martes, 5 de junio de 2018
CAPITULO 102
—¿Cuándo te ha llamado tu madre, si lleva berreando como una idiota y tirándonos trastos desde que entramos en la casa? —preguntó Jeremias a su manipulador sobrino, que se encontraba en el exterior de la casa junto a su abuelo observando toda aquella alocada situación.
—¿No lo entiendes, tío Jeremias? Alguien tiene que ser el malo, y esta vez os ha tocado a vosotros.
—¿Y eso quién lo dice? —preguntó Julio, que lo había oído mientras salía de la casa.
— Lo dice mi mamá —repuso contundentemente Nicolas, mostrándoles a sus tíos la carta de la que se había apoderado hacía unos días.
—¡No me jodas! ¿Hay que seguir al pie de la letra lo que dice esa carta? ¡Pues vamos apañados! —dijo Julian, uniéndose a la discusión.
—Pues ¿qué quieres que te diga, Nicolas? Yo a tu madre no la veo mucho en el papel de damisela indefensa como pone ahí… —señaló Juan Alfonso después de oír el extenso y colorido vocabulario que podía llegar a emplear Paula cuando se enfadaba con sus hermanos.
—¡Dónde mierdas está ese ariete! ¡Esa puerta la derribo como que me llamo Alan Chaves! ¡Y, como me vuelvas a pegar con una de tus armas arrojadizas, Paula, te juro que te pongo sobre mis rodillas y te doy una buena tunda en el trasero!
—Bueno, a Alan sí se le ve algo de ogro… —señaló Jeremias, tomándose su tiempo para cumplir el mandato de su furioso hermano, que después de años de entrenamiento especial no podía concebir que alguien lo hubiera noqueado con un bizcocho.
—¡Es repostería fina, animal! —contestó una ultrajada Paula al otro lado de la puerta de su habitación, que se negaba a abrir a sus hermanos para que cumplieran su amenaza de alejarla de ese lugar.
—¡Debería dejarte aquí para que envenenaras a ese insolente tipo con tu comida! Pero como eres mi hermana y lo más seguro es que vuelva a hacerte daño, ¡te vienes con nosotros!
Y justo en ese momento Pedro hizo su aparición, conduciendo como un loco y aparcando su coche de cualquier modo en el camino de entrada. Cuando salió del vehículo, corrió casi sin aliento hacia el lugar donde estaba Nicolas en compañía de su abuelo. Se extrañó al ver a su padre hablando tan despreocupadamente con los hombres que amenazaban con apartar a Paula de su lado, pero no se entretuvo en analizar ese detalle, pues tenía cosas más urgentes de que preocuparse.
—¡Alan, ya te he dicho que no pienso moverme de este pueblo! ¡Por mucho que os empeñéis, no pienso volver a abandonar a Pedro!
Tras oír las palabras de Paula, Pedro se enfureció aún más con esos hombres que querían arrebatarle otra vez a su mujer.
—¿Por qué no la ayudas? —le recriminó Pedro a su padre, que permanecía pasivamente a un lado sin hacer ningún caso de Paula, que gritaba desde la ventana del segundo piso, donde se encontraba su habitación.
—Porque ésta no es mi pelea —respondió Juan, echándose a un lado junto con su nieto y mostrándole la barricada que formaban los Chaves junto a la puerta de la casa.
—¡¿Otra vez vosotros?! —bramó un enfurecido Pedro mientras observaba a los tres pelirrojos que tenía a su alcance.
—Bueno, ya sabes lo que toca —declaró uno de ellos, crujiendo sus nudillos y lanzando su primer golpe, que Pedro sorteó con facilidad.
—¡Esta vez no os permitiré que la alejéis de mí! —gritó Pedro mientras esquivaba los puños de sus oponentes y respondía con severos ataques a cada uno de sus intentos.
—¡Nosotros no te hacemos falta para eso! ¿Acaso no la estás alejando de ti cada día al negarte a amarla? —replicó Julio desde el suelo, quejándose por el fuerte golpe que le había propinado Pedro.
—¡Yo creo que lo que pretendías era tenerla junto a ti pero sin volver a arriesgarte, sin decirle que la quieres! —acusó Julian, siendo abatido por uno de los furiosos puñetazos de Pedro, que se volvían más violentos al tener que enfrentarse a la verdad.
—Nunca te tomé por cobarde…, hasta ahora —declaró Jeremias, siendo el último en caer ante los puños de Pedro.
—¡Quiero a Paula, y siempre lo haré! Aunque amarla pueda ser algo bastante doloroso para mí… —confesó él, limpiándose la sangre de la boca.
Pedro no se detuvo a escuchar la respuesta de aquellos energúmenos. Simplemente se adentró en la casa en busca del último de los hermanos Chaves.
—Veo que con los años has mejorado algo, rubito —ironizó éste al ver la celeridad con la que Pedro se había librado de sus hermanos en esa ocasión —. Pero la verdad es que no sé por qué te molestas en levantar un dedo por Paula. Después de todo, tú ya no la quieres, de lo contrario, ya la habrías perdonado… —afirmó Alan, la última barrera que lo separaba de ella.
—¡La he perdonado! Lo hice hace tiempo… ¿Cómo podría no perdonar a la mujer a la que amo por más daño que me haya hecho? ¡Pero no podía decírselo porque temía que volviera a alejarse de mí! —rugió Pedro, revelando los miedos que su corazón sentía desde el primer instante en que volvió a ver a Paula.
—¡Pedro! —gritó ella entre sollozos después de haber escuchado su conmovedora confesión a través de la puerta cerrada.
Y, por una vez, el mayor de los Chaves no usó la violencia para dejar clara su posición.
Simplemente bajó los puños y se apartó de su camino, admitiendo que, después de todo, si ese hombre conseguía hacer feliz a su hermana, tal vez sería el adecuado para ella.
—Paula, abre la puerta, por favor —pidió Pedro, queriendo suprimir el último obstáculo que los separaba.
Y, cuando ella abrió, se arrojó a sus brazos mientras le confesaba sus más íntimos sentimientos:
—¡Pedro, te amaré por siempre!
—Y yo nunca dejaré que te alejes de mi lado, para que jamás puedas olvidar lo mucho que te amo, Paula —declaró finalmente él, comprendiendo que para volver a amarla no era necesario olvidar el pasado, sino crear un nuevo presente en el que nada ni nadie pudiera separarlos.
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