domingo, 6 de mayo de 2018
CAPITULO 5
Cuando eres un joven de dieciocho años que está planeando seriamente su futuro, encapricharte de una chica no es nada sensato. Que esa chica sea la amiga de tu hermana es un poco vergonzoso, pero que, además, tan sólo tenga quince años es algo simplemente patético, y yo no podía permitirme caer tan bajo.
Paula Chaves había llamado mi atención desde que con sólo trece años comenzó a perseguirme por todos lados como si yo fuera alguna clase de dios, algo de lo que me gustaba burlarme con alguno de mis compañeros de clase. Intenté librarme de ella azuzando a las otras molestas jovencitas que siempre me seguían, pero Paula era terriblemente insistente, así que tuve que parar a esa horda de arpías antes de que la cosa fuera a mayores.
¡Quién narices me iba a decir que en dos años esa jovencita que tanto me admiraba se convertiría para mí en una tentación andante en la que no podía dejar de pensar!
Paula, que ya de por sí a sus trece años era bastante interesante, con su llameante pelo rojo, su elevado intelecto y sus curiosas y atrevidas contestaciones, terminó de llamar mi atención cuando sus femeninas curvas se moldearon y comenzó a convertirse en toda una mujer.
Tal vez por eso, y porque yo no me parecía en nada al niño bueno que todos en Whiterlande creían que era, no pude resistir las ganas de arrebatarle ese primer beso a mi adorable Paula, haciendo que nunca pudiera olvidarme. Pero, a la vez, intenté mostrarle que yo nunca sería tan perfecto como ella pensaba, algo que dudaba seriamente haber logrado exponer a mi querida pequitas cuando continué viendo cómo me observaba su curiosa naricilla, en la distancia y desde cualquier rincón, acompañada de algún que otro suspiro soñador.
Como me iría pronto a estudiar a Yale con una cuantiosa beca que cubriría prácticamente todos mis gastos, consideré que lo mejor era olvidarme de la pequeña pelirroja y proseguir con mis estudios para obtener las elevadas notas que necesitaba para alejarme de ese lugar. No obstante, lo malo de estar en el mismo instituto que la mujer que te persigue en sueños es que, en ocasiones, uno acaba oyendo cosas que pueden llegar a molestar mucho e, irracionalmente, se pueden llegar a mostrar unos celos que uno apenas sabe que puede sentir.
Mientras intentaba centrarme en los apuntes para mi examen de Historia en la biblioteca del instituto, sin siquiera pretenderlo, llegó a mis oídos una conversación que, si bien en un principio me pareció bastante aburrida, tras oír cómo era pronunciado el nombre de mi pequeña ratita no pude dejar de escuchar con atención.
—¿Has visto lo buena que está Paula Chaves? —dijo un chico de unos diecisiete años insinuando con sus manos unas ficticias curvas de mujer.
—¡Sí, está como un tren! Seguro que es virgen y ni siquiera ha dado su primer beso —contestó otro imberbe adolescente, emocionado con la idea de corromper tal inocencia.
—Si os digo la verdad, no me importaría probar con ella. Seguro que se pone toda tímida y vergonzosa. Es una cosita tan dulce… —declaró el tercero de esos idiotas, que, definitivamente, estaban acabando con mi paciencia.
—Sí, es todo tentación. La verdad, a mí tampoco me importaría darle una mordida a ese pecaminoso postre que puede llegar a ser Paula —anunció soñadoramente uno de aquellos chicos, a los que cada vez estaba más decidido a dar una lección.
—¿Por qué no le pides salir a ver lo que pasa? Después de todo, tú eres uno de los que más éxito tienen con las chicas —declaró el más iluso del trío, emocionado con la posibilidad de que uno de ellos triunfara, algo que ya me encargaría yo de que no pasara jamás.
—¡Bah, no me haría ni caso! Está encaprichada de ese estúpido de Pedro Alfonso al que todas persiguen como moscas a la miel —dijo el gallito, librándose por muy poco de una buena paliza.
—Tal vez eso te convenga. Después de todo, Pedro pronto se irá del instituto, y la pobre Paula se quedará muy triste… Seguro que tú puedes hacer algo para consolarla —bromeó uno de aquellos idiotas mientras se abrazaba a sí mismo y mandaba estúpidos besitos a su amigo.
—Bueno, puede que lo intente. Probablemente esa pelirroja sería algo digno de recordar —concluyó finalmente el adulado joven con una ladina sonrisa, sin duda creyéndose superior a todos, algo que acrecentó mi mal humor y me hizo reflexionar sobre lo que debía hacer para que nadie se acercara a mi Paula mientras yo no estuviera.
Mientras los imberbes e inmaduros chicos reían estúpidamente con sus necias ideas de conquista, yo me levanté con decisión de mi asiento y, dejando a un lado mis aburridos apuntes de Historia, saqué un tomo de medicina anatomopatológica, con alguna que otra inquietante fotografía sobre lo que me esperaba a lo largo de mi carrera como médico.
Sin mediar palabra, coloqué el libro bruscamente encima de la mesa que ellos usaban. Cuando los tres idiotas alzaron sus bravucones rostros dispuestos a exponerme sus quejas por mi interrupción, yo dejé muy claro lo que quería de ellos cuando, con una maliciosa sonrisa que a muy pocos mostraba, les hice reflexionar sobre la necia idea de ir tras algo que, aunque aún no me perteneciera, yo ya consideraba de mi propiedad.
