sábado, 26 de mayo de 2018

CAPITULO 71




—¿Me pasas la sal, por favor? —le pidió Pedro a Paula.


No dejaba de encontrar más que continuos impedimentos ante sus intentos de conquistar nuevamente a esa mujer. El mayor de todos se había sentado entre ellos dos y lo miraba bastante molesto mientras permanecía atento a cada uno de sus movimientos, que no podían ser muchos, ya que el mocoso no lo dejaba ni respirar cerca de su madre.


—Bueno…, y dinos, Paula: ¿te quedarás por mucho tiempo en Whiterlande? — preguntó Sara Alfonso, intentando ayudar a su hijo mayor formulando las preguntas que él no se atrevía a realizar.


—Sólo pedí una semana en el trabajo, así que cuando finalicen los eventos de la reunión de antiguos alumnos me quedaré un par de días más con Eliana, tal y como le prometí, y luego me marcharé.


—Cómo no, tú siempre corriendo de un lugar a otro… —comentó irónicamente Pedro, haciendo que Paula lo fulminara con la mirada mientras el curioso Nicolas permanecía atento a esa discusión.


—¿Tiene algo de malo que me guste acompañar a mi familia en sus viajes?


—No, pero me pregunto cuándo dejarás de seguir como un corderito a tus hermanos y te decidirás a vivir tu vida de una vez por todas —replicó Pedro, bastante irritado con aquella empecinada familia, que siempre le robaba a Paula y la alejaba de su lado.


—No te preocupes: cuando me case, dejaré de viajar con mis hermanos. Después de todo, no creo que a mi marido le guste que esté lejos de él.


Al oír eso, Nicolas miró a su madre con espanto, ya que la mera idea de que el aburridísimo sujeto que últimamente la acompañaba pasase a ser su papá era mucho más terrible que la posibilidad de que Pedro Alfonso resultara ser su verdadero progenitor.


—Así que te vas a casar… Cuéntame: ¿cómo es él? —interrogó Pedro, dedicándole una de sus maliciosas sonrisas para, a continuación, recordarle las palabras que habían salido de sus labios en una ocasión—. ¿Es inteligente y amable con todos? Sin duda tendrá un trabajo excelente que realizará a la perfección y adorará a tu familia y…


—No, pero siempre se preocupa por mí —lo interrumpió Paula, recordándole lo que siempre había deseado que él hiciera.


—Eso es algo que hacemos todos, Paula. Aunque tú, como siempre, apenas te das cuenta —declaró Pedro, alejándose molesto de la mujer que amaba, que, una vez más, permanecía ciega frente a sus más profundos sentimientos.


Cuando abandonó la mesa todo quedó envuelto en un profundo silencio, que Alan rompió recordando algunas de las jugarretas que le hacía a su mujer cuando ambos eran pequeños. 


Todos fingieron no haber oído la discusión entre Paula y Pedro, que sin duda tenían una historia más complicada de la que todos imaginaban.



****

Durante la comida, Nicolas había seguido la conversación entre su madre y Pedro como si de un partido de tenis se tratase: ambos se turnaban para decirse cosas que molestaban al otro y cuyo significado solamente ellos sabían. 


El chiquillo no pudo seguir ignorando el hecho de que, aunque a él no le gustase Pedro, quizá ese hombre fuese su padre. De hecho, era el que más se ajustaba a la descripción que sus tíos le habían facilitado en una ocasión, y por la forma en que no dejaba de mirar a su mamá, nadie podría decir que a él no le gustaba ella.


Se apresuró a terminarse el postre para poder dirigirse al salón, donde Pedro simulaba ver un partido de fútbol americano, aunque en verdad solamente contemplaba sin ver la pantalla de la televisión, sumido en sus pensamientos. 


Sin darle tiempo a escapar, Nicolas se sentó a su lado y a continuación sacó su libreta y comenzó su asedio a su último candidato.


—Señor Alfonso, ¿cómo se describiría a sí mismo?


—Mira, chaval, en estos momentos no estoy de humor para contestar a tus preguntas —contestó Pedro, mesándose los cabellos un tanto desesperado porque se le estaba agotando el poco tiempo que tenía para estar junto a Paula.


Pero cuando giró el rostro y vio el gesto lastimero del niño, no pudo evitar tomar parte en el extraño juego que éste se traía entre manos desde que había llegado a Whiterlande.


—¡Está bien! Vamos a ver…, ¿cómo me describiría...? —murmuró pensativamente y, tras beber un trago de su fría cerveza, se reclinó en el sofá y decidió que, para variar, sería tan sincero con ese niño como no lo había sido con ninguna otra persona—: Soy un hombre engañoso, bastante malicioso e impertinente. Aunque esto es un secreto y no muchos lo saben.


—Entonces ¿cómo lo describirían otras personas? —preguntó Nicolas, cada vez más nervioso al ver que las respuestas de Pedro parecían coincidir con la información que él había recopilado.


—Todo Whiterlande me describiría como un niño bueno; tu madre, como un canalla, y tus tíos sin duda dirían que soy como un grano en el culo del que nunca pueden deshacerse.


—¿Por qué diría mi mamá que es usted un canalla? —quiso saber el crío.


—Porque, para mi desgracia, cuando me enamoro me comporto como un tonto, y nunca me porté muy bien con ella. ¿Y sabes lo peor? Nunca pretendí hacerle daño, sólo quería que ella fuera la única que me conociese de verdad y que, aun así, se enamorara de ese hombre al que no muchos llegan a conocer. Pero, como siempre, todas prefieren al niño bueno, aunque sea tremendamente aburrido —respondió finalmente Pedro con sinceridad. Y, decidiendo que ya había recibido bastantes impertinencias tanto de la madre como del hijo por ese día, preguntó burlonamente antes de disponerse a salir de la casa—: ¿Qué, chaval? ¿He aprobado tu examen?


—Sí… —susurró Nicolas, viendo cómo su padre se alejaba y, sin saber aún por qué, éste no lo reconocía.


Nicolas sintió que una lágrima le caía por su desolado rostro.


—¡Ése también es mío! —exclamó en ese momento Helena, adentrándose en el salón a la carrera tras haberse terminado rápidamente el postre para reprender al repelente niño que siempre intentaba apropiarse de lo que era suyo, esta vez de su adorado tío Pedro, al cual Helena señalaba posesivamente mientras se alejaba de ellos.


Sin embargo, sus protestas cesaron en cuanto vio el rostro lloroso de Nicolas, y susurró —: No llores, te lo presto…


—Pero ése no puedo devolvértelo —replicó el chiquillo, enfrentándose a la molesta niña que siempre lo irritaba. Y, tras limpiar decididamente las lágrimas de su rostro, anunció—: Porque ése es mi papá, aunque parece que él todavía no lo sabe.



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