lunes, 4 de junio de 2018

CAPITULO 99




—Vale, ¡éste es el día! —suspiró Nicolas mientras entraba decidido a ese lugar al que había hecho que lo llevara su abuelo.


Juan sonrió ante la locura de su idea, pero no lo reprendió como habrían hecho otros adultos. De hecho, él lo había ayudado en todas sus descabelladas ideas, ya fuera acompañándolo a la consulta de Pedro cuando fingía estar enfermo o en esos momentos, cuando estaba desobedeciendo a uno de sus progenitores.


Cogiendo fuertemente la mano de su abuelo, Nicolas se dio fuerzas para llegar hasta el final y comenzar con sus descabellados planes. Si quería triunfar, primero debía estar muy seguro de sí mismo, así que, soltando la mano que lo había apoyado tanto, se dispuso a adentrarse en el local.


Mientras Nicolas agarraba fuertemente uno de sus bienes más preciados, se dirigió hacia la barra, y todas las personas que allí se encontraban lo observaron con gran atención.


El bar de Zoe era un local con dos caras: por la noche se retiraban las rústicas mesas de madera con blancos manteles, se encendían las luces, pero de un modo muy atenuado, y se ofrecían juegos y entretenimientos en los que sólo tenían cabida los adultos. Pero luego, por la mañana, volvía a convertirse en un restaurante familiar que acogía a todo el mundo.



Se trataba de un lugar bastante bullicioso y animado. No obstante, todo quedó en silencio en cuanto el niño entró en el local. Y especialmente porque era un Alfonso, y los habitantes de Whiterlande eran conocedores de las locuras que realizaban los miembros de esa familia.


Los parroquianos no pudieron evitar mirarlo con curiosidad, y más aún al ver lo que el crío apretaba fuertemente entre sus brazos. El niño, que apenas llegaba a la barra, cuando pasó junto a ésta carraspeó para llamar la atención de Zoe. Y mientras depositaba su hucha de cerdito en la barra, declaró audazmente ante todos los presentes:
—Será hoy.


—¿Perdón? —preguntó Zoe un tanto confusa.


—Quiero apostar todo el dinero de mi cerdito a que hoy, al fin, mi padre perdonará a mi mamá.


—Nicolas, ¿no te advirtió tu padre de que estos juegos no eran para niños? — inquirió Zoe, reacia a aceptar esa apuesta.


—Sí, pero mi tío Daniel me dijo que sólo apostara cuando estuviera totalmente seguro de ganar, y hoy lo estoy. Además, tengo el respaldo de mi abuelo —declaró el mocoso mientras señalaba la puerta, donde se encontraba Juan, luciendo en su rostro una alegre sonrisa mientras alzaba los dos pulgares para darle ánimos.


—¿Qué pasará hoy? —interrogó con curiosidad Zoe mientras bajaba la cabeza hasta estar cerca de la del niño, tras aceptar finalmente su cerdito.


—Eso, señora, es algo que no le puedo contar —replicó Nicolas audazmente luciendo una de sus pícaras sonrisas.


En el instante en el que ese atrevido mocoso abandonó el establecimiento, todos los clientes se apresuraron hacia la barra para proponer apuestas sobre lo que ocurriría ese día con la esquiva pareja.


—¿Tú sabes algo, Juan? —quiso saber Zoe con gran interés.


—Ni idea, pero confío en mi nieto: si él ha dicho que hoy sus padres acabarán juntos, sin duda así ocurrirá. Ya sabes lo empecinados que somos los Alfonso…



No hay comentarios:

Publicar un comentario