domingo, 20 de mayo de 2018

CAPITULO 51




—¡¿Qué clase de niñeras incompetentes sois, que no podéis ser más listos que un niño de seis años?! ¡Por Dios! ¡Sois cuatro hombres hechos y derechos, y él, sólo un crío! ¡No comprendo cómo se os ha podido escapar cuando para mí era imposible salir de casa durante mi adolescencia! ¡Va para largo que lo vuelva a dejar a vuestro cuidado! —gritó Paula furiosa, colgando bruscamente el teléfono a sus hermanos para luego pasar a mirar enfurecida a su hijo, quien aún intentaba esquivar su mirada para librarse de su debida y merecida reprimenda. »Creí que había dejado bien claro que no me acompañarías en este viaje… — expuso seriamente entonces, atrayendo la atención de Nicolas.


—Lo siento, mamá, no pretendía estorbarte —declaró él tratando de hacerse la víctima para ablandar el duro corazón de su madre, algo que en esos instantes, con su enfado, apenas tenía efecto alguno.


—Sabes que no estoy enfadada porque estés aquí, estoy enfadada porque…


«¡Oh, no!», pensó Nicolas mientras veía cómo Paula comenzaba a enumerar sus faltas contando cada una de ellas con los dedos.


—Me has desobedecido, me has mentido, has engañado a tus tíos, te has escapado de casa, te has escondido en mi coche… ¿En verdad pensabas que saldrías indemne de esta situación? —preguntó tremendamente molesta, cruzando los brazos mientras fulminaba con su penetrante mirada a su hijo en busca de una respuesta.


—No, mamá… —respondió Nicolas débilmente, bajando la cabeza mientras se mostraba arrepentido por sus inconscientes acciones.


Tras ver la cara apenada de su hijo, el endeble corazón de Paula no pudo más y lo abrazó fuertemente mientras lo reprendía con suavidad, dando gracias porque su aventura no hubiera tenido mayores consecuencias.


—Nicolas, podría haberte pasado algo… ¿En qué estabas pensando cuando te escapaste de casa? Y menos mal que te escondiste en mi coche… Si llegas a intentar venir tú solo a este lugar, podría haberte sucedido cualquier cosa.


—Mamá, no soy tonto: por eso me escondí en tu coche… —dijo él tratando de apaciguar las preocupaciones de su madre.


—Sí, en ocasiones eres demasiado listo para tu bien —manifestó Paula con suspicacia, separándose de su hijo sin poder evitar percatarse de que éste no estaba arrepentido en absoluto—. Durante nuestra estancia aquí vas a hacer lo que yo te diga, o llamaré a tus tíos para que vengan a por ti. Y nada de comportarte como un niño repelente: te relacionarás con otros niños de tu edad, harás amigos y jugarás a sus juegos, por muy estúpidos que éstos puedan llegar a parecerte. Si tienes algún problema con alguna de mis condiciones, cuando quieras puedo llamar a tus tíos para que vengan a por ti —ordenó Paula, desafiando a su hijo a que se atreviera a poner pegas a alguna de sus exigencias.


—No te preocupes, mamá: he venido preparado —repuso el impertinente mocoso mientras abría la maleta de su madre y sacaba de su interior los pesados libros de historia que tanto adoraba.


—¡Nicolas! ¿Se puede saber dónde está mi ropa? —gritó desesperada Paula mientras revolvía la maleta en busca de alguna de las prendas que había metido en ella la noche anterior.


Pero, por más que removió su equipaje, en éste solamente halló la ropa de Nicolas y los innumerables libros que veneraba su hijo.


—No te preocupes, mamá: tú estás guapa con todo lo que te pongas —declaró él, rogando que, por una vez, las estúpidas frases que en ocasiones les oía decir a sus tíos en momentos comprometidos como ése le sirvieran para librarse de un inminente castigo.


—¡Oh, Nicolas, qué voy a hacer contigo! —exclamó Paula mientras se desplomaba en la cama de la habitación de invitados, definitivamente resignada a que nada saliera como ella había planeado.



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