sábado, 26 de mayo de 2018

CAPITULO 70




Por suerte para Pedro, los eventos deportivos de esa irritante reunión finalizaron pronto, y tras discutir con Paula pudo marcharse a desahogar su mal genio con el saco de boxeo que tenía en su apartamento. Mientras lo golpeaba despiadadamente, no pudo evitar pensar en cada uno de los fastidiosos pelirrojos que siempre se entrometían en su vida. 


Ahora comprendía por qué no había recibido nunca ninguna respuesta de Paula a sus palabras de amor, ni una sola llamada, ni una carta, ¡nada! Ahora sabía por qué ella no había ido a buscarlo en ningún momento a lo largo de todos los años que él había permanecido aguardando, con esperanza primero, con impaciencia más tarde y, finalmente, con desilusión y amargura.



Todos esos años perdidos entre ellos por culpa de unos idiotas sobreprotectores que, una vez más, se habían interpuesto en su camino creyendo saber qué era lo que más le convenía a su querida hermanita… Y ahora, cómo no, Paula no creía ni una sola de sus palabras, y de nada le serviría volver a confesarle o insistir en las palabras que había dicho hacía años, cuando ahora todo lo que dijera sería descartado como una mentira.


—¡Malditos pelirrojos, hijos de…! —gritó, mostrando con sus puños lo que quería hacerle a cada uno de esos hombres que siempre se entrometían en su relación con Paula.


—¡Sí, señor! ¡La mejor manera de conquistar a una mujer sin duda es noquearla! — bromeó Alan mientras entraba en la habitación de su inquieto amigo.


—¿Qué haces aquí? Si te di las llaves de mi casa fue para que las utilizaras cuando hubiera alguna emergencia.


—Y la hay: en estos momentos tu hermana te ha designado persona non grata en su hogar y te ha declarado la guerra. Y, de paso, me ha vuelto loco a mí con sus quejas. Así que, como tú eres el responsable de todo, pensé que o lo arreglas con tu hermana o me vengo a vivir contigo. Tú eliges.


—¡Perfecto! ¡Por si no tenía bastante con su familia, ahora también se mete la mía! —se quejó Pedro, propinándole un contundente golpe al pobre saco de boxeo.


—¿Por qué no hablas con tu hermana y le cuentas lo que ocurre entre Paula y tú? Así, de paso, te desahogarás y yo podré enterarme también de algo…


—¿Tal vez porque esta historia es sólo entre Paula y yo? —ironizó Pedro sin dejar de airear su enfado con cada uno de sus golpes.


—¿En este pueblo? ¿Tú estás loco? Por mucho que te empeñes en ocultarlo, muy pronto estarás en boca de todos. Y, tarde o temprano, tu nombre ocupará el mismo lugar en el que un día estuvo el mío: en la pizarra de Zoe, con la que entretiene con alguna que otra inusual apuesta a ese mar de cotillas que es Whiterlande.


—Estoy esperanzado acerca de que el idiota de Daniel y su romance con esa adinerada abogada los mantenga lo bastante distraídos como para que se olviden de mí.


—Créeme si te digo, Pedro, que esos chismosos pueden centrar su atención en más de una apuesta a la vez. Yo no contaría con ello.


—¡Pues yo no estoy dispuesto a aparecer en esa estúpida pizarra, Alan! Además, mi historia de amor es bastante jodida y no me apetece que nadie se entere de ella.


—Claro… Como la de todos, Pedro. Cuando te apetezca desahogarte, Daniel y yo te estaremos esperando para escucharte.



—Di más bien para correr a hacer alguna apuesta sobre mí en el bar de Zoe.


—¿De qué te quejas? Tú iniciaste una sobre Daniel la semana pasada. ¿Es que esperabas librarte de salir en la pizarra de Zoe?


—Sólo espero resolverlo todo antes de aparecer en ella. E intento que nadie se entrometa en mi vida —anunció Pedro, fulminando a su amigo con la mirada.


—Alégrate de que algunas veces los amigos nos entrometamos —respondió Alan con una sonrisa. Y, mientras se alejaba de él, comentó con una ladina sonrisa—: Ya sabía yo que había venido a hacer algo más, además de a fastidiarte: tu madre me ha enviado para decirte que celebra una cena familiar en su casa, en la que sin duda alguna, la invitada de honor será Paula. Así que no vayas a perder la oportunidad de estar a su lado y usar bonitas palabras para conquistarla.


Cuando Alan se marchó, Pedro decidió que su enfado ya había disminuido lo suficiente como para volver a enfrentarse a aquella pelirroja que siempre lo volvía loco. Y, mientras se dirigía hacia la ducha, se preparó para seguir, aunque fuese por una sola vez en la vida, los consejos de su alocado amigo y cuñado Alan, y trató de recordar algunas hermosas frases que tal vez debería recitar al oído de Paula para volver a llamar su atención.






No hay comentarios:

Publicar un comentario