sábado, 2 de junio de 2018
CAPITULO 94
—Pedro, en estos momentos no creo que pueda hablar contigo: estoy muy ocupada — respondió Paula al esquivo hombre que hacía su llamada justo en el momento más inoportuno—. Tranquila, Eliana, no te muevas —dijo tratando de calmar a su amiga, a la que había hallado tirada en el suelo después de una caída y que ahora se encontraba de parto.
—Menos mal que Helena está con sus abuelos en este momento, pero ¡¿dónde mierdas está Alan?! —gritó Eliana, furiosa y un poco asustada por la situación.
—¡Pedro, te necesito! —pidió Paula al teléfono, esperanzada.
Pero nadie contestó a su petición de auxilio, así que rápidamente contactó con una ambulancia y volvió a intentar serenar a Eliana.
—No te preocupes: el niño estará bien. Después de todo, salías de cuentas dentro de unos días. La caída solamente ha adelantado un poco las cosas. Todo irá bien.
—¡Llevo horas en el suelo de mi habitación, con las contracciones no he podido levantarme por el dolor, y quiero a mi marido aquí! —se quejó Eliana como la niña mimada que siempre había sido—. ¿Por qué los hombres nunca están cuando los necesitas?
—No lo sé —le contestó Paula, recordando lo sola que se había sentido el día que había traído a Nicolas a este mundo, únicamente porque Pedro no estaba a su lado—. Tal
vez esperamos demasiado de ellos creyendo que siempre vendrán a salvarnos y…
Y, una vez más, Pedro se convirtió en el hombre con el que un día Paula soñó al entrar precipitadamente con su maletín de médico en casa de su hermana.
—Pero ¿qué demonios haces en el suelo, Eliana? —preguntó él tras dejar el maletín a su lado sin dejar de examinarla preocupado.
—¿Haciendo flexiones? ¿A ti qué te parece, idiota? ¡Estoy de parto! —chilló Eliana ante una nueva contracción.
—¡La ambulancia ya viene hacia aquí! —exclamó Paula, mirando seriamente a Pedro porque ambos sabían que no sería lo suficientemente rápida y que ese niño estaría allí antes de que la ambulancia hiciera su aparición.
—¿Y Alan? —repitió Eliana ante una nueva y dolorosa contracción.
—Lo he llamado mientras salía de mi casa, así que, conociéndolo, llegará antes que la ambulancia —anunció Pedro a su hermana, tranquilizando un poco sus nervios ante la mención del loco de su marido.
Paula preparó disimuladamente lo que seguramente Pedro necesitaría para atender el parto de Eliana mientras éste la distraía recordando viejas anécdotas de la niñez.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó la suspicaz Eliana tras ver las miradas de complicidad de aquellos dos.
—Eliana, el niño va a salir ya. No va a esperar a la ambulancia.
—Pero ¿y Alan?
—Aparecerá de un momento a otro por esa puerta, y probablemente más nervioso y asustado que tú —ironizó Pedro, haciendo reír a su hermana—. Todavía recuerdo cómo persiguió a la enfermera por los pasillos del paritorio para asegurarse de que trataba adecuadamente a Helena y de que no se la cambiaban por otro bebé.
—Sí, todos nos sentimos muy aliviados cuando salimos del hospital. Pero creo que las enfermeras más que yo —bromeó Eliana entre dientes a causa del espantoso dolor—. ¿Cómo fue tu parto, Paula? —le preguntó a su amiga, que apretaba fuertemente su mano y le secaba el sudor para distraerse un poco ante una nueva contracción.
—Fue en una vieja casa, yo sola, con mis cuatro hermanos, las líneas telefónicas estaban cortadas, la carretera casi incomunicada, y el único médico se había marchado a hacer una visita. Es innecesario decir que cuando llegó ya todo había terminado. Mis hermanos no sirvieron de mucha ayuda, pero Pedro es muy buen médico y sabe lo que hace. Gracias a Dios, no estarás tan aterrada como yo lo estuve en aquellos momentos.
—Tal vez si hubieras hablado con el padre no te habrías sentido así —le echó en cara Pedro, recriminando a Paula con la mirada el secreto del que nunca habían hablado.
—Ese día hablé con él por el móvil, pero como siempre que nos encontrábamos, nuestra charla estuvo llena de malentendidos —confesó ella, haciéndole ver que el último día que había hablado por teléfono con ella había perdido algo más que su simple orgullo.
No tuvieron tiempo de aclarar lo ocurrido ni de profundizar en los secretos que habían quedado al descubierto entre ambos, pues los gritos de Eliana no tardaron en aumentar de volumen, al igual que la frecuencia de sus contracciones. Y, antes de lo esperado, el pequeño Ruben Taylor estuvo en manos de su querido tío, quien lo acogió entre sus brazos con una grata sonrisa.
Por supuesto, Alan apareció justo cuando su hijo daba sus primeros berridos y no tardó mucho en arrebatárselo a su cuñado, besando orgullosamente a su esposa por el regalo que le había hecho ese día al traer a tan precioso niño a este mundo.
Pedro miraba la tierna escena un poco apartado, y su corazón se encogió al darse cuenta por primera vez de todo lo que se había perdido.
—Paula, no sé si podré perdonarte alguna vez que me negases disfrutar de este momento con mi hijo —susurró Pedro junto a ella, haciéndole saber que al fin conocía la verdad que tanto tiempo le había ocultado.
Y, después de que llegara la ambulancia, Pedro simplemente se alejó de la mujer que amaba y de la que neciamente pensaba que ya no podría hacerle más daño.
Pero se había equivocado: ese día había terminado de romperle el corazón.
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