una irónica sonrisa, y acto seguido se dispuso a administrar a cada uno de ellos su correspondiente castigo—. Paula: creo que la montaña de expedientes que debes rellenar en esta ocasión será un poco más grande de lo habitual.
—¿Ves lo que te digo? ¡Es un hombre malicioso al que le encanta torturarme! —se quejó ella lastimeramente mientras era arrastrada fuera del escondite.
—Y, en cuanto a ti, Jeremy, las enfermeras te buscan para tu baño matutino.
—¡Sí! ¡Es un hombre malvado! —aseveró Jeremy mientras salía precipitadamente del armario, decidido a no ser atrapado por su rival.
—¡No me abandones! —gritó teatralmente Paula mientras era arrastrada por los pasillos por su eterno torturador.
Sin embargo, con esto solamente consiguió que Jeremy corriera más rápido hacia un nuevo escondite.
—Parece que te han abandonado, pequitas —se jactó Pedro, consiguiendo finalmente que Paula se resignara a ayudarlo una vez más en su trabajo—. No te preocupes: en esta ocasión no te torturaré… —declaró maliciosamente Pedro mientras limpiaba con un dedo los restos de un goloso dulce de chocolate de los labios de Paula. Luego probó
ese dulce y, cuando tuvo toda la atención de su fantasiosa pelirroja, acabó su inquietante mensaje—: O, al menos, no demasiado…
La chica se apartó de él bastante molesta, y Pedro rio con estruendosas carcajadas al tiempo que ambos se dirigían hacia su despacho.
Mientras observaba sus provocativos andares y su seductor cuerpo, que cada día que pasaba lo tentaban más, Pedro no pudo evitar que esa mujer siguiera siendo la única que acabara siempre con el estructurado mundo que él mismo había planeado tan perfectamente, a pesar de los años que habían transcurrido.
Porque, mientras para otros Paula podía parecer una mujer bastante simple, para él siempre sería la única a la que jamás podría llegar a olvidar.
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