jueves, 31 de mayo de 2018

CAPITULO 88




Alan desconocía por qué motivo el último antojo de su mujer había sido que interrumpiera las merecidas vacaciones que Pedro se había tomado tras esa espantosa fiesta de exalumnos. Intentó explicarle a Eliana que era muy normal que un hombre quisiera lamer sus heridas en silencio y alejado de todos, pero su impertinente doña Perfecta no estaba dispuesta a permitir eso.


Seguramente Pedro estaba en perfectas condiciones, ya que en alguna que otra ocasión se había comunicado con él para burlarse de Daniel y de las estupideces que éste hacía al intentar conquistar a la mujer de la que finalmente se había enamorado.


Cuando Alan se adentró en la casa de su amigo no vio nada fuera de su sitio: todo estaba en su lugar, todo limpio y jodidamente ordenado. «¿Cómo mierdas hace para mantenerlo todo así?», se preguntó con cierta envidia, ya que cuando él mismo se encargaba de alguna tarea de la casa, todo quedaba hecho un desastre. Aunque lo cierto era que su pequeña Helena casi siempre colaboraba para que así fuera.


Todo parecía estar en orden, así que Alan gritó el nombre de su amigo por toda la casa. Al ver que Pedro no daba señales de vida, se dispuso a marcharse, hasta que recordó el pequeño gimnasio que Pedro tenía en el desván y al que siempre acudía cuando estaba enfadado o bastante estresado, para desahogarse con el saco de boxeo.


Tras subir la escalera no tuvo dudas de que, una vez más, había actuado bien al hacerle caso a su mujer… Aunque eso era algo que, por supuesto, nunca le reconocería a Eliana.


La habitación estaba hecha un desastre: había restos de comida y latas por todos lados, ropa tirada de cualquier modo, la papelera contenía una decena de botellas vacías, y lo más chocante de todo: su amigo había colocado un pequeño peluquín pelirrojo sobre el saco de boxeo, un saco que no cesaba de golpear furiosamente una y otra vez mientras nombraba a los hermanos de Paula.


—Aunque no puedo decir que lo que estás haciendo sea muy sano, por lo menos no estás hecho una mierda —opinó Alan, sujetando el saco de su amigo como tantas veces había hecho en el pasado.


—La primera semana estuve hecho una mierda —dijo Pedro, señalando el montón de botellas de la papelera—. En ésta he decidido apagar mi ira recordando a alguno de los hombres que más me han fastidiado en la vida. Para mi desgracia, son pelirrojos, y en algún momento no puedo evitar pensar en ella.


—¿Sabes una cosa? Paula ha alquilado una de las casas de tu padre…


—No lo sabía. Ni me importa… —replicó Pedro, golpeando con más furia el saco de boxeo.


—También ha inscrito a Nicolas en el colegio del pueblo y en estos momentos está buscando trabajo. Creo que esta vez ha venido decidida a quedarse.


—Eso no durará —declaró Pedro molesto, recordando lo rápido que Paula siempre había huido de su lado.


—Pues ya lleva dos semanas de más aquí.


—¡Perfecto! Si has venido para informarme de eso, ya puedes largarte. Has cumplido con tu cometido —dijo Pedro, señalándole la salida a su amigo.


—Solamente he venido porque me ha mandado tu hermana —respondió Alan mientras soltaba el saco de boxeo—. Ya sé lo poco que te agrada que tus amigos metan las narices en tu vida personal, Pedro, aunque en ocasiones eso es algo que deberías permitir que hicieran. Por lo menos, para ayudarte a arreglarla —manifestó Alan antes de dejar nuevamente a su amigo con su furiosa soledad.


—¡Esta vez pienso rehacer mi vida, y nada de lo que hagas me hará cambiar de opinión, Paula! —afirmó Pedro, dejando salir su rabia en una mentira que ni él mismo se acababa de creer.



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