miércoles, 9 de mayo de 2018
CAPITULO 13
Se suponía que mi vida como enfermera sería feliz, que estaría rodeada de pacientes a los que cuidaría con dedicación y que mi médico supervisor me admiraría por mi trabajo… Pero nada era como yo había imaginado. Desde que me habían colocado bajo la tutela de Pedro, todo mi mundo se había convertido en una gran pesadilla. Comenzando por Mirta, la enfermera jefe, que me miraba con odio desde que al muy imbécil se le ocurrió presentarme ante ella abrazándome falsamente mientras le rogaba con ternura: «Por favor, cuida de mi dulce Paula».
Sin duda, Pedro había hecho eso solamente para que todas mis compañeras me miraran celosas y resolvieran que yo no era merecedora de ese calificativo. Algo que no habían tardado en decidir, lideradas por la más endemoniada de todas ellas, la propia enfermera jefe, que aun siendo treinta años más vieja que Pedro, se creía con derecho y posibilidades de conquistarlo.
De nada sirvió que yo asegurara no estar interesada en ese joven y prometedor médico para que me dejaran en paz, ya que ninguna de ellas me creía. Y ni por asomo se me ocurría decir algo malo de ese tipo delante de ellas, pues no quería ser apaleada por un grupo de enfurecidas fans de ese brillante hombre al que todas admiraban.
Jamás creí que años después de dejar atrás mi nefasta adolescencia me encontraría con los mismos problemas de entonces y, por si fuera poco, todos ellos debidos a la misma odiosa persona: Pedro Alfonso, que no sabía hacer otra cosa más que fastidiar mi vida con su mera presencia.
Si alguna vez pensé que la época en que nos volvemos idiotas por un chico se ceñía únicamente a la pubertad simplemente porque nuestras hormonas comienzan entonces a rebelarse, pronto me sacaron de mi error las mujeres que rodeaban a Pedro, pues me hicieron darme cuenta de lo estúpida que había sido durante mi adolescencia, y lograron que me avergonzara tremendamente por cada una de las veces que había llegado a perseguir a ese sujeto.
Ahora, tan sólo quería huir de él lo más rápidamente posible, porque siempre que el muy maldito me encontraba me cargaba con la eterna tarea de rellenar sus informes y hacer su papeleo, algo que era su trabajo pero que yo estaba obligada a hacer porque, indudablemente, donde otros oían «alumna que hay que evaluar» Pedro entendía «esclava que hará todo lo que yo le ordene a cambio de una buena recomendación». Así que mi trabajo, que debería haber sido un sueño, se había convertido en una pesadilla, puesto que mi supervisora sólo me asignaba los turnos que nadie quería y las labores más pesadas. Y, por si fuera poco, en mis cortos descansos era perseguida por el fastidioso hombre que me evaluaba para endosarme las tareas que más lo aburrían mientras él se echaba tranquilamente la siesta en su despacho. Algo que yo necesitaba cada vez más desesperadamente…
Mientras buscaba un lugar donde esconderme, oí la voz de Pedro muy cerca de donde yo me encontraba, así que me desvié hacia los pasillos que llevaban al área de recreo de pediatría. Al tiempo que caminaba, buscaba un armario o algún lugar alejado donde ocultarme.
No pude evitar ir refunfuñando más de una maldición hacia ese hombre al que todos parecían adorar en ese hospital:
—Odio a Pedro Alfonso, odio a Pedro Alfonso… ¡Oh, no sabes cuánto te odio, Pedro Alfonso!
Y mientras caminaba ensimismada, insultando mil y una veces a ese tipo, oí que alguien pensaba de Pedro lo mismo que yo, justo al otro lado del pasillo. En ese instante alcé mi rostro, emocionada por haber encontrado al fin a alguien que sintiera lo mismo por ese sujeto y que no se dejara engañar por su eterna sonrisa y, dispuesta a hacerme la mejor amiga de esa persona, corrí alegremente hacia ella. La otra persona tuvo la misma idea que yo, al parecer, ya que ella también corrió a mi encuentro. Pero cuando nos encontramos ninguno era lo que el otro esperaba, sin ninguna duda. Nos miramos con indecisión durante unos instantes, pero luego resolvimos de mutuo acuerdo que
nuestro odio por Pedro Alfonso era mayor que nuestro posible recelo, así que desde ese
momento nos hicimos amigos inseparables.
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