—Esto es lo que veré a lo largo de mi carrera como médico —dije mostrándoles fotos de profundas heridas abiertas, horribles ulceraciones, vomitivas deformaciones y fracturas expuestas con huesos sobresalientes… Imágenes que muy pocos podían soportar sin que se les revolviera el estómago, y, al parecer, ninguno de ellos tenía mucho temple ante la visión de la sangre, porque sus rostros comenzaron a tornarse pálidos ante unas meras fotografías—. Y esto es, sin duda, lo que haré —les anuncié pasando a ilustraciones un poco más fuertes, obtenidas directamente de un quirófano de cirugía.
En ese momento, el rostro de los tres chicos comenzó a mostrar un color verdoso un tanto preocupante y, sin duda, alguno quiso correr en busca de un baño donde vaciar el contenido de su vientre, aunque ante mí intentaron hacerse los valientes. Así pues, finalmente me apiadé de aquellos niñatos y cerré bruscamente el libro ante sus narices, añadiendo una advertencia antes de alejarme de ellos:
—Si no queréis formar parte de alguna de estas fotos, alejaos de Paula Chaves. Si me entero de que respiráis siquiera demasiado fuerte cerca de ella, no me importará mucho practicar lo que aprenda en la universidad con alguno de vosotros.
—¿Nos estás amenazando? —preguntó incrédulo uno de ellos.
—Me alegro de que os hayáis dado cuenta… —declaré, poniendo en duda que entre los tres pudieran dar cabida a un solo cerebro.
—¡Pero tú eres el niño bueno de Whiterlande! —señaló otro de ellos.
—¿Tú crees? —repliqué con una aterradora sonrisa mientras me llevaba el escalofriante libro con el que finalmente había conseguido mi propósito: dejar muy claro a aquellos idiotas que no podían tocar lo que era mío.
Jeremias Chaves, acostumbrado a usar la biblioteca del instituto solamente para echar alguna que otra cabezada o saltarse clases, apenas se percató de lo que ocurría delante de él hasta que oyó el nombre de su hermana. Como últimamente la pequeña Paula estaba convirtiéndose en una joven muy bonita, no le extrañó demasiado que los chicos comenzaran a hablar de ella, algo que tendría que notificar a sus hermanos mayores después de dejarles muy claro a aquellos perdedores que ninguno de ellos sería nunca lo suficientemente bueno para su hermanita.
Dispuesto a darles una lección, Jeremias se levantó de su siesta y se desperezó, preparando sus puños para expresar con suficiente contundencia que nadie podía acercarse a su adorada hermana. Pero, para su asombro, el afamado Pedro Alfonso, al que Paula idolatraba, se interpuso en su camino acercándose a aquellos impresentables y, tras mostrarles las ilustraciones de un libro bastante espeluznante, susurró un mensaje a sus oídos. Fuera lo que fuese lo que les dijo, los hizo ponerse blancos como la nieve para luego pasar a un angustioso color verdoso que sin duda mostraba que las palabras de Pedro en algunas ocasiones no eran tan amables como todos pensaban.
Jeremias observó con satisfacción, desde un rincón no muy alejado, el malestar de esos indeseables hasta que el niño bueno de Whiterlande se alejó de ellos, dirigiéndoles una aterradora sonrisa que hizo a Jeremias cuestionarse si Paula no idolatraba demasiado a ese tipo, concediéndole una perfección de la que sinceramente carecía.
—Bueno, ahora me toca a mí… —murmuró dispuesto a ejercer su labor como eterno protector de su hermana.
Pero cuando se aproximaba al trío de tontos, oyó cómo los atemorizados idiotas habían decidido tener muy en cuenta las palabras de Pedro acerca de no acercarse a Paula.
«Esto comienza a ponerse interesante…», se dijo Jeremias mientras se sentaba despreocupadamente en su silla y comenzaba a mandar un importante mensaje a cada uno de sus hermanos con su teléfono móvil.
Definitivamente, los Chaves tenían que dejarle muy claro a ese individuo que Paula nunca le pertenecería, ya que por muchos sueños que su tímida hermana tuviera en su loca cabeza, sus hermanos siempre le mostrarían la verdad oculta detrás de sus fantasiosas ilusiones: que Pedro Alfonso nunca sería un hombre adecuado para ella.
«Pero antes…», pensó maliciosamente Jeremias mientras se aproximaba alegremente con su almuerzo hacia el lugar donde se hallaban esos idiotas que habían osado soñar acercarse a su hermana. A continuación, se sentó con impertinencia entre ellos y comenzó a relatarles cuáles eran sus estrambóticas y peculiares comidas favoritas.
Solamente fue cuestión de segundos que cada uno de ellos saliera despedido de su silla hasta el baño más próximo para vaciar lo poco que quedaba en su estómago tras haberse enfrentado a dos maliciosos sujetos que únicamente querían proteger lo que para ellos era más preciado: esa pequeña y tímida mujercita que, sin duda, con su dulzura siempre se haría notar, a pesar de que ella nunca llegara a percatarse de ello.
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