martes, 22 de mayo de 2018

CAPITULO 57




Juan miraba desde la puerta de la cocina al más idiota de sus hijos, que en esta ocasión no podía decir que fuese Daniel. Había creído que, en cuanto Pedro viera a Nicolas, se daría cuenta de lo que todos sabían ya cada vez que observaban al pequeño. ¡Pero no! Él tenía que ser estúpidamente ciego al hecho de que ese niño era su hijo.


Lo más lógico habría sido que, en cuanto Pedro hubiera visto esos ojos, esa cara y esos cabellos tan parecidos a los suyos y, sobre todo, ese impertinente temperamento tan similar, se preguntara, y se diese cuenta, de dónde los había sacado el pequeño.


Pero el hijo mayor de Juan, que en ocasiones presumía de ser muy inteligente en algunos aspectos, podía llegar a ser bastante bobo en otros.


Juan estaba bastante molesto con el resultado porque así no había manera de volver a juntar a esa pareja, o de que su hijo le revelara a Nicolas quién era su padre. Y él, mientras tanto, no podía hacer nada, ya que Sara le había prohibido expresamente que abriera la boca, con la amenaza de ser desterrado perpetuamente a ese duro sofá que le molía la espalda si se atrevía a llevarle la contraria, por lo que tenía que guardar silencio.


Pero, aunque no pudiera decir nada, estaba más que decidido a ayudar a su nieto a descubrir quién era su padre, así que iría dejando sutiles respuestas a las preguntas de ese niño, cruzando los dedos para que su mujer no lo descubriera en el proceso y le dirigiera una de sus frías y reprobadoras miradas de advertencia.


Por lo que había averiguado, su inteligente nieto poseía una lista con algunas características de su padre, y nada más ver a esos alocados personajes que eran sus dos hijos y su yerno, Nicolas había decidido que su padre era uno de esos tres. Así que, ni corto ni perezoso, el pequeño había comenzado a acosar a Juan con preguntas ante las que él había tenido que morderse la lengua en más de una ocasión.


Tras ver que no sacaría nada en claro, Nicolas había cogido unos extraños test escondidos entre las páginas de uno de los libros de historia que había traído consigo a espaldas de su madre, y había logrado que los tres le prestaran atención a pesar de la resaca.


Juan esperó, confiando en que Pedro se fijaría en Nicolas en algún momento y vería el gran parecido que guardaba con él. Pero ni siquiera cuando el chiquillo le reveló quién era su madre, Pedro dio muestra alguna de que sospechara quién era el padre. Juan se sintió muy tentado de gritarle a su hijo lo tonto que era, pero como su mujer pasó junto a él en ese momento, simplemente se mordió la lengua y, una vez más, se mantuvo en silencio.


Cuando su nieto pasó por su lado revisando sus papeles una y otra vez, bastante preocupado por el resultado de sus preguntas, Juan no pudo evitar decirle:
—¿Te ha dicho tu madre alguna vez que, aunque tu padre es muy listo, en ocasiones
puede llegar a ser bastante tonto?


—No, ella no. Pero mis tíos, sí… No se preocupe, lo he tenido en cuenta —dijo Nicolas, alzando sus papeles—. Aunque en estos instantes no estoy muy contento con los resultados. Creo que tengo que investigar más —anunció mirando un tanto inquieto hacia la mesa donde aquellos tres personajes hacían el payaso con sus habituales bromas—. Voy a recoger mis cosas. La señora Alfonso me ha dicho que alguien me llevará con mamá.


Y, mientras Nicolas se alejaba, Pedro se acercó a su padre.


—Mamá me ha ordenado que lleve a ese mocoso a casa de mi hermana mientras me lanzaba una de sus miradas asesinas, ¿sabes lo que le pasa?


—Sin duda se lamenta de tener un hijo tan idiota —declaró Juan, taladrándolo con la mirada.


—En serio, no sé qué os ocurre hoy a todos… Mejor me marcho antes de que me peguéis vuestra locura. Después de todo, la casa de Eliana siempre ha sido muy tranquila.


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