viernes, 25 de mayo de 2018

CAPITULO 68




Todavía no me podía creer que hubiera conseguido volver a tener a Paula entre mis brazos, que la pasión entre nuestros cuerpos hubiera estallado y que, esta vez, hubiera sido ella quien hubiese sucumbido al deseo que siempre nos embargaba cuando volvíamos a encontrarnos.


Me molestó profundamente que me dijera que volvía a Whiterlande dispuesta a olvidarme, aunque, visto de otro modo, eso significaba que mi nombre aún seguía presente en su mente desde aquella última noche que pasamos juntos.


Sonreí satisfecho, a sabiendas de que nunca permitiría que su deseo de dejarme de lado se cumpliera y que, en esta ocasión, haría todo lo posible por retenerla, ya que ella al fin había venido a mí. Que tuviera un hijo impertinente, un supuesto prometido o un tiempo muy limitado hasta su partida eran únicamente pequeñas trabas que se interponían en mi camino, pero de las que me iría deshaciendo poco a poco, porque esta vez pensaba atarla a mí para siempre, para que nunca más pudiera dejarme atrás.


Aunque todavía no sabía cómo lo haría, estaba impaciente por conquistarla de nuevo y demostrarle que nuestra historia era algo que nunca podría borrarse de nuestras mentes, ni de la mía ni de la suya, por mucho que en alguna ocasión ambos lo intentáramos.


Cuando llegué a las taquillas donde Mabel estaba tratando de esconder precipitadamente las cosas de Paula, ésta se apoyó con un aire disimulado sobre una de ellas mientras intentaba atraer mi atención con sus palabras insinuantes, algo que tal vez habría funcionado si yo no hubiera estado loco por una pelirroja a la que nunca podría quitarme de la cabeza.


—Hola, Pedro, veo que te has duchado —saludó Mabel, apoyando una mano en mi húmeda camisa.


—Sí —respondí mostrando una amplia sonrisa producto del recuerdo de todo lo ocurrido mientras me duchaba.


—¿Acaso has venido a buscarme para pedirme salir nuevamente? —preguntó pretenciosamente la hermosa rubia, dándose demasiada importancia cuando en mi vida ella tan sólo había sido un error.


—No, la verdad es que vengo a recuperar las cosas de Paula. Y, de paso, a advertirte que no vuelvas a intentar una más de esas jugarretas o lo lamentarás — repliqué amenazadoramente mientras la acorralaba contra las taquillas, golpeando con uno de mis puños la que se encontraba más cerca de ella.


—Yo… no sé de lo que me hablas, Pedro… —trató de excusarse Mabel, hasta que en mitad de su discurso la aparté de las taquillas y, sin más, la abrí, dejando a la vista la ropa de Paula sin importarme mucho sus absurdas explicaciones.
—¡Vaya! En verdad no sé por qué están ahí las cosas de Paula…, yo sólo intentaba ayudarla y…


—Mabel, eres pésima mintiendo. Y yo estoy demasiado cansado para fingir que creo tus mentiras, así que haznos un favor a ambos y desaparece de mi vista —le dije con enojo mientras cargaba las pertenencias de mi pequeña pequitas en uno de mis hombros y le daba la espalda a aquella insufrible mujer.


Pedro, has cambiado, y todo se debe a esa mujer, ¿se puede saber qué tiene Paula de especial? —preguntó Mabel con impertinencia, tratando de hacerse la importante.


—En serio, no sé por qué todas hacéis la misma fastidiosa pregunta —contesté deteniendo mis pasos, que ya se alejaban de ella—. ¿Que qué tiene de especial? Pues que es Paula, simplemente. Y en cuanto a eso de que he cambiado…, no puedes estar más equivocada, Mabel: yo siempre he sido así, sólo que hasta ahora la única persona que me conocía en realidad era ella. Sin embargo, he decidido que ya no me importa mostrarme ante todos como el canalla que soy realmente si con ello consigo obtener al fin mi premio, que no es otro que mi querida Paula.


Tras esas palabras, me alejé de aquella molesta mujer y me pregunté si finalmente se rendiría en su estúpido acoso y se daría cuenta de que, por muy guapa que fuera o por muchas cualidades que tuviera, sería inútil desplegarlas ante un hombre enamorado.


Pero para mi desgracia, conociendo a Mabel, tal vez eso sería únicamente el principio de su asedio para intentar conseguirme.



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