lunes, 21 de mayo de 2018

CAPITULO 54





—Señores, quedan detenidos por escándalo público. Tienen derecho a permanecer en silencio; cualquier cosa que digan podrá ser…


—¡Joder! ¿En serio nos va a detener por cantarle a una farola? —se quejó Pedro fulminando al inepto policía con la mirada, ya que, no muy lejos de allí, había una pelea.


Pero el bravo hombre de la ley prefería no ensuciarse las manos y detener únicamente a un trío de idiotas que apenas podían oponer resistencia de lo borrachos que estaban.


—¿Pueden darme sus nombres? —preguntó el empecinado agente.


—¡Sí, cómo no: yo soy Batman! —contestó irónicamente Pedro, harto de tanta estupidez.


—¡Y yo, un sapo azul! —apuntó Alan, más borracho que ninguno de sus compañeros.


—¿Y usted es…? —quiso saber el agente, dirigiéndose a Daniel mientras tomaba nota de todas las idioteces que esos hombres decían en su embriaguez.


—¡Yo soy un eminente veterinario! —respondió Daniel, dispuesto a aclarar todo ese malentendido.


Pero, desgraciadamente, en ese momento Daniel sostenía en las manos un tubo acrílico bastante sospechoso. Y, tras su intervención, los tres fueron acusados también de posesión de drogas.


Aquel malentendido, por el que el agente no quiso creer que el material que llevaba Daniel era un instrumento para contener serpientes irascibles, fue la guinda del pastel para una noche en la que habían acabado en un club de estriptis llamado Tetas, solamente porque el veterinario necesitaba atender a la serpiente de una de las mujeres que trabajaban allí y con la que hacía el espectáculo; luego se habían emborrachado como cosacos al descubrir que al fin Daniel se había enamorado, y Pedro había tenido ganas de noquear a su hermano menor cuando éste se quejaba de que en su camino se interponía el dinero de la mujer a la que amaba.


Por su parte, Pedro había bebido con su amigo y su hermano simplemente para olvidar que él también estaba enamorado y que los obstáculos a los que tenía que enfrentarse para que Paula y él volvieran a estar juntos eran demasiados y casi imposibles de superar.


—No os preocupéis, dejadlo todo en mis manos: voy a hacer mi llamada —dijo Daniel muy decidido cuando todos estaban apilados en una celda de un solo camastro.


Y, tras mirarse a los ojos Alan y Pedro, y sabiendo cómo era Daniel, llegaron a la misma conclusión: esas palabras no les tranquilizaban en absoluto.







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