sábado, 19 de mayo de 2018
CAPITULO 48
Finalmente lo arreglé todo para poder quedarme durante unas semanas en Whiterlande y así poder disfrutar de la compañía de mi amiga Eliana. Creí que Nicolas estaría mejor en casa, ya que en el pequeño pueblo al que me dirigía no tendría con quien dejarlo mientras llevaba a cabo esas estúpidas actividades del evento de reencuentro con mis antiguos compañeros de clase, con los que en verdad no deseaba volver a encontrarme.
No sé por qué pero, cuando le anuncié mi partida, mi hijo se empeñó en acompañarme a Whiterlande, y estuvimos varios días discutiendo sobre ello, hasta que después de tener uno de sus molestos berrinches, le dejé muy claro a Nicolas quién era la que mandaba allí. Tras acabar castigado sin los libros de historia que tanto adoraba, finalmente se calmó y aceptó quedarse con sus tíos, unos hombres que me miraron aún más disconformes que mi hijo ante el viaje que pretendía emprender.
Me marché muy temprano por la mañana con la idea de no despertar a Nicolas por si trataba de convencerme de nuevo con una de sus infantiles rabietas, y también con la intención de no tener que volver a ver las molestas miradas que me dirigían mis hermanos cada vez que recordaban que regresaría al lugar donde había conocido al hombre que me había atormentado en más de una ocasión.
Posiblemente, durante mi estancia en el pequeño pueblo me cruzara nuevamente con Pedro; era muy probable, en realidad, ya que era el hermano de la amiga a la que iba a visitar. Sin embargo, en esos momentos no me importaba mucho, porque esta vez iba preparada.
Me encontraba más que dispuesta a entregar la carta que le había escrito, llena de rabia y odio, al destinatario de mi desdicha. Y, al contrario de lo que hice en una ocasión con una carta de amor, ésta no sería arrojada a la basura y dejada de lado tan fácilmente, porque pensaba hacerla realidad y conseguir que ese hombre nunca pudiera llegar a olvidarme.
Las interminables horas de viaje pasaron rápidamente y, aunque a medida que me acercaba al pueblo me ponía más nerviosa, siempre que dudaba tocaba el bolsillo de la pequeña maleta que me acompañaba donde guardaba esa carta con la que estaba decidida a cambiar para siempre el sentimiento de mi irracional corazón que todavía recordaba a ese hombre al que yo quería dejar atrás.
—Definitivamente, en esta ocasión te olvidaré… —declaré una vez más, pasando finalmente junto al cartel que anunciaba que había llegado a mi destino.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario