lunes, 7 de mayo de 2018

CAPITULO 8




Aun sabiendo que Pedro pronto se alejaría de mi lado cuando terminara con sus estudios ese año para irse a una lejana universidad, yo seguía feliz porque, inevitablemente, él volvería a Whiterlande en cada una de sus vacaciones. A pesar de que ya no podría perseguirlo por los pasillos y observar desde la distancia cada una de sus hazañas, Eliana me contaría los logros de su hermano en la universidad y, si no lo hacía, ya me encargaría yo de sonsacarle la información como había hecho hasta ahora sin que mi amiga sospechara que Pedro era el chico del que yo estaba enamorada.


Me entristecía que se alejara de mí sin haberse dado cuenta de que yo existía, sobre todo porque, ahora más que nunca, estaría rodeado de bellas e inteligentes mujeres que indudablemente llamarían su atención como yo nunca lo había hecho. Pero sabía que, mientras él estuviera lejos, yo me convertiría en una mujer hermosa, lista, segura e independiente. Y un día, cuando él volviera a verme, no podría dejar de admirarme, y ya nunca más sería para él una chica a la que pudiera ignorar.


Todos mis sueños de amor con mi adorado Pedro se rompieron en un instante cuando, en la cena de esa noche, ante las satisfechas sonrisas de mis hermanos, mi padre repitió esa frase que había deseado no volver a oír nunca más y que me alejaba para siempre de la posibilidad de que alguno de mis irracionales sueños llegara a cumplirse.


—Ya sé que es muy repentino, pero dentro de unos meses volveremos a mudarnos —anunció a la espera del consentimiento de cada uno de nosotros, que tanto lo aliviaba de la carga de culpabilidad que sentía por arrastrar a su familia por todos lados a causa de su trabajo.


Algo que yo, esta vez, no estaba dispuesta a ofrecerle.


—¡No quiero mudarme, papá! ¡Al fin tengo algo que puedo definir como amigos, unos excelentes profesores y una bonita vida escolar! ¡Y, ahora que he conseguido todo eso, nuevamente tengo que irme para ser otra vez la insulsa rata de biblioteca de un nuevo lugar! ¿Por qué no nos haces un favor a todos y por una vez te olvidas de tu familia? —declaré airadamente, teniendo mi primera rabieta en años.


Luego corrí a encerrarme en mi habitación para llorar por la dureza de mis palabras y el cruel destino, que no permitía que mi sueño se hiciera realidad.


Mi madre no tardó mucho en subir a mi cuarto, donde yo me encontraba con la cara enterrada en la almohada, intentando esconder las lágrimas. Como siempre, los varones de la casa, preocupados, escuchaban detrás de la puerta sin atreverse a decir algo, ya que sus rudas bocazas en ocasiones sólo empeoraban más la situación, y siempre habían odiado hacerme llorar.


—Cariño, ya sé que lo que te pedimos a veces es muy difícil, pero… —comenzó a explicar mi madre, tratando de hacerme entender la situación por la que no podía estar separada de mi padre y por la que lo seguía a todas partes, puesto que lo amaba con locura.


—No te preocupes… Simplemente es una rabieta. Ya se me pasará… —dije limpiando mis lágrimas y mirando con admiración a una mujer que no permitía que nada ni nadie la separara del amor de su vida.


¡Cómo iba a recriminarle nada a mi madre si yo quería hacer lo mismo que ella y permanecer siempre junto a Pedro!


Tras limpiar mi rostro, mi madre me sonrió, sin duda adivinando parte de la verdadera razón de mi enfado.


—Más tarde, discúlpate con tu padre. Ya sabes lo mucho que se altera cuando te ve llorar —dijo poco antes de marcharse de la habitación, recordándome con sus palabras cuánto me querían todos en esa familia. Una familia con la que nunca podría estar enfadada durante mucho tiempo.


Finalmente, tras decidir esa noche que mis lágrimas solamente servirían para manchar la funda de mi almohada y nada más, me levanté dispuesta a hacer que Pedro se percatase de que yo existía y a que no tuviera duda de cuáles eran mis sentimientos. Y así fue cómo comencé a escribir mi carta de amor hacia ese hombre, encabezada con la apasionada frase «Te amaré por siempre», con la que le demostraba que, por muy lejos que estuviéramos, siempre lo llevaría en mi corazón… Un gesto del que nunca creí que me arrepentiría, hasta que llegó ese día en que todo cambió, ese día en que, al fin, me di cuenta de qué clase de persona era en realidad Pedro Alfonso



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