lunes, 28 de mayo de 2018

CAPITULO 76




—¡Maldito malnacido hijo de…! —exclamé furiosa mientras entraba por quinta vez consecutiva en la casa de Eliana desde el coche cargada con las provisiones como una mula.


Y todo porque el maldito de Pedro había espantado a aquellos tres antiguos compañeros que tan amablemente se habían ofrecido a ayudarme con la compra.


Me había encontrado casualmente con Cedric en el supermercado, uno de mis antiguos compañeros de clase, acompañado por algunos de sus colegas. Ese hombre, que había mostrado su interés por mí en el partido de béisbol, huyó de nuevo ante la presencia de Pedro, lo que me llevó a preguntarme qué clase de conversación habría mantenido con ellos en el pasado para que la simple mención de su título de Medicina los alejara tan rápidamente.


Cuando entré en la cocina, ésta estaba impecable, y las galletas que Pedro había horneado estaban preparadas y empaquetadas para la reunión. Quedaban unas cuantas en un plato, cogí una y, al probarla, tuve que reconocer que era la galleta más rica que había comido en mucho tiempo. 


Una vez más, pensé que los objetivos que había escrito en mi carta para olvidarme de él no estaban saliendo como yo había planeado, ya que sin duda alguna, Pedro era mejor que yo en algunos aspectos, y nadie con un sano paladar disfrutaría jamás de mi cocina.


—Di «a»… —pidió burlonamente Pedro en ese momento, representando a la perfección su papel de médico mientras se acercaba a mí con una de sus galletas—. Ésta es de chocolate… ¿A que es lo más delicioso que has tenido la suerte de degustar? —preguntó atrevidamente mientras devoraba mi cuerpo con una de sus miradas, demostrándome que lo más apetecible para su paladar en ese instante no eran los dulces, precisamente.


»¿Quieres más? —me tentó, alejando la galleta de mi boca.


Ante su propuesta, no pude negarme a probar una vez más ese pecaminoso postre y, cerrando los ojos, abrí mi boca a la dulzura de aquella golosina.


—Esto es un premio por lo bien que lo has hecho… —se burló mientras introducía un pequeño pedazo de galleta en mi boca. Y, sin darme tiempo a retirarme ante su provocadora insinuación, lamió lentamente un resto de chocolate de mis labios, haciéndome desear que ese postre no acabara nunca—. Y esto es un pequeño castigo por no hacer tú sola algo para lo que no necesitabas ayuda —murmuró maliciosamente, atrayéndome con brusquedad junto a su cuerpo e invadiendo mi boca con un beso avasallador que me hizo imposible no responder a cada uno de los avances de su lengua.


Sus fuertes brazos se negaban a dejarme marchar, sus labios bajaron por mi cuello y, cuando gemí por el placer que me estaba regalando, sus manos, que hasta hacía unos instantes habían permanecido quietas, acariciaron mi piel aproximándome más a su cuerpo para que notara la evidencia de su deseo.



Tuve miedo de dejarme llevar nuevamente por ese hombre, porque cuando estábamos juntos ya nada nos importaba. Ni siquiera que el momento o el lugar no fueran los adecuados para desatar la pasión que siempre nos embargaba cuando volvíamos a encontrarnos. 


Por suerte, el ruido de su escandalosa familia acercándose a la cocina acabó con su asedio, y Pedro me soltó resignado. Sin embargo, antes de alejarse de mí, apoyó la cabeza en mi hombro y me susurró unas palabras que nunca esperé oír de sus labios:
—Celos no es una palabra lo suficientemente fuerte para definir lo que siento cuando veo a otro hombre a tu lado, pequitas… —confesó, haciendo que mi carta de venganza fuese cada vez más cierta, aunque yo, a medida que pasaba el tiempo, estuviera más arrepentida de haberla escrito.



No hay comentarios:

Publicar un comentario