jueves, 24 de mayo de 2018
CAPITULO 65
Paula observó, asombrada cómo ese hombre, que era un canalla, se comportaba como todo un caballero. Mientras otros no habrían dudado en aprovecharse de la situación, él la sostenía desnuda contra su cuerpo sin hacer ningún movimiento insolente. La toalla que había llevado consigo Pedro permanecía ocultando la parte baja de su cuerpo, que, con la proximidad de su desnudez, comenzaba a reaccionar.
Paula se agarraba fuertemente a Pedro para no delatar su presencia, con dificultad, porque su mojado cuerpo estaba resbaladizo por el jabón, pero los fuertes brazos del hombre en ningún momento la soltaron o mostraron cansancio alguno.
Mientras esperaban a que los compañeros abandonaran el lugar, aparecieron más hombres procedentes de otras actividades deportivas que ocuparon las duchas que iban siendo desalojadas.
—¡Eh, tío, si has terminado ya, deja la ducha para otro! —gritó uno de los impacientes idiotas que abarrotaban el lugar.
—No, estoy muy sucio, ¡así que búscate otra ducha! —respondió Pedro con un intimidante tono que no admitía discusión y, tras eso, para no delatarlos, tuvo que abrir el grifo, empeorando una situación bastante complicada de por sí cuando su toalla mojada cayó al suelo.
Bajo el chorro de agua, Paula miró a Pedro y su cuerpo comenzó a revelar lo que intentaba ocultar su corazón: en los brazos de ese hombre despertaba nuevamente al deseo y no podía evitar querer sentir de nuevo sus caricias y sus besos. La desatada pasión que siempre los arrollaba cuando estaban juntos volvió a surgir, y para nada importaron los años que habían pasado separados, o las decenas de obstáculos que aún los alejaban.
Paula se revolvió inquieta entre sus brazos sin saber si sucumbir a sus más profundos deseos o si comportarse como debía, alejándose de él para poder olvidarlo.
—¡Por Dios, no te muevas! —masculló Pedro entre dientes, apretando las nalgas de la inquieta mujer que definitivamente lo estaba volviendo loco.
—Pedro, creo que deberíamos hablar… —dijo ella en voz baja, recordando para lo que había vuelto a Whiterlande en realidad.
—Paula, en estos momentos tienes toda mi atención, ¡pero, por favor, no te muevas más porque todo hombre tiene un límite! —murmuró él.
—He venido a olvidarte —anunció Paula, haciendo que, con sus palabras, el rostro de Pedro se tornara frío.
—Perfecto…, y, sin duda, la mejor manera de lograrlo es metiéndote desnuda en mi ducha.
—No, pero mientras estaba aquí he pensado que, tal vez, si nos volvemos a acostar, pueda olvidarte…
—Una idea cojonuda…, ¿empezamos?
—Pero prométeme que sólo será una vez y que…
Las palabras de Paula fueron silenciadas por un ardoroso beso que buscaba con desesperación recuperar el tiempo perdido. Pedro se apoderó de su boca mordiendo los labios que tanto lo tentaban y buscó con su lengua una respuesta a sus avances. Cuando Paula se apretó más contra su cuerpo, él la llevó hasta la pared de la ducha para utilizarla como apoyo y, mientras con una mano silenciaba los gemidos de ella, con la lengua fue lamiendo el agua que caía por su cuerpo.
Paula se arqueó contra la pared a la vez que Pedro jugueteaba con sus tentadores senos, lamiendo cada uno de ellos. Mientras sus manos se deslizaban por sus mojadas piernas, él torturó sus erguidos pezones, mordisqueándolos como castigo a cada uno de los bocados que Paula daba a su mano para silenciar su voz. Cuando la fuerte mano que la retenía indagó en su húmedo interior, ella soltó un gemido sin poder evitarlo.
—¡Eh, tío! ¿Te pasa algo? —preguntó un curioso, alentado por el ruido.
—¡Nada! Sólo que se me ha caído el jabón —respondió Pedro con una maliciosa sonrisa mientras se deslizaba hacia el suelo hasta hincarse de rodillas y poner las piernas abiertas de Paula sobre sus hombros.
Ella negó con la cabeza, sabiendo que no podría evitar ser descubierta si Pedro comenzaba a deleitarse con su cuerpo, pero él simplemente sonrió y bajó la cabeza para saborearla con su lengua. Lamió despiadadamente su clítoris mientras Paula sujetaba sus cabellos con una mano y con la otra intentaba acallar los gemidos que salían de su propia boca para no ser descubiertos.
Sin piedad alguna, Pedro la hizo acercarse al placer una y otra vez, y cuando sus caderas comenzaron a moverse exigiendo el gozoso éxtasis, él introdujo un dedo en su interior haciendo que otro gemido escapara de su boca, por más que Paula trató de silenciarlo.
—Oye, ¿seguro que estás bien? —preguntó de nuevo el mismo cotilla, al que Pedro tenía ganas de atizar.
—Sí, seguro… Creo que después de esta ducha estaré mejor que nunca —afirmó él con una ladina sonrisa poco antes de alzarse nuevamente cargando a Paula. Apoyando
de nuevo su cuerpo contra la pared, la penetró de una sola y ruda embestida, a la vez que sus labios silenciaban la boca de ella y sus fuertes manos dirigían su cuerpo hasta el éxtasis.
Paula movió las caderas buscando su propio placer mientras las duras acometidas de Pedro y el agua fría que rozaba su sensible cuerpo la hacían llegar a la cumbre del placer. Pedro la acompañó gritando en silencio su nombre, y cuando un arrollador orgasmo los embargó, no dejaron de abrazarse ni un solo momento. Tras esto, ambos continuaron unidos como si fueran uno, y después de mirarse a los ojos y sentirse avergonzados, se preguntaron cuánto más tendría que prolongarse esa embarazosa situación para evitar ser descubiertos.
La respuesta no se hizo esperar en el momento en que los ocupantes de las restantes duchas empezaron a quejarse de la falta de agua caliente y abandonaron el lugar.
Cuando confirmaron que estaban solos, Paula intentó alejarse de Pedro, algo que esta vez él no permitió.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó un tanto molesto al ver cómo ella se revolvía inquieta entre sus brazos.
—Has prometido que sólo sería una vez… —protestó Paula cuando empezó a notar en su interior que el miembro de Pedro comenzaba a animarse nuevamente.
—No, pequitas, yo no he prometido nada, ya que nunca hago una promesa que sé que no podré cumplir —manifestó Pedro, silenciándola con uno de sus besos que la hizo olvidarse nuevamente de todo, mostrándole lo peligroso que era el juego que había comenzado para tratar de olvidarlo y con el que en esos instantes estaba consiguiendo justo lo contrario.
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