martes, 8 de mayo de 2018
CAPITULO 11
El día que me enteré de la partida de los Chaves me llevé la paliza más grande de mi vida.
Apenas recibí explicación alguna por parte de esos energúmenos antes de que comenzaran a hundir sus puños en mi cuerpo y, tras recibir sus duros golpes, supe que hasta ese momento tan sólo habían estado jugando conmigo. Las únicas palabras que pude comprender de sus enfurecidos gritos eran que había hecho llorar a Paula.
¿Pero cómo? Si la dulce Paula no se había acercado a mí en todo el día… Supuse que su naricilla curiosa finalmente había captado algo que no debía, haciéndole darse cuenta de lo imperfecto que yo era, con la consecuencia de que su iluso enamoramiento se había roto con brusquedad.
Después de recibir algún que otro aleccionador golpe por algo que en realidad no era mi culpa, todos y cada uno de los hermanos Chaves se regocijaron explicando cuán lejos se encontrarían a partir de entonces, tanto ellos como mi adorada pelirroja, de mí y de Whiterlande. Así que finalmente comprendí que la familia de mi dulce Paula volvía a mudarse y, por las sonrisas de los idiotas que me rodeaban, supuse que era a un lugar lo bastante lejano como para que nuestras vidas no volvieran a cruzarse.
Ése fue el momento en el que me di cuenta de que, como un completo estúpido, había dejado pasar mi oportunidad con esa pelirroja que aún atormentaba mis sueños.
Todo por la necia idea de que Paula era demasiado pequeña para amar de verdad, por el pensamiento de que nunca llegaría a apreciar al verdadero Pedro Alfonso, con todos y cada uno de sus defectos, y por mi meticulosamente planeado futuro, que ocupaba gran parte de mi tiempo en esos instantes. Cada una de esas especulaciones me había alejado de ella sin que Paula llegara a darse cuenta de que yo la admiraba a ella tanto como ella a mí cuando me observaba desde la distancia.
Sabiendo que sus hermanos no me revelarían su paradero por nada del mundo y que las lágrimas que ella había derramado solamente demostraban lo mucho que me odiaba en esos momentos, dejé que esos sujetos me golpearan a su gusto y me prometí a mí mismo no dejar marchar nuevamente a Paula si el destino decidía que nuestros caminos debían volver a cruzarse.
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