Por la noche, junto a una gran fogata, se celebró la reunión de exalumnos. En medio de un memorable ambiente, los antiguos compañeros hablaban de sus años en el instituto.
Algunos eran buenos momentos que fueron recordados entre sonrisas y nostalgia. Otros, no tan buenos, fueron fácilmente olvidados bajo las risas y los festejos de la celebración. Los organizadores del evento trajeron la comida y prescindieron de un elegante bufé para sustituirlo por una cena campestre en la que muchos de los habitantes de Whiterlande habían colaborado en el último momento, sobre todo cuando la petición de ayuda fue realizada por Pedro, un hombre al que todos consideraban el chico más bueno, atento y agradable del lugar.
Como Mabel había sido relevada de su cargo de organizadora tanto por su médico como por su enfermera provisional, la rubia solamente podía mirar cómo se desarrollaba todo, murmurando su disgusto en más de una ocasión frente a sus viejas conocidas, unas mujeres que, cada vez que contemplaban a Paula y a Pedro juntos, no podían dejar de dudar de las altaneras afirmaciones de Mabel que declaraban a Pedro Alfonso como de su propiedad.
—¿No veis cómo lo está atosigando? Es como en el instituto: ¡no para de perseguirlo a todos lados! —se quejaba esta última, expresando su eterno descontento ante la visión de aquella alegre pareja que paseaba por el campus.
—Creo que más bien es él quien no puede dejar de perseguirla —apuntó una de las viejas compañeras de Paula, resignada finalmente a la verdad que se abría ante sus ojos.
—¡Pero ¿qué dices?! —insistió nuevamente la rencorosa Mabel, negándose a comprender que Pedro nunca la miraría a ella como miraba a Paula.
—Ahora que los veo, al fin comprendo muchas de las cosas que ocurrieron en el instituto, y creo que entre esa pareja hay mucho más de lo que nosotras llegaremos a saber… —opinó otra de sus amigas.
—¡Os digo que entre esos dos no hay nada!
—Ríndete ya, Mabel: Pedro siempre las ha preferido pelirrojas. De hecho, siempre ha preferido a esa pelirroja en concreto… —dijo una de ellas mientras señalaba a Paula antes de continuar—: Bastante mal te comportaste con ella en el instituto como para que estos pocos días que vamos a pasar juntas los vuelvas a arruinar.
—Cierto, ¡crece de una vez, Mabel! —la reprendieron sus antiguas seguidoras, que, con el paso de los años, habían madurado.
—Vale, no queréis ayudarme. ¡Pues muy bien! ¡Pero ya os digo yo que esa mujer sólo le hace daño a Pedro, y yo pienso demostrarlo! —declaró Mabel con contundencia, alejándose decidida hacia donde se encontraba la pareja, muy dispuesta a separarlos de una vez para siempre y quedarse ella con el maravilloso hombre que era Pedro Alfonso, en su opinión y en la de todo Whiterlande.
*****
—¡Vamos, pequitas! Sólo es un juego —replicó despreocupadamente ese perverso hombre, mostrándole una vez más el disfraz que llevaba entre sus manos.
—¡Por nada del mundo pienso disfrazarme de fantasma para asustar a mis compañeros en ese estúpido juego de valor que se te ha ocurrido! Solamente tú puedes tener esas descabelladas ideas.
—¡Anda ya, Paula! ¿Me estás diciendo que no te encantaría asustar a todas aquellas malvadas chicas que se metieron contigo en el instituto?
—No… —respondió ella cruzándose de brazos e intentando negarse a las perversas ideas de Pedro, aunque cada vez estuviera más tentada de tomar parte.
—¿Ni siquiera un poquito? —preguntó él mientras mostraba una pequeña distancia entre sus dedos pulgar e índice.
—Bueno…, yo…
—Si hasta los profesores han dado su aprobación para este pequeño juego, Paula… De hecho, ellos son algunos de los fantasmas. Por eso he pensado que nosotros podríamos ser otro par de ellos.
—Bueno, si hasta los profesores van a involucrarse en esto, ¿quién soy yo para negarme? —anunció finalmente ella, cayendo nuevamente ante la persuasión de aquel embaucador.
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