viernes, 25 de mayo de 2018

CAPITULO 67




—¡No me gustas! —declaró abiertamente Helena, una hermosa niña de cinco años, de negros y rizados cabellos y bonitos ojos azules, al impertinente niño que unos minutos antes había acosado a su padre a preguntas.


—¡Tú a mí tampoco! —replicó Nicolas, colocando altivamente sus gafas en su lugar.


—¿Por qué le hacías tantas preguntas a mi papá? —inquirió ella, enfadada con la atención que Alan le había dedicado a ese niño, cuando era su turno de acapararlo.


—Estoy buscando a mi padre —reveló Nicolas, enfrentándose a la irritante niña.


—¡Pues búscate otro: ése es el mío! —exclamó Helena muy dispuesta, cruzándose de brazos.


—No te preocupes: ya lo he descartado —informó Nicolas mientras apuntaba algo en su libreta y se marchaba decididamente hacia otro de los adultos que tenía anotados como posible candidato.


—¡Ése también es mío! —protestó Helena, señalando con un dedo a su tío Daniel.


—Pero no es tu padre —musitó Nicolas, algo confundido por el comportamiento de aquella niña.


—No, ¡pero es mi tío! ¡Y es mío!


—¡No puedes acaparar a todos los hombres! —dijo él, molesto con la cabezonería de la desagradable niña.


—¿Qué te apuestas? —preguntó la pequeña, declarándole la guerra a Nicolas mientras echaba su melena hacia un lado presumidamente y corría en busca de su tío para retener toda su atención.


De repente, Daniel se vio acorralado en su asiento por dos mocosos mientras intentaba prestar atención al espectáculo en el que las antiguas alumnas del instituto que fueron animadoras en su día trataban de rememorar sus actuaciones. Algo que no les quedó demasiado bien cuando la pequeña chica que siempre iba en la cúspide de la pirámide había cogido unos treinta kilos de más con el paso del tiempo.


—¿Se definiría como un hombre impertinente, bravucón o cargante? —preguntó Nicolas, colocándose a un lado del desprevenido sujeto de investigación.


—¡Tiooooo…, quiero un helado! —lloriqueó Helena, cogiendo a Daniel del brazo mientras señalaba el carrito que se hallaba en uno de los rincones del campo, hacia donde también dirigía su mirada la chica de la cúspide de la pirámide de animadoras.


—¿Es usted engañoso con las personas que lo rodean? - volvió a interrumpir Nicolas con su libreta, decidido a avanzar en su investigación.


—¡He-la-do yaaaaaa! —chilló Helena, sin dar su brazo a torcer.


—¿En ocasiones tiene pensamientos maliciosos?


—¿Qué? —preguntó Daniel confuso, buscando a los padres de los mocosos por todos lados sin saber cómo salir de ese aprieto.


—¡¡Heladoooooooooo…!!


Y cuando la pirámide de mujeres cayó estruendosamente encima del carrito de los helados, que imprudentemente se había acercado en exceso, Helena comenzó a gimotear y a Daniel le entró el pánico.


—¿Hace llorar a las mujeres? —continuó Nicolas, anotando algo en su cuaderno mientras reprendía a Daniel con la mirada cuando Helena empezó a llorar sin que éste hiciera nada.


—¿Qué…? Yo…, no… ¡Socorro! —gritó Daniel desesperado, sin saber cómo escapar de esa situación o cómo poner fin al rebelde comportamiento de esos críos.


—¿Quién quiere helados? —anunció Alan a viva voz en ese preciso instante, acabando rápidamente con las insolentes preguntas y el infantil llanto.


—¡Mi héroe! —declaró Daniel en el momento en el que pasaba junto a su cuñado para apartarse de aquellos chiquillos que no dejaban de atosigarlo.


Pero, para su desgracia, mientras bajaba tropezó con Alan, y cuando los helados cayeron al suelo, Daniel corrió como un loco para alejarse cuanto antes de aquel caos, dejando a su cuñado con dos fastidiosos niños la mar de enfadados.



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