viernes, 1 de junio de 2018
CAPITULO 90
—¡Vamos a ver si me aclaro! Hoy crees que tienes la viruela —dijo Pedro, sin poder dejar de reírse ante las invenciones de ese niño que cada semana acudía a su consulta con una nueva e ingeniosa enfermedad—. Y eso que hace solamente unos días sufriste de escarlatina, de meningitis y de fiebre tifoidea. ¡Por Dios, Nicolas, eres el pupas! Me gustaría saber con quién te juntas para acabar así… —preguntó, conociendo de antemano la respuesta: sin duda, con su mentirosa y engañosa sobrina, a la que días antes había visto con el rotulador rojo indeleble con el que habían pintado las manchas del cuerpo de ese niño.
—Creo que tendrá que hablar con mi mamá y encamarme: ¡esto es muy grave y…!
—¡Qué va, tranquilo! La ciencia ha avanzado mucho y esto tiene una fácil solución…
Y, tras esas palabras, el médico simplemente remojó una gasa con agua y jabón y borró algunas de las manchas del cuerpo de Nicolas con facilidad.
—¿Ves? Sólo con agua y jabón ya te he curado —declaró irónicamente, acabando con las mentiras de ese pequeño estafador. »¿Sabe tu madre que estás aquí? —preguntó reprobadoramente a continuación mientras le tendía al revoltoso niño un caramelo de los que guardaba para cuando su sobrina iba a visitarlo.
—No —confesó el pequeño mientras se miraba avergonzado sus nerviosos pies, que no dejaban de moverse con intranquilidad, porque, una vez más, había sido pillado en una de sus mentiras.
—Y supongo que tampoco estará al tanto de las curiosas enfermedades que has sufrido a lo largo de estos días, ¿me equivoco?
—No, no lo sabe.
—¿Me puedes decir por qué me has elegido a mí para poner en prácticas tus mentiras? —quiso saber Pedro, bastante interesado en la respuesta del crío.
—Porque quiero que sea usted mi papá —declaró él mientras levantaba su decidido rostro.
Sin poder creerse que ese niño hubiera tenido más valor que su madre para expresar lo que deseaba, Pedro mesó sus cabellos confusamente, sin saber qué responder ante tal confesión.
—Cualquier hombre estaría orgulloso de ser tu padre, Nicolas, pero para mi desgracia, no es así… Las cosas entre tu madre y yo son muy complicadas, pequeño, y no sé si podré perdonarla. Pero yo siempre estaré aquí para cuando tú me necesites — dijo mientras revolvía los cabellos de ese niño que, finalmente, con su ternura le había robado parte de su corazón.
Qué pena que la otra parte la hubiera destrozado su madre con sus mentiras.
—Creo que deberías dejar de venir a mi consulta y hablar seriamente con Paula sobre tu padre. Quizá sea un hombre mucho mejor que yo.
—Lo dudo, señor Alfonso. Pero pienso que en una cosa tiene razón: ya es hora de hablar con mi madre sobre mi papá —replicó el chico, abandonando con decisión la consulta de Pedro con el firme propósito de enfrentarse a su madre y hacer que ésta dejara de ocultarle la verdad al hombre al que Nicolas había decidido recuperar para que, de una vez por todas, tomara el lugar que le correspondía: como su querido y adorado papá.
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