jueves, 24 de mayo de 2018

CAPITULO 64




Aun después de pasar unos quince minutos tumbado en el suelo sin poder moverme, persistía ese horrendo dolor en mis pelotas. Creo que cuando recibí el contundente golpe en mis innombrables perdí por unos instantes el aire y por poco la consciencia.


Sin duda, había sido una firme y rotunda repuesta a mis ¡ insinuaciones. Y eso que Paula siempre había carecido de puntería alguna. Seguramente, a lo largo de los años, aquellos irritantes hermanos suyos le habían enseñado a lanzar, pues el doloroso golpe que había recibido era prueba de ello.


Más le valía a esa pelirroja que se anduviera con cuidado, porque estaba muy dispuesto a vengarme y no pensaba perdonarle tan fácilmente ese último revés a mi dolorido ego. 


No sería fácil que yo me olvidara de ese vergonzoso momento, y no creí que hubiera nada que Paula pudiera hacer o decir para que yo olvidara mi enfado.


O eso pensé, hasta que me adentré despreocupadamente en las duchas del vestuario masculino y, tras entrar en el primer cubículo, decidí que, sin duda alguna, después de eso se lo perdonaría todo.


—Mabel, ¿has encontrado ya el champú? —preguntó Paula sin volverse hacia mí, y yo, sin poder dejar pasar esa oportunidad, le cedí mi champú.


»Gracias —dijo despreocupadamente mientras comenzaba a enjabonarse el cabello.


En ese momento descubrí que la parte más importante de mi cuerpo no había sido dañada de forma definitiva cuando mi miembro comenzó a reaccionar ante el bello panorama de su espalda y de su hermoso trasero, el cual comenzó a tentarme demasiado.


—¿Tienes gel? —preguntó mientras tarareaba una alegre cancioncilla.


Yo se lo presté con una maliciosa sonrisa, disfrutando de la hermosa visión que ella inocentemente me ofrecía.


Cuando comenzó a recorrer sus curvas con las manos, enjabonando cada parte de ese delicioso cuerpo que en sueños siempre me atormentaba, no lo pude resistir más y, abrazándola por la espalda con mis fuertes brazos, le susurré al oído:
—¿Te ayudo a enjabonarte?


Paula no tardó en zafarse de mi abrazo y, volviéndose con brusquedad hacia mí, completamente desnuda, me preguntó muy enfadada:
—¿Pedro? ¡¿Se puede saber qué narices haces en el vestuario de las chicas?!



Tras cerrar el grifo de la ducha, se volvió de nuevo hacia mí, y al verla tan confundida y poco avergonzada comprendí que sus antiguas compañeras de clase habían vuelto a jugarle una mala pasada. Otra vez.


—¡Y yo que pensé que querías disculparte…! —dije irónicamente mientras movía una mano frente a los ojos de Paula, asegurándome de que sin sus gafas o sus lentillas era tan cegata como un topo.


—¿Qué? —preguntó ella asombrada, apartándose de mí hasta que su espalda dio con la pared de la ducha.


—Paula, estás en las duchas de los chicos, y de un momento a otro entrarán aquí todos los hombres que han participado en el partido.


—¡¿Qué?! —exclamó mirándome aterrada.


Y ése fue el último comentario que hizo Paula antes de que mis maliciosas palabras se hicieran realidad y todos los hombres entraran en tropel a las duchas, momento que aproveché para cerrar el cubículo por dentro con el pequeño pestillo que había mientras la cogía en brazos para que nadie viera sus femeninos pies por debajo de la puerta. 


Luego tapé su boca para evitar que gritase por la sorpresa ante mis atrevidas acciones mientras le susurraba al oído:
—No querrás que todos esos hombres te vean así, ¿verdad?


Cuando vi sus ojos atemorizados, dejé de taparle la boca y simplemente la sostuve entre mis brazos mientras mi temerosa Paula se agarraba fuertemente a mí, enlazando sus piernas y sus brazos con mi cuerpo a la vez que escondía el rostro en mi hombro.


Yo la retuve a mi lado, ignorando otra dolorosa reacción que sin duda también me había provocado ella…


¡Qué mierda era eso de comportarse como un caballero! 


Pero en ocasiones, cuando estaba junto a ella, no podía evitar convertirme en la persona que ella siempre había soñado que yo era.


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