viernes, 18 de mayo de 2018

CAPITULO 45




Cuando Paula llegó a la pequeña casa de dos plantas de una tranquila urbanización que había conseguido con gran esfuerzo y que, en ocasiones, compartía con alguno de sus hermanos mientras éstos no estaban en alguna de sus misiones, observó atentamente que los cuatro niñeros de su hijo parecían más deprimidos que nunca.


La ajetreada madre dudó por unos instantes, mientras revisaba su correo, si habría sido una decisión sensata la de elegir a sus hermanos como cuidadores de Nicolas, hasta que oyó que la razón del lamentable estado de éstos se debía a otra de las condescendientes contestaciones que su hijo daba últimamente y por las que sus hermanos creían que el pequeño los odiaba. A causa de ello, se peleaban sin cesar.


—¡Por tu culpa, ahora Nicolas nos odiará a todos! —gritaba airadamente Alan a Jeremias.


—¡No creo que sea yo precisamente el culpable de esta situación! —recriminaba Jeremias a su acusador hermano mayor.


Antes de que los ánimos de los airados pelirrojos volvieran a alterarse, Paula entró en la habitación dispuesta a poner paz en sus disputas una vez más, e, increíblemente, y para su asombro, su mera presencia los apaciguó, ya que en cuanto ella apareció se hizo un silencio absoluto.


—¿Otra vez habéis hecho enfadar a Nicolas? —preguntó cansada mientras se derrumbaba en su sillón favorito a la espera de conocer cuál era el motivo por el que estaba molesto su exasperante hijo en esa ocasión—. ¿Otra vez lo habéis obligado a ver un partido de béisbol? ¿Le habéis cambiado sus libros de historia por cómics de superhéroes, o le hicisteis jugar con vosotros a esos poco didácticos videojuegos que tanto odia? —recitó Paula, molesta con la educación que sus hermanos intentaban dar a su superdotado hijo, reprendiendo con la mirada a cada uno de ellos.


—¡No, no hemos hecho nada de eso! —contestó indignado Julio, como si nunca hubiera sido capaz de comportarse del modo vergonzoso que Paula describía.


—¿De verdad? —repuso irónicamente ella alzando una ceja, conocedora de lo que sus hermanos eran capaces.



—Preguntó nuevamente por su padre… —confesó Jeremias, recordándole a su hermana que ése era un tema por el que en más de una ocasión habían discutido.


—¿Y qué le dijisteis? —inquirió Paula, cada vez más nerviosa, mientras ojeaba de nuevo su correo tratando de fingir que ese tema estaba totalmente zanjado en su vida, cuando eso nunca sería cierto.


—Nada, como siempre —respondió Jeremias, indicándole con un gesto de sus burlones ojos que a él nunca podría engañarlo.


—¿Cómo te ha ido a ti esta noche? ¿Alguna novedad en tu emocionante cita con Octavio? —se mofó Julian mientras le daba un trago a su cerveza.


—Me ha pedido que me case con él… —contestó precipitadamente Paula, haciendo que sus hermanos se atragantaran con sus bebidas. Justo cuando comenzaban a recuperarse de ello, les comunicó la noticia más inquietante de todas—: Y yo estoy pensando seriamente en aceptar.


Fue en ese instante cuando empezaron los ataques de tos, acompañados de algún que otro brusco golpecito en la espalda. Luego, como era de esperar, cada uno de ellos comenzó a dar una razón por la que opinaban que eso sería un gran error en la vida de su hermana.


—¡Por Dios! ¿Por qué quieres casarte con ese hombre, si es lo más aburrido del mundo? ¡Te convertirás en una vieja momia en apenas dos semanas de matrimonio! — exclamó escandalosamente Julio, mostrando su disconformidad.


—¡Qué dices, en dos semanas! ¡Joder! ¡A mí sólo me hacen falta un par de minutos para quedarme sopa! Si todavía no le he pegado una paliza por atreverse a salir contigo es porque me quedo dormido antes de llegar a levantar el puño —intervino Julian en la inminente protesta que sin duda harían todos los varones de la familia.


—En serio, hermanita, ¿por qué quieres casarte con ese hombre? Dime una sola cualidad que tenga que no sea ayudarte a conciliar el sueño en tus días de insomnio — apuntó nuevamente Julio.


—Es tranquilo, estable, predecible y… —Paula se calló en su discurso cuando fue interrumpida por los impertinentes ronquidos fingidos de uno de los gemelos.


—¡Tengo treinta años, estoy soltera, y Nicolas necesita a un hombre que sea un buen ejemplo en su vida, no como vosotros! ¡Así que creo que es hora de casarme! —gritó ella, finalmente furiosa con sus hermanos mientras subía enfadada hacia su habitación.


Cuando llegó a su cuarto, cerró con un fuerte portazo y no le importó absolutamente nada que su comportamiento pudiera ser un tanto infantil. 


Una vez en la soledad de su habitación, trató de convencerse a sí misma de que aceptar la propuesta de Octavio era lo mejor y, mientras lo intentaba, Jeremias, el más tranquilo de sus alocados hermanos, entró en la estancia tras llamar levemente a la puerta, algo que muy pocos de los Chaves recordaban hacer.


—Si crees que lo mejor para ti es casarte con Octavio, no soy quien para oponerme. Sólo te diré que, antes de hacerlo, tendrías que dejar zanjados todos los asuntos de tu pasado para que nunca te arrepientas de haber tomado esa decisión.


Tras esas sabias palabras, Jeremias dejó entre las manos de su hermana una singular invitación que le había pasado desapercibida entre el correo que había revisado. Luego salió de la habitación y, en la soledad del pasillo, apenado por lo que había hecho años atrás, susurró esperanzado:
—Ojalá aún la estés esperando en Whiterlande…



